I

Desde su publicación, el 30 de enero de 1891, en el periódico El Partido Liberal, el ensayo “Nuestra América” de José Martí, se convirtió en uno de los textos fundadores e imprescindibles del pensamiento latinoamericano, pero también, en uno de los textos iniciadores del modernismo hispanoamericano. Su esencia brinda una profunda mirada a la realidad que se vivía y expone la necesidad de realizar cambios radicales que liberasen a la región de sus viejas ataduras, al mismo tiempo, en que se evitasen nuevos lazos que conducirían a la pérdida de la soberanía de las naciones de la zona. Las palabras que Martí presenta en “Nuestra América” tienen urgencia y se anteponen el análisis extenso y acabado tan usual en la cultura de la época. Martí legó consiente su interpretación sobre las problemáticas regionales y no solo de sus problemas. “De ahí, pues, lo extenso de su estudio que requiere por ello de la síntesis”, como diría el investigador Pedro Pablo Rodríguez, del Centro de Estudios Martianos de La Habana, Cuba.

El ensayo “Nuestra América” no únicamente es el análisis de la realidad vivida en aquellos años, no es tan solo la búsqueda de las raíces profundas de ese presente, no es solamente una mirada al futuro, es ante todo una mirada nueva con otra perspectiva y otra lógica, muy diferente a las que hasta entonces sobresalían, no podía Martí traicionarse a sí mismo, ni traicionar lo que durante sus muchos años de exilio y propaganda revolucionaria había conocido y vivido, no podía pues, repetir lo que tanto combatía. “Nuestra América” es la voz de los sin voz, es la expresión del alma de hombres y mujeres que a lo largo de los siglos han configurado, reproducido y mantenido nuestras particularidades esenciales, simientes de cada una de las variadas formas de entender el mundo que a lo largo y ancho de la geografía, desde la Patagonia hasta el Rio Bravo, constituyen nuestras identidades, y que a la vez, se aglutinan para dar forma al ser latinoamericano, “Nuestra América” da un justo reconocimiento a esas diferencias que nos unen. Ya Martí había dicho que deseaba “desatar a América y desuncir al hombre”.

En el ensayo, el prócer cubano habla manifiestamente de las independencias americanas, dice Martí: “¿Ni en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de la pelea del libro con el cirial, sobre los brazos ensangrentados de un centenar de apóstoles?”.

A pesar de reconocer lo complejo de los procesos de liberación, Martí tiene una idea tangible de los senderos que abrieron en provecho de nuestros pueblos, pero también tiene una mirada crítica y preocupada por los regímenes republicanos que apartan a las clases populares y se instituyen con base en formas organizativas de otras realidades, esta inquietud lacerante la expreso así: “las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota de potro”; “los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra había de gobernar”. Y el continente desatendió o desoyó “a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse” y dio lugar a un gobierno que no tenía por base la razón de todos en las cosas de todos”, sino “la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros”.

Trágicos hechos, gobiernos generados por los pueblos que niegan su esencia y miran para copiar modelos sin raíz, que imponen lógicas ajenas y que reproducen la época colonial en tiempos de la república. “Nuestra América” llama a rescatar la unidad apasionada de las luchas libertadoras y a retomar el rumbo que las necesidades propias de la región marcaban –y aún marcan- con la plena la inclusión de las clases desposeídas.

II

Martí vislumbra lo complicado y complejo propio de la definición de nuestra identidad, de lo latinoamericano: identidad surgida de la resistencia de los pueblos originales, mestizos y afrocaribeños, a la intensión imperial de occidente de incluirnos en su proyecto civilizatorio y de incorporarnos en la llamada “verdadera cultura”. Esa deberá ser Nuestra América, la que nos han llamado a crear: la América nuestra de los pobres, la de los hombres y mujeres naturales que hacen suyo el pensamiento, la voz y la palabra. La América del porvenir, que nacerá de las luchas del presente. Pienso en el pueblo de cubano, resistiendo durante décadas ante el Imperio, en los pueblos latinoamericanos que ahora mismo emprenden jornadas heroicas de resistencia, pienso en todos quienes han sacrificado su vida y dedicado su ser al mejoramiento humano; muestras de dignidad humana. Pero también pienso en Ayotzinapa, en sus madres y padres, en los 43 desaparecidos, en la dignidad y la esperanza, en los pueblos originarios en rebeldía, en los proletarios que con su trabajo edifican las sociedades y en las mujeres que con la luz del feminismo revierten siglos de opresión.

Horizontes optimistas se abrieron desde el 2011 en la historia reciente de América Latina, con la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que representa uno de los acontecimientos más importantes en las últimas décadas en materia de integración y cooperación, ya que la construcción de una nueva organización sin la presencia directa del imperio de los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá, en este año 2020, México ha comenzado a tutelar esta organización razón por la cual reviven las esperanzas y los esfuerzos de materializar el sueño de libertadores americanos como Simón Bolívar y José Martí, quienes entregaron sus vidas por la unidad y autodeterminación de lo que el prócer cubano llamó “Nuestra América”.

Los países de Latinoamérica y el Caribe han entrado en una nueva disyuntiva: romper la hegemonía imperialista de los Estados Unidos de Norteamérica materializando el ideal de una América nuestra libre, autónoma, justa y con una efectiva autodeterminación nacional; o bien, continuar la larga noche de la historia latinoamericana y caribeña que se ha escrito por el mandato de un país empeñado en expandirse y dominar a lo largo del territorio americano, bajo las más antidemocráticas formas de gobierno, como fueron las dictaduras de los años setenta en países como Chile, Uruguay, Paraguay, Argentina y Nicaragua, o como recientemente han hecho con la imposición de un gobierno en Honduras y el último nefasto golpe en Bolivia, además claro, del asedio constante sobre Cuba y Venezuela por parte del imperialismo estadounidense. La coyuntura actual de crisis sistémica del capitalismo ha permitido la conformación de la CELAC, en manos de los gobiernos y pueblos de Nuestra América está el consolidar esta oportunidad histórica por el bien de todos a los que su vida entregaran Bolívar y Martí.

El ideal martiano de conformar un frente a la hegemonía de los Estados Unidos de Norteamérica, por tanto tiempo esperada, se va materializando, desde luego, no sin la resistencia de viejas oligarquías que aún mantienen intereses en los países caribeños y latinoamericanos. Además, las viejas formas de desestabilización utilizadas por el imperio norteamericano, vuelven a ser implementadas para frenar el avance de la liberación de los pueblos, como desde años atrás viene ocurre en la Venezuela de Simón Bolívar y Hugo Chávez y que hoy continua Nicolás Maduro. El águila pretende nublar el cielo libre venezolano, amenaza y señala, pero la dignidad de una patria consciente no se domina ni se derrota, nuevamente Bolívar y Martí serán honrados. ¿Cuándo podremos hacer entender al imperio que la verdadera democracia es el sencillo hecho de que el pueblo decida libremente su destino? ¿Cuándo el buitre disfrazado de águila comprenderá que la autonomía y la autodeterminación de los pueblos es un derecho que a muerte se defiende?

Mientras el imperio exista como tal, no podemos descansar en las mieles de la contemplación, toda Nuestra América nos necesita, la humanidad nos llama. La construcción de una nueva América nuestra necesita de todos los esfuerzos posibles, por lo que la batalla de las ideas a la que José Martí nos llamó tiempo atrás es el medio por el cual podemos contribuir generando debates y nuevos pensamientos, al tiempo mismo en que conservamos la memoria de nuestros pueblos.

III

La iniciativa surgida de la V Reunión del Consejo Mundial del Proyecto “José Martí” de la UNESCO, de celebrar cada 30 de enero, el Día de la Identidad Latinoamericana y Caribeña, tiene sus orígenes en esta ciudad de Mérida, en el año de 2009 bajo la coordinación del doctor Armando Hart Davalos, quedo instituido para toda la América Nuestra y el resto del mundo, honrar a Martí, honrando a cada uno de nosotros quienes damos vida a la riqueza y valores culturales de nuestros pueblos.

Esfuerzos como el que hoy nos llama a comunión deben reproducirse en los centros educativos de todo el Estado, celebrar nuestra identidad latinoamericana y caribeña, debe ser un ejercicio diario. Leer y honrar a los próceres de nuestra identidad, conocer los orígenes de nuestras manifestaciones culturales y ser conscientes de nuestra múltiples identidades, contribuirá a mejorar las relaciones sociales y culturales, además, reconocer que el color de nuestra tierra no es uno, sino muchos, ayudará a evitar que el racismo, la discriminación y la intolerancia sigan lacerando a nuestras sociedades. Reconocernos diversos con una misma raíz es fundamental. Nuestra América se nutre de la raíz indígena y se plasma en nuestra particular forma de ser. Otra sería nuestra realidad sí en las escuelas básicas se leyera de manera permanente la “Carta de Jamaica” de Simón Bolívar y el ensayo “Nuestra América” de José Martí junto a nuestras historias libertarias. Celebremos nuestra identidad, reforcémosla, divulguémosla con orgullo, y tengamos fe como Martí; “en el mejoramiento humano… y la utilidad de le virtud”.

Timado de Rebelión

Por REDH-Cuba

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