“El día que la ideología colonial sea completamente disipada, esta resistencia (la indígena) contará entre las hazañas más nobles que la humanidad haya conocido”.

Laurett Sejourné. arqueóloga y antropóloga italiana, nacionalizada mejicana.

 

Así comenzó todo

Según la historiografía de base eurocéntrica el territorio de la actual República Bolivariana de Venezuela fue avistado por primera vez por un europeo a comienzos de agosto de 1498, se trataba del navegante Cristóbal Colón que andaba en su tercer viaje a lo que ellos llamaban las Indias Occidentales y que al poner pie sobre el territorio en las costas del Golfo de Paria, cerca de la desembocadura del grandioso río Orinoco, lo llamó “Tierra de Gracia”.

El Orinoco se le asomó en tan hermosa plenitud al deslumbrado navegante ese jueves 3 de agosto de 1498, que llegó a escribir en su diario que había sentido aquel inmenso mar de agua dulce «…con un rugir muy grande… que hoy en día tengo miedo en el cuerpo…»

En clara demostración de que tratándose de Colón y sus aventuras siempre no todo es como se ha contado durante siglos, muy probablemente en un futuro haya que enmendar estas fechas, ya que está casi demostrado que Colón llegó a las costas de Venezuela en 1494 y no en 1498, pero él mismo ocultó este hecho, vaya Usted a saber por cuales motivos.

Es de hacer notar que al haber sido “descubierto” por nuestros aborígenes, que dicho sea de paso llevaban ya unos cuantos siglos ocupando esas tierras, viviendo mayoritariamente en comunas y en total armonía con la naturaleza, Don Cristóbal dio muestras de ser mejor adivino que navegante y cartógrafo, ya que al haber llamado “Tierra de Gracia” a nuestro territorio se estaba adelantando varios siglos a quienes al servicio de EE. UU. y el Reino Unido, principalmente, lo prospectaron en secreto, a espaldas de nuestros gobernantes y de nuestro pueblo, para dar cuenta a sus patrones de sus ingentes recursos minerales: hidrocarburos, oro, diamantes, hierro, bauxita, uranio, coltán, torio y cuanto mineral de carácter estratégico aparece listado en la Tabla Periódica.

En todo caso, fue muy poco lo que persistió el nombre de “Tierra de Gracia” puesto que desde los mismos inicios del siglo XVI nuestro territorio comenzó a ser conocido con el nombre de Venezuela.

La misma historiografía que sostiene que el Abya Yala, nombre que le fue dado a nuestro continente por el pueblo Kuna en Panamá y en Colombia y la nación Guna Yala del actual Panamá, siglos antes de la llegada de Colón y los europeos, fue “descubierto” por éstos, sostiene también que este nombre fue sugerido por el navegante florentino Américo Vespucio, quien junto a los conquistadores españoles Alonso de Ojeda y Juan De la Cosa, en 1499 avistase el Lago de Maracaibo, en el extremo occidental del territorio.

Dicha versión se apoya fraudulentamente en el contenido de una correspondencia enviada por Vespucio a su protector Lorenzo de Médici, en julio del año 1500, en la cual cuenta que después de abandonar la «Isla de los Gigantes» (presumiblemente Aruba u otra de las actuales Antillas Holandesas), se dirigió a otra isla (¿!) vecina de la anterior por diez leguas, “con una grandísima población,  que tiene sus casas con mucho arte construidas sobre el mar, como Venecia”. Sin duda alguna el florentino estaba asociando los palafitos construidos por nuestros aborígenes en el Lago de Maracaibo, con las casas construidas sobre el agua en Venecia.

Decimos que se trata de una versión fraudulenta de la historia porque en el documento que se esgrime como prueba el navegante florentino jamás menciona haber asignado dicho nombre a las tierras por él avistadas, referidas en el mismo, y porque en ningún momento utiliza un diminutivo ni atribuye ninguna pequeñez al territorio referido; por el contrario Vespucio destaca que la población es grandísima y construida con mucho arte.

Una versión mucho más sólida y verosímil permite deducir que Venezuela no es el nombre atribuido por el español a nuestro territorio, sino una versión españolizada de “Veneçiuela”, el nombre autóctono que se daba a la región avistada por Vespucio, Ojeda y De La Cosa en 1499.

El más importante apoyo documental a esta versión lo ofrece Martín Fernández de Enciso, cartógrafo, explorador y conquistador español que viajó con Ojeda y De La Cosa a esas regiones en 1502, en su libro «Suma de Geografía que trata de todas las partes y provincias del mundo, en especial de las Indias», editado en Sevilla en 1519, y que es el primer impreso que habla del Nuevo Mundo. En dicha obra se puede leer: «… y al cabo dela cerca de la tierra está una peña grande que es llana encima della. Y encima de ella está un lugar o casas de indios que se llama Veneçiuela…»

Algunos años más tarde, Juan Botero, en su libro «Relaciones de Universales del Mundo», afirma que en el Golfo de Venezuela hay una población de indios con ese nombre edificada en un peñasco «essempto y relevado que se muestra sobre las aguas».

Puede observarse que en ambos casos, los escritores dicen que el nombre del poblado indígena es Veneçiuela. Ellos no dicen que los españoles le hayan puesto el nombre, sino que afirman que ése era su nombre indígena.

Finalmente, en un enunciado muy valioso, que reafirma la autoctonía del vocablo, Antonio Vázquez de Espinosa, sacerdote español que viajó por casi todo el continente en las últimas décadas del siglo XVI en su «Compendio y descripción de las Indias Occidentales», fechado en 1629, señala lo siguiente: «Venezuela en la lengua natural de aquella tierra quiere decir Agua grande, por la gran laguna de Maracaibo que tiene en su distrito, como quien dice, la Provincia de la grande laguna…»

Tengo plena confianza en que con este párrafo hayamos podido sembrar al menos una duda más que razonable en relación a la validez de la idea de que nuestros territorios fueron descubiertos por los europeos y que el topónimo de nuestra amada tierra le haya sido asignado por el conquistador español en señal de algún defecto o minusvalía, como ocurre con tantas palabras castellanas como mujerzuela, plazuela o tontuela, que si lo denotan.

Una conquista a sangre y fuego

La primera ciudad de Venezuela fue Nueva Cádiz, en la isla de Cubagua, fundada  alrededor del año 1515. A pesar de lo inhóspita de la isla ya que no tenía agua, el lugar fue poblado por aventureros venidos de todos los países de Europa en la búsqueda de sus perlas. La población aborigen de la región fue totalmente diezmada a causa de las intensas jornadas de buceo a las que era sometida para extraer las madreperlas del fondo del mar.

La población nativa del resto de las regiones del país no corrió con mejor suerte y una inmensa parte de ella que según un señalamiento de Arturo Uslar Pietri, intelectual venezolano del siglo XX y uno de los más conspicuos representantes de la “derecha ideológica” de nuestro país, ya fallecido, en su ensayo “Fachas, Fechas y Fichas” (1982), estaba conformada por “unos hombres que viven en la naturaleza casi desnudos, bondadosos, inocentes, fraternales, que no conocen ni la espada ni la pólvora, y que todo lo disfrutan en igualdad y comunidad», fue exterminada por los conquistadores españoles, con la excusa de que “no tenían alma”, primero y de que “había que salvarles el alma”, más tarde, pero siempre para arrasar sus tierras, saquear sus riquezas y aniquilar sus culturas.

Una heroica resistencia

Entre los muchos mitos creados por la historiografía de base eurocéntrica existe uno altamente despreciativo que señala que los indígenas, una vez recibidos los espejitos y demás baratijas con las cuales los conquistadores pretendían obtener sus riquezas minerales vía trueque, se les sometieron mansamente. Nada más tendencioso y carente de toda fundamentación histórica. Por otra parte, también se ha señalado que por lo general los indígenas colaboraron con los conquistadores, cuando ocurre que existen suficientes evidencias demostrativas de que este comportamiento fue la excepción y no la regla, ya que si bien algunos caciques colaboraron con el enemigo, la mayoría de los jefes se inmolaron heroicamente en aras de la preservación de las vidas de sus gobernados y de la defensa de los valores de su cultura

Según algunos cronistas como Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, uno de los primeros enfrentamientos armados importantes de los indígenas con los españoles tuvo lugar en las costas de Venezuela en el año 1515, a cargo de varias tribus de la etnia Caribe y esta resistencia se prolongó hasta mediados del siglo XVII, retrasando por un siglo la colonización de esas tierras.  Uno de los jefes indígenas más destacados fue Guaicaipuro, cacique de los Teques, orgullo del pueblo venezolano, quien comandó su primera acción, un ataque a las minas de oro de Los Teques, cuando contaba apenas con veinticinco años de edad, logrando importantes victorias entre los años de 1560 y 1568 sobre los más aguerridos capitanes españoles, acciones que lograron retrasar la fundación de la ciudad de Caracas, actual capital de la república que sólo pudo ser establecida aunque de forma muy precaria, a mediados de 1567. El genio militar y político de este venezolano de excepción, primero en el continente en utilizar tácticas de “guerra de guerrillas” contra los españoles, era de tal dimensión que no sólo fue capaz de coordinar la totalidad de las tribus del norte de Venezuela sino que también intentó sumar a sus huestes a los esclavos negros seguidores del Negro Miguel, que se habían levantado en armas exitosamente en el centro occidente del territorio, donde lograron establecer su propio reino. A fines de 1567 o inicios de 1568, el conquistador Francisco Infante y sus hombres, conducidos por guías nativos que habían sido chantajeados, dieron con el paradero de la choza de Guaicaipuro, en las cercanías de Paracotos, logrando sorprenderlo. Si Guaicaipuro prendió fuego a su choza, inmolándose por su propia mano, como cuenta la leyenda o si encontró la muerte peleando con la espada que le había arrebatado al conquistador Juan Rodríguez Suárez, que es la versión sobre su muerte que ofrece el historiador José de Oviedo y Baños en su obra publicada en 1723, no es lo relevante; lo relevante es que esta muerte heroica tuvo que haber inspirado a sus compañeros de lucha: Terepaima, Paramaconi y Conopoima entre ellos, para seguir adelante, logrando sumar a otras tribus a lo largo y ancho del territorio nacional para continuar hostigando a los conquistadores hasta comienzos del siglo XVIII.

En reconocimiento al permanente espíritu de emancipación de nuestro pueblo, los restos de Guaicaipuro fueron trasladados al Panteón Nacional de manera simbólica, por decreto del entonces Presidente de la República, Hugo Chávez Frías, el 8 de diciembre de 2001, asignándosele un espacio junto a los demás próceres de Venezuela. Así mismo, el 8 de marzo del año 2017, en ocasión del Día Internacional de la Mujer, fueron también trasladados al Panteón Nacional, los restos simbólicos de Hipólita y Matea, dos esclavas negras que tuvieron importante participación en la crianza de El Libertador, junto con los de Apacuana, líder guerrera y guía espiritual de los indígenas Quiriquire, en las cercanías de Los Teques, actual estado Miranda.

Pero no sólo en Venezuela hubo una tenaz resistencia, cronistas de la época, protagonistas de la conquista y la colonización de los pueblos americanos, algunos de ellos sacerdotes católicos como Bartolomé de Las Casas y Diego de Rosales,  militares otros como Gonzalo Fernández de Oviedo, e incluso poetas como Alonso de Ercilla, autor de “La Araucana”, todos ellos nacidos en España, así como José de Oviedo y Baños, militar e historiador nacido en Santa Fe de Bogotá y muerto en Caracas, exaltan el genio, valor e inteligencia de muchísimos caciques, entre los cuales se destacan: Caonabo, de los Taínos, una rama de la etnia Caribe, quien fue el primero en rebelarse contra el dominio español, muerto en la isla de Santo Domingo en 1494 y Hatuey, de la misma etnia, muerto en la isla de Cuba en donde se había refugiado huyendo de Santo Domingo; Moctezuma y Cuauhtémoc, de los Aztecas, en Méjico; Huáscar y Atahualpa, de los Incas, en el Perú y Lautaro, Caupolicán y Pelantaro, de los aguerridos Mapuches, tercamente llamados Araucanos por los españoles, en las tierras de Chile, en lo que constituye una justa aunque incompleta reivindicación de las etnias originarias. Entre los cronistas contemporáneos no es posible dejar de citar a la arqueóloga y antropóloga italiana, nacionalizada mejicana, Laurett Sejourné quien señalase: “El día que la ideología colonial sea completamente disipada esta resistencia (la indígena) contará entre las hazañas más nobles que la humanidad haya conocido”.

 

El atroz genocidio

Como era de esperarse, la resistencia indígena fue finalmente quebrada a causa de la extrema superioridad armamentística y el enorme apoyo financiero prestado por las monarquías europeas involucradas en el proceso de conquista, dando paso a un atroz genocidio,

Bartolomé de Las Casas, un conquistador español que fue encomendero y se hizo sacerdote de este lado del Atlántico estimó que en 1542, a cincuenta años del “descubrimiento”, habían sido muertos, principalmente a causa de la conquista militar, los malos tratos y la esclavización alrededor de 21.500.000 personas en los territorios conquistados por España, ello sin incluir las regiones de Yucatán, Cartagena de Indias, Florida, Río de la Plata, Nueva Granada y Santa María. Esta cifra aportada por de Las Casas es bastante congruente con una estimación muchísimo más reciente del parlamentario belga André Flahaut quién siendo Ministro de la Defensa, sostuvo en un informe presentado a su gobierno en el año 2004, titulado “Genocidios”, que en la América se cometió el mayor genocidio de la historia mundial, ya que desde que Colón puso pie en este continente fueron asesinados unos 15 millones de indígenas en la América del Norte, a los cuales habría que sumar otros 14 millones que fueron masacrados en la América del Sur, cifras que sumadas representan alrededor del 52 % del total de la población nativa estimada para la fecha de la llegada de los europeos. Añadiendo que aunque la cantidad de víctimas no se puede saber con certeza, sí existen pruebas irrefutables de una deliberada campaña de exterminio, despojo y aculturación de los pueblos nativos, que se contraponen a las distintas teorías “negacionistas”.

Los negadores del genocidio indoamericano, se empeñan en sostener que lo que aquí hubo después del “descubrimiento”, fue un “colapso demográfico”, causado más por las enfermedades contagiosas portadas por los conquistadores europeos, principalmente la viruela, que por las guerras y otras causas derivadas de la violencia de la conquista. Un “negacionista” insigne fue el Papa Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), quien a pesar de las disculpas ofrecidas por su antecesor Juan Pablo II, a causa del comportamiento de la iglesia católica a todo lo largo de la conquista y la colonización americana, durante su visita pastoral al Brasil en mayo del 2007, sólo alcanzó a admitir que la colonización del continente americano a partir del siglo XV y su evangelización por parte de la iglesia católica que él encabezaba, vino acompañada de «sufrimiento» e «injusticias» para los indígenas, pero que la Iglesia había “purificado” a los indios y que volver a sus religiones originales sería un retroceso. Es a causa de estas declaraciones que el Comandante Chávez, Líder Eterno de nuestra Revolución Bolivariana le solicitase pedir disculpas, en los siguientes términos: «Como jefe de Estado le ruego a Su Santidad que se disculpe. No entiendo cómo puede afirmar que la evangelización no fue impuesta, si llegaron aquí con arcabuces y entraron a sangre, plomo y fuego. Aún están calientes los huesos de los mártires indígenas en estas tierras», añadiendo seguidamente: «Aquí con Colón no llegó Cristo, llegó el Anticristo. El holocausto indígena fue peor que el Holocausto de la II Guerra Mundial y ni el Papa ni nadie puede negarlo».

Las descripciones realmente dantescas de Bartolomé de las Casas al denunciar la matanza de los aborígenes llamaron la atención del rey de España, quien se dio cuenta del grave riesgo de perder la mano de obra sin la cual no era posible explotar las minas, las plantaciones y las haciendas. La monarquía dictó entonces las “Leyes de Indias” que, bajo un pretendido manto humanitario, escondían la verdadera intención de los reglamentos sobre la encomienda, que no era otro que preservar la mano de obra indígena. Sin embargo, la verdadera respuesta a este problema que para ellos no era realmente de carácter humanitario, sino de índole económica, fue la de traer esclavos africanos para sustituir las extintas o muy diezmadas comunidades indígenas como entes productivos. En una interesante nota sobre el padre Las Casas, el escritor José Martí, prócer augusto de la independencia de Cuba, señalaba: «es verdad que Las Casas por el amor de los indios aconsejó al principio de la conquista que se siguiese trayendo esclavos negros que resistían mejor el calor: pero luego que los vio padecer se golpeaba el pecho y decía ¡con mi sangre quisiera pagar el pecado de aquel consejo que di por mi amor a los indios!”

Fue el caso que para reemplazar como trabajadores a la gran cantidad de indígenas muertos en las posesiones coloniales durante el siglo XVI, a partir del siglo XVII los europeos capturaron alrededor de 60 millones de africanos al sur del Sahara, de los cuales, según el historiador británico Eric Hobsbawm, sólo unos 12 millones llegaron vivos a América donde fueron reducidos a la esclavitud. La diferencia entre personas capturadas y personas que llegaron vivas a la América se explica porque una parte de los capturados morían por efecto de la captura y de la retención en espera del viaje, otra parte moría durante el viaje y algunos eran sometidos a esclavitud en el Africa misma. Así mismo, es necesario tomar en cuenta que hasta el 10% de los esclavos que trabajaban en plantaciones, minas y otros oficios morían cada año por las extremadamente precarias condiciones de vida y los abusos laborales. La exportación de tanta gente, hombres y mujeres en edad productiva, produjo un abandono de la agricultura y detuvo el progreso de regiones enteras, dejando a este continente en permanente desventaja frente a otras partes del mundo, lo que en buena medida explica la continuada pobreza de la región. ¡A un genocidio sucedió otro genocidio, en suma, dos  verdaderas catástrofes demográficas generadas por las naciones supuestamente más avanzadas de Europa, desde finales del XV hasta bien entrado el siglo XIX: Portugal, España, Francia, Holanda y en menor grado Inglaterra, sin que dejasen de participar en ella desde su misma creación, los Estados Unidos de Norteamérica, algunos de cuyos “Padres Fundadores”, Jefferson y Adams, entre ellos, fueron connotados terratenientes esclavistas!

Una colonia española arrendada a banqueros alemanes

La creación de la Provincia de Venezuela tiene su origen en la fundación de la ciudad de Coro en 1527 y fue oficializada por una real cédula emitida por Carlos I el 27 de marzo de 1528, que le asignaba el territorio comprendido entre el cabo de La Vela, en la península de la Guajira, zona limítrofe con la gobernación de Santa Marta (actual Colombia) hasta Maracapana, región del río Unare, en las inmediaciones de la actual ciudad de Barcelona, incluyendo las islas que están sus  costas y nombraba gobernador a Juan de Ampíes, fundador de Coro. Resulta claro que no se incluían entre sus límites las únicas riquezas minerales detectadas y ya en proceso de explotación en el territorio venezolano para aquel entonces: los ostrales de Cubagua y las salinas de Araya.

No se secaba aún la tinta con la que se había suscrito la real cédula de su creación, cuando el mismo Carlos I, convertido en Carlos V, emperador de España, Alemania, Austria, Nápoles, Sicilia, los Países Bajos y el inmenso Nuevo Mundo, defensor de la fe católica y vicario guerrero de Dios en la tierra, suscribe al día siguiente 28 de marzo de 1528, un contrato con los Welser, que a la sazón eran una familia de banqueros de Augsburgo (Alemania) y una de las principales casas financieras de Europa, mediante el cual éstos obtienen en arrendamiento el territorio correspondiente a la recién creada Provincia de Venezuela.

Resulta una verdad de Perogrullo el decir que el citado contrato venía a ser el pago de los 850.000 florines aportados en préstamo por los banqueros alemanes  Függer y Welser para convertir al hijo del seductor y la loca y nieto de los reyes católicos en el heredero de Carlo Magno y el Sacro Imperio.

El funesto contrato obligaba a los alemanes a fundar por su propia cuenta dos pueblos y tres fortalezas, llevando 300 hombres para cada una de las poblaciones; también les exigía aportar 50 técnicos para explotar las minas de la región. A cambio de ello les otorgaba el gobierno así como un pleno derecho sobre la explotación de todos sus recursos naturales así como un tácito derecho sobre la vida y los bienes de todos los habitantes, por lo que resultaba un cínico eufemismo el decir que no implicaba pérdida de soberanía, por el sólo hecho de que los gobernadores alemanes estaban sometidos a la jurisdicción de la Real Audiencia de Santo Domingo.

Considero que no vale la pena hablar en detalle de lo acontecido durante los 18 años de desmanes transcurridos bajo el mandato de los cuatro gobernadores alemanes; ellos se establecieron en Coro y desde allí emprendieron una serie de expediciones en busca de oro y de nativos para convertirlos en esclavos. El oro no lo consiguieron porque no existía ni existe en el país el oro de veta, tal como se encuentra en las minas buscadas por ellos, sino el oro de aluvión; su ignorancia de este hecho aunada a su extrema codicia y carencia de humanidad les llevó a masacrar una importante población nativa tratando de arrancarles el secreto de la localización de lo que llamaron El Dorado.

Sólo me siento animado a reseñar que Ambrosio Alfinger, el primero de sus gobernadores, que según el inmortal Galeano no dejó indio sin marcar y vender en los mercados de Santa Marta, Jamaica y Santo Domingo, murió con la garganta atravesada de un flechazo que recibió en un encuentro con los aborígenes en mayo de 1533 y que el último de ellos, de nombre Felipe de Hutten, quien se aventuró a llegar hasta las riberas del Orinoco en la búsqueda de El Dorado, fue ajusticiado por el conquistador español Juan de Carvajal en mayo de 1546.

También considero oportuno reseñar que el mito de El Dorado, que tanta muerte y sufrimiento causó en el seno de nuestros primeros pobladores, ha resultado ser una clamorosa realidad plasmada en “El Arco Minero del Orinoco”, que cuenta con unas de reservas de oro estimadas en 7.000 toneladas, así como con ingentes reservas de cobre, diamante, coltán, hierro, bauxita, torio y otros minerales, aún por cuantificar.

La colonia preterida del imperio español en América

A diferencia de México o del Perú, en el territorio que conformaba la Provincia de Venezuela no se detectó, durante la conquista y a lo largo del proceso de colonización, la presencia de los recursos minerales de alto valor, el oro y la plata, que luego de ser explotados de manera más que irracional e intensiva con mano de obra esclava, fundamentalmente nativa, eran exportados a la península para hacer del imperio español el más rico y poderoso del planeta; casi exclusivamente por esta razón dicho imperio  lo mantuvo organizativamente como una simple provincia, con la minusvalía que ello implicaba en el marco del régimen colonial, hasta finales del siglo XVIII, cuando fue creada la Capitanía General de Venezuela.

En cambio, en los casos de México y el Perú, en consonancia con la altísima importancia de carácter crematístico que dichas regiones comportaban, ya en 1535, a la caída de la ciudad de Tenochtitlán fue creado el Virreinato de la Nueva España, y posteriormente en 1542, el Virreinato del Perú, poco tiempo después de la entrada de los españoles en la ciudad del Cuzco.

El Virreinato de la Nueva España cuya capital Ciudad de México fue establecida en la antigua Tenochtitlán, incluyó lo que actualmente es México, más los actuales estados de California, Nevada, Colorado, Utah, Nuevo México, Arizona, Texas, Oregón, Washington, Florida y partes de Idaho, Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y Luisiana, de los actuales Estados Unidos, lo que permite visualizar la extraordinaria magnitud del despojo del que fue víctima México por parte del imperio norteamericano durante el siglo XIX; pero incluía también la parte suroeste de la Columbia Británica del actual Canadá; más la Capitanía General de Guatemala (que incluía los actuales países de Guatemala, Belice, Costa Rica, El Salvador, Honduras y Nicaragua); más la Capitanía General de Cuba (actuales Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Trinidad y Tobago y Guadalupe); así como, finalmente, la Capitanía General de Filipinas, (comprendiendo las Filipinas, las islas Carolinas y las islas Marianas, en el océano Pacífico, en Asia y Oceanía). En resumen, un vastísimo sub-imperio colonial.

El Virreinato del Perú incluía todo el territorio de la Suramérica conquistada por España, con excepción del territorio de la Provincia de Venezuela. Otro sub-imperio no menos importante que el anterior.

En el transcurso del tiempo fueron creados el Virreinato de la Nueva Granada o de Santafé en 1717, y el Virreinato del Río de La Plata en 1776, ambos desmembrados del original Virreinato del Perú, por diferentes razones de orden económico.

El Virreinato de Santafé, cuya capital fue Santafé de Bogotá comprendió dentro de sus límites los territorios de las actuales repúblicas de: Colombia, Ecuador, Panamá, Costa Rica y Venezuela, además de regiones del norte del Perú y Brasil, y del oeste de Guyana.

Por su parte, el del Río de La Plata, con capital en Buenos Aires abarcó los actuales territorios de Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay y Paraguay, así como partes del sur del Brasil.

El único propósito de esta breve disgregación histórica ha sido el poner de relieve que por causa de la carencia de oro, plata y piedras preciosas aunque también quizás por habernos cobrado la heroica resistencia de nuestros aborígenes, que retardase por casi un siglo el proceso de colonización, el imperio español nos mantuvo en estado de evidente minusvalía institucional hasta finales del siglo XVIII, y ello a pesar de la gran importancia geopolítica de nuestro territorio derivada de su estratégica ubicación al norte de la América del Sur.

La colonia preterida sale adelante a partir del empuje de sus criollos

La carencia de yacimientos de metales preciosos como el oro y la plata y de piedras preciosas como las esmeraldas, rubíes, topacios y diamantes, así como la escasa cantidad de yacimientos de otros minerales valiosos como el estaño y el cobre, del cual por cierto la familia de El Libertador Simón Bolívar heredase unas ricas minas localizadas en la región de Aroa en el actual estado Yaracuy, hizo necesario el desarrollo de una agricultura de plantación, tanto para satisfacer el consumo interno como con propósitos de exportación.

Esta agricultura de plantación, basada en propiedades de gran extensión territorial y desarrollada fundamentalmente con mano de obra esclava, tanto nativa como traída del África, tuvo como principales rubros: el cacao, el tabaco, el añil, el algodón, el café y la caña de azúcar, algunos de ellos de extraordinaria calidad a nivel internacional, como el cacao cuya variedad “Chuao” es aún hoy en día un ingrediente fundamental en la elaboración de los más exquisitos chocolates europeos y el tabaco “Varinas” cultivado en la región del actual estado Barinas, que aventajaba en mucho al mejor tabaco de Virginia, cultivado en el sur de los Estados Unidos, en el mercado europeo de la época.

También se desarrolló una importante actividad ganadera, que fue de hecho la primera actividad económica desarrollada en la tierra firme venezolana y que condujo a una importante exportación de cueros.

Los excedentes de esta importante actividad agropecuaria eran vendidos mayoritariamente a ingleses, franceses y holandeses de manera ilegal pues el imperio español tenía prohibido a sus colonias comercializar con cualquier otra nación.

Este comercio ilegal se hacía inclusive a través de empresas autorizadas por la propia colonia española para abastecer de mano de obra esclava a sus colonias del nuevo mundo, tales como la Real Compañía de Guinea, empresa comercial de origen francés, y la Real Compañía Inglesa de los Mares del Sur. Lo importante es señalar que por esta vía se estableció un importante intercambio comercial con esas naciones, que incluyó libros así como no pocos artículos suntuarios.

Otra porción importante de la actividad comercial se hacía con España y otras colonias, por medio de los buques de bandera  española que traían vino, aceite y telas, inicialmente, y más tarde esclavos africanos para trabajar en las plantaciones,  regresando cargados de productos agropecuarios rumbo a la península y también a México.

El cacao, que llegó a ser el más importante producto de exportación desde 1620, y por más de dos siglos hasta el surgimiento del café, también era exportado a México en embarcaciones propias fletadas por los productores criollos.

Como quiera que el contrabando se incrementara en forma alarmante en las primeras décadas del siglo XVIII, en grave detrimento de los intereses económicos de la corona española, se hizo preciso combatirlo, por lo que en 1728 fue creada la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, con el objeto de monopolizar las actividades comerciales de la Provincia de Venezuela.

Se trataba de una empresa constituida con base en acciones, cubiertas la mayoría de ellas por capitalistas vascos, principalmente de la provincia de Guipúzcoa, en el norte de España. Al rey se le dio una considerable participación en el negocio, pues recibió de los empresarios 200.000 pesos en acciones, circunstancia que permitió darle a la empresa un carácter oficial; de allí su denominación de Real Compañía. Su operación se extendió por un poco más de medio siglo, desde 1730 hasta 1785.

En líneas generales puede decirse que la Guipuzcoana logró cumplir en muy buena medida los objetivos para los cuales fue creada, logrando golpear duramente el contrabando para lo cual estaba investida de una autoridad que le permitía castigar cualquier violación, así como ejerciendo un feroz monopolio comercial, con beneficios desmesurados para sus socios, en detrimento de los productores y comerciantes locales.

La compañía lesionó en forma importante los intereses de los grandes productores y comerciantes, acostumbrados a negociar sus precios y a comerciar directamente con México a donde exportaban más cacao que el que enviaban a España. También lesionó en gran medida los intereses de numerosos grupos de pequeños agricultores y comerciantes, ya que estos grupos eran los más ligados al contrabando.

La Guipuzcoana se hizo particularmente odiosa, porque trataba de controlar el gobierno de la colonia y ponía al frente de los cargos más relevantes a personas de su confianza.

Siempre se le hizo una oposición fuerte, aunque inicialmente fuese legal y pacífica, pero con el transcurso del tiempo llegó a  ser una oposición violenta que generó insurrecciones tales como: la que encabezó Andrés López del Rosario, más conocido como «Andresote», quien llegó a ser jefe de numerosos esclavos y negros libres de la región del río Yaracuy, estableciendo su control sobre aquellas tierras y protegiendo el contrabando con los holandeses, entre 1732 y 1735; y la que acaudilló Juan Francisco de León, un canario que era Teniente Cabo de Guerra y Juez de Comisos de Panaquire, quien fue denunciado por un factor de la Guipuzcoana de permitir prácticas de contrabando con los holandeses, que tuvo lugar entre 1749 y 1752.

Ambas insurrecciones, que fueron particularmente cruentas, fracasaron en el logro de sus objetivos que no eran otros que la expulsión de la Guipuzcoana, algo imposible de lograr dado su carácter oficial. Sin embargo, sobre todo de la última emergió con gran fortaleza la clase de los nobles criollos, que de hecho había sido instigadora y sostenedora de ambas, al alcanzar importantes reivindicaciones de carácter comercial y legal.

Aunque el enfrentamiento no haya sido directo con el imperio español, no hay dudas de que en el seno de esa clase, muy postergada por la de los venidos de la península, aunque muy opresora a su vez de las otras clases coloniales (indios, negros y pardos, que son una mezcla de los anteriores, entre sí y con los blancos), debió quedar implantado el sentimiento de que cambios más profundos eran posibles.

(*) “Venezuela, un pequeño pero valeroso y digno país que ya ha derrotado a dos imperios”, Carlos E. Lippo, Editorial Académica Española, páginas 3- 16, mayo de 2018.

Caracas, octubre 10 de 2018

Por REDH-Cuba

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