Los operadores del presidente Donald Trump quieren acabar pronto con los gobiernos revolucionarios y progresistas de América Latina y el Caribe, y hablan descaradamente de la vigencia de la Doctrina Monroe. Pero el paso de los meses ha puesto a pensar por lo menos a su jefe que la tarea no es tan fácil. Lo hizo expresar su frustración por el fracaso del plan relámpago del asesor de seguridad nacional John Bolton para derrocar al presidente Nicolas Maduro y lo ha conducido a aburrirse del tema para concentrarse en la irresponsable política contra Irán, la del propio Bolton, de Pompeo y del yernísimo, Jared Kushner. Hicieron creer a Trump que conseguirían quebrar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana para que, al menos, un sector militar tumbara a Maduro, tal vez con una ayudadita de tropas especiales yanquis. Después de eso, pensaban, el gobierno cubano caería como ficha de dominó y el sandinismo en Nicaragua no duraría un suspiro. Helo a continuación.
Han transcurrido seis meses desde que Bolton anunció en Miami sanciones contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, a los que denominó la “ troika de la tiranía” (1-11-2018). Añadió que Estados Unidos esperaba ver caer cada sórdido triángulo del terror
en La Habana, Caracas y Managua.
En marzo pasado, hinchado por los desorbitados elogios prodigados por Bolsonaro en su visita a la Casa Blanca, Trump proclamó triunfalmente la llegada del crepúsculo del socialismo
. Meses más tarde, Bolton, de nuevo en la ciudad floridana, cuando celebraba a los integrantes de la brigada mercenaria de la CIA derrotada 58 años antes en Playa Girón por el pueblo cubano, a la que con su mendacidad habitual inventaba batallas y hechos heroicos sólo ocurridos en su afiebrada imaginación, anunció nuevas sanciones contra Cuba y los otros dos miembros de la troika. En aquel momento, eran tales los aires marciales despertados por la compañía de los freedom fighters de Bahía de Cochinos y por sus propias y delirantes mentiras que hicieron exclamar al superhalcón: Cuba, Venezuela y Nicaragua están empezando a desmoronarse.
En ese discurso dio a conocer la suspensión de las exenciones al título III de la ilegal e inmoral ley Helms-Burton decretadas cada seis meses desde 1996 por el presidente Clinton y sus sucesores y por el propio Trump hasta el anuncio de Bolton. Ello, claro, no libera a Clinton de su responsabilidad histórica en la aprobación de una norma que codificaba todas las leyes del bloqueo, concebido desde su inicio, hace casi 60 años, como cínicamente escribió entonces el subsecretario de Estado Lester Mallory: la mayoría de los cubanos apoya a Castro. El único modo efectivo para hacerle perder el apoyo interno (al gobierno) es provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria. Hay que poner en práctica rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de disminuir los salarios nominales y reales, con el objetivo de provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno.
Las sucesivas exenciones al mencionado título I obedecieron a un acuerdo con la Unión Europea y Canadá, que habían puesto pleito a Estados Unidos en un tribunal de la Organización Mundial del Comercio por la posible aplicación que pudiera hacer de esa sección de la ley. Sus inversiones en Cuba podían resultar muy perjudicadas al abrirse la posibilidad de que antiguos dueños de propiedades nacionalizadas por la revolución cubana pudieran reclamar compensaciones a quienes se beneficiaran de ellas, como puede ser el caso de los inversionistas en la isla. Existe, además, otra razón fundamental, la agresiva extraterritorialidad de la norma y, por tanto, el precedente que podía sentar.
Pero como es sabido, a Estados Unidos, que nunca fue muy dado a respetar el derecho internacional, en la actualidad le importa un bledo. Trump ha roto tratados y acuerdos sin inmutarse, incluso tan delicados como el Acuerdo de París para el cambio climático o el tratado de misiles de alcance corto y medio con Rusia. El caso del bloqueo a Cuba es paradigmático de un atropello sin igual a la ley internacional, pues como acaba de comentar el canciller ruso, Serguei Lavrov, en conferencia de prensa con su par cubano, Bruno Rodríguez, sólo dos países en el mundo votan en la ONU en favor de la medida de fuerza. Lo peor para Washington es que pese a todo el daño que hace el bloqueo a la economía y a los cubanos no ha logrado ni logrará doblegarlos, como tampoco a los venezolanos. Hay que ver cómo Cuba y Venezuela, cada una en su circunstancia, están dando la pelea por salir adelante. Es una de las razones por las que el autoproclamado títere de títeres se ha desinflado de tal forma que, contrariamente a todo lo que prometió a sus partidarios, ha tenido que aceptar las pláticas en Oslo para un arreglo político en Venezuela. Pero, cuidado, la potencia del norte nunca aceptará países independientes en su patio trasero.
Fuente: La Jornada