Ha pasado un mes de absoluto silencio. En el atardecer una luz roja y neblinosa desciende sobre la ciudad. Bandadas de cotorras surcan el cielo y no hay un perro o gato en los alrededores. Solo un infeliz vendedor cada mañana anuncia sus frutas a unos compradores que detrás de sus ventanas vacilan, porque pueden estar infectadas de pobreza y del virus.
El alma se sobrecoge frente a una isla convertida en ataúd flotante a la espera de los náufragos de esta inesperada imposición, de este silencio que obliga a pensar, de este encierro que demanda conversar, compartir, contestes de que hoy puede llegar a nuestra puerta, como el ángel de la muerte de las plagas bíblicas, el virus.
Quienes tenemos familiares en New york nos horrorizamos con las predicciones de que habrán 240,000 muertos en las próximas dos semanas; la fila de camiones en Italia, transportando las víctimas de este holocausto, nos acongojan. Antes del virus, nada parecía sacudir la inmensa indiferencia del ser humano frente a sus congéneres. En Siria un millón de niños refugiados muere de hambre; en Irak, aun no se secan las lágrimas por el millón de muertos, pero eso era allá y la gente podía cambiar el canal cuando salían los rostros de la infancia llorando en los refugios fronterizos, en jaulas de metal, y poner alguna comedia cómica de Eddy Murphy. Ahora, ya no hay blancos ni negros, ni ricos ni pobres. La naturaleza enarbola su guadaña de manera indiscriminada e implacable.
Y, mientras la preocupación universal es como superar este virus y como preservar la vida, el gobierno republicano de USA persiste en su agresión contra Cuba y Venezuela.
A Cuba acaban de impedirle el acceso a los suministros que envía China y dudo que los cubanos de Miami, a pesar de haber hecho una profesión muy lucrativa del anti-comunismo, se queden con los brazos cruzados frente a las implicaciones genocidas de este bloqueo para sus familiares en Cuba.
Lo mismo sucede con Venezuela, donde USA aprovecha que la atención mundial está en el Corona virus para enviar sus portaaviones, no acabando de entender que no es de su incumbencia determinar quien gobierna o no ese país, como no es la nuestra invadir a los Estados Unidos porque no apoyamos a Trump y exactamente la mitad de la población de USA lo rechaza y denuncia permanentemente.
¿Debemos armar brigada latinoamericanas de apoyo a los Demócratas? ¿A la Pelossi? ¿Para destituir a Trump?
Si algo enseña este virus es que la humanidad es una y que tenemos que reconocernos y respetarnos como hijos de un solo planeta. Ponerse en lugar del otro y otra. Paz.