En esta foto entregada por las Naciones Unidas, el presidente de Bolivia Evo Morales habla en las Naciones Unidas, Nueva York, el miércoles 8 de enero de 2014. Morales llevó su campaña para despenalizar la hoja de la coca a la sede de Naciones Unidas, donde dijo que el mundo la empieza a valorar, al igual que ha ocurrido con la quinoa, e insistió en que el próximo paso será retirarla de la lista de estupefacientes4. (AP Photo/The United Nations, Paulo Filgueiras)

El martes 14 de agosto, el presidente Evo Morales ha cumplido, legal y legítimamente, el récord de permanencia sucesiva en la conducción del aparato estatal boliviano, lo que lo convierte en el fenómeno político más sobresaliente de la historia nacional.

Desde enero de 2006 hasta el pasado 14 de agosto, el líder indígena ha cumplido 4.578 días como presidente de Bolivia. Entre 2006 y 2009 lo hizo conduciendo el viejo Estado y ahora el Estado Plurinacional.

Este líder fuera de serie ha superado al conductor de la revolución del 52, Víctor Paz Estennsoro, quien acumuló 12 años al frente del país de manera discontinua (1952-56, 1960-64 y 1985-89). Ahora también superó el record de manera continua. Pero no solo lo supera en cantidad de años al frente del Estado a partir de la fuente democrática, sino en la naturaleza del proyecto que impulsa. Esta no es una revolución para instalar en el poder a una protoburguesía, como ocurrió en 1952, sino para constituir un bloque en el poder bajo liderazgo indígena campesino, obrero y popular.

Pero el record no es solo para Morales. En realidad, a diferencia de otro tipo de gobiernos civiles y militares de la historia boliviana, el líder indígena sintetiza la elevación a su categoría de bloque dominante del bloque indígena campesino obrero y popular. Y eso es precisamente lo que convierte al proceso de cambio en la revolución más profunda de la historia nacional.

Como en toda revolución que se precie de ser tal, hay tres elementos que confluyen en una relación dialéctica: liderazgo histórico, fuerza organizada del pueblo y proyecto alternativo. Sin esos tres elementos la revolución es imposible y si por alguna circunstancia especial o extraordinaria triunfara, su tiempo de vida sería muy breve.

Este triángulo victorioso está presente en la revolución boliviana. Evo, líder fue capaz de articular la resistencia al neoliberalismo desde la crisis estatal de abril de 2000, cuando se desarrolló la “Guerra del Agua”. No es que no hubo otros referentes en la sublevación popular, como Felipe Quispe y otros, pero Morales condensaba los sueños y las esperanzas de la más amplia gama de las clases subalternas. Y tras la derrota del neoliberalismo en octubre de 2003 y del intento de la embajada de EEUU de imponer su presidente en junio de 2005, la poderosa insurgencia indígena campesina, obrera y popular obtuvo una histórica victoria político-electoral en diciembre de 2005. En enero de 2006 asumió la presidencia Evo Morales, su líder.

Por eso no es posible divorciar a Evo, líder, de Evo, presidente. Hay momentos en que entra en crisis esa relación, pero cada vez que lo ha hecho ha salido fortalecida. De hecho, Evo está decidido a ponerse la mochila para darle, una vez más, en las elecciones de 2019, una nueva victoria a un pueblo que por primera vez está escribiendo su historia con sus propias manos.

Y tampoco es posible divorciar a Evo líder y Evo presidente, del bloque social que hizo posible la revolución. La constitución del sujeto histórico (clasista y nacional-cultural) se fue haciendo en la lucha, en la construcción colectiva de un sentido común que no negaba, pero si subordinaba sus intereses particulares de corto plazo a los intereses generales. Es la articulación de la memoria larga (lucha anticolonial) y la memoria corta (resistencia antineoliberal) y lo que significó la experiencia guerrillera de Ñancahuzú, la que fue constituyendo al sujeto que hizo posible la revolución boliviana en el siglo XXI. Cuando se priorizan los intereses particulares, el sujeto se debilita y pueda incluso ser derrotado. Cuando se coloca el interés común por delante, el sujeto se fortalece, es indestructible y se proyecta al futuro.

Y si de triangulo o trinidad victoriosa se habla, hay que incorporar el proyecto alternativo. Este proyecto, que articula el cuestionamiento a la colonialidad del poder y al sistema capitalista como tal, en el último tiempo, por hablar del tiempo reciente, se plasmó en el Plan Nacional de Desarrollo –que más que cumplió con la llamada Agenda de Octubre (nacionalzación del petróleo, Asamblea Constituyente, anulación del neoliberalismo y otras medidas)- y ahora se enrumba hacia la materialización de la Agenda 2025.

Este triángulo –líder histórico, fuerza organizada del pueblo y proyecto alternativo- ha sido la clave de la victoria en las elecciones de 2005, 2009 y 2014, y en los triunfos de dos referéndums (revocatorio y constitucional). Pero también en derrotar los planes desestabilizadores y contrarrevolucionarios de la ofensiva restauradora de 2008-2009. De la preservación de ese triángulo victorioso dependerá el sortear los obstáculos que se están colocando para conquistar un nuevo triunfo en las elecciones de 2019 y con Evo Morales como candidato presidencial.

La derrota de los mitos

Evo Morales es un líder político fuera de serie. La fuerza de su liderazgo, fundada en el protagonismo de los movimientos sociales, se está encargando de romper con varios mitos de la historia de Bolivia.

El primer mito que Evo Morales se ha encargado de desmontar es que la diversidad clasista y nacional-cultural boliviana impide que cualquier candidato obtenga más del 50% mas uno en la primera vuelta. El líder político, después de una exitosa entrada en las elecciones de 2002 –cuando se ubicó en segundo lugar con un 20,9%-, salió victorioso con un 54% en diciembre de 2005 y cuatro años después conquistó el 64% de respaldo, además del 67% que alcanzó en el referéndum revocatorio del 10 de agosto de 2008. En 2014 obtuvo el 62 por ciento de votación.

El segundo mito que echa abajo es que el Estado es mal administrador. Morales está demostrando que el Estado en manos de una dirección revolucionaria es un instrumento capaz de administrar eficientemente los bienes comunes para la búsqueda del bien común. No es que no haya problemas específicos, pero en términos generales hay una buena gestión.

El Estado, de esta manera, no queda subsumido a las fuerzas ciegas de la economía de mercado, que en realidad es un mito pues lo que hace es subsumirse a empresas transnacionales en un modelo neoliberal, sino que con la titularidad de un nuevo bloque en el poder (indígena campesino obrero y popular) queda en función de los intereses de la patria y de la inmensa mayoría de la población.

El tercer mito que el jefe del Estado Plurinacional se encargó de echar abajo es que “la gestión desgasta”. De acuerdo a todos los sondeos de opinión que se han hecho, el promedio de aprobación de la gestión en doce años de gobierno supera el 55 por ciento. La gente valora las obras que hace, la intensidad del trabajo que despliega y la honestidad que demuestra. Es verdad que doce años después el peso de la buena gestión se ha relativizado en su incidencia electoral pues la gente ya no ve con tanta novedad como al principio, pero eso no significa que la gestión tenga cero importancia.

El cuarto mito que desmorona es pensar que Bolivia requiere de los consejos del BM y el FMI para tener un buen modelo económico. Todo lo contrario, al distanciarse de esas recomendaciones Morales ha logrado el comportamiento más exitoso de la historia económica boliviana: el PIB casi se ha quintuplicado (de 6 mil a más de 35 mil millones de dólares), las exportaciones estancadas en 1.000 millones de dólares al año durante dos décadas de neoliberalismo se han multiplicado por 10, el ritmo de su crecimiento ha ubicado a Bolivia en la primera economía de la región en los últimos cuatro años y anticipa ratificarse este año. Con estos resultados, producto de la política de nacionalizaciones y la aplicación de un modelo que genera excedentes y los redistribuye con distintos mecanismos a la población (provocando un énfasis en la demanda interna), la mayor parte de la población se inclina por mantener la estabilidad política, económica y social.

El quinto mito que se desmonta es que Bolivia necesita de los Estados Unidos y los países del capitalismo central. Lo que hace Evo Morales, después de haber nacionalizado el gobierno y los recursos naturales para beneficio de todos los bolivianos, particularmente para los más necesitados, es confirmar aquel dicho del desaparecido líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz: “no somos dependientes por ser pobres, sino pobres por ser dependientes”. La puesta en marcha de una política exterior soberana y diversificada ha colocado a Bolivia en la vitrina mundial varias veces.

En sexto lugar, se ha roto el mito de que “los indios no saben gobernar”. Con ello se ha abierto un proceso de descolonización de las estructuras políticas, materiales y simbólicas que le otorgaban a la “blanquitud” una superioridad sobre la “indianitud”. Hoy, un presidente indígena ha hecho más que muchos presidentes del pasado.

En séptimo lugar, a manera de condensar todo lo anterior, es demostrar que un gobierno de izquierda puede ser eficiente. Atrás queda el prejuicio sobre la participación y el liderazgo estatal. Evo Morales está demostrando que se puede redistribuir la riqueza y hacer obras de envergadura sin poner en riesgo la estabilidad económica del país.

Es más, lo que hace el gobierno con bastante inteligencia es lograr un equilibrio entre la eficiencia económica y la eficiencia social, una combinación de dos variables que demuestran que la política es la economía concentrada como diría Lenin. Economía y política no están separadas como piensan los pensadores liberales.

En octavo lugar, quizá de alcance estratégico, es demostrar que un proyecto anti capitalista –el socialismo comunitario para el Vivir Bien- es lo que Bolivia necesita para continuar por el rumbo de la soberanía política y la independencia económica. La experiencia de los últimos doce años demuestra que el proyecto socialista y comunitario no le quitó inmuebles a nadie ni se metió a regir la vida de nadie. Es decir, se destruyó el mito de que el socialismo es malo.

Como es obvio, la revolución boliviana enfrenta también momentos de contrarrevolución. Este es uno de esos momentos. Envalentonados por la teoría del fin del ciclo progresista, la contraofensiva imperial y de restauración conservadora apunta a destruir todo lo que se hizo en doce años. Lo hace apoyada en el discurso de pedir respeto al referéndum del 21 de febrero de 2016, que cerró la posibilidad de la modificación del artículo 168 de la Constitución. Pero detrás de esa “reivindicación” lo que hay es un nuevo intento para volver a “blanquear” el Estado.

La respuesta a esta amenaza está en manos de Evo Morales y del pueblo organizado. Otro momento heroico se acerca para poner a prueba el triángulo victorioso.

Por REDH-Cuba

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