He pensado mucho en el día después de esta pandemia. Y como yo, muchos. El ser humano es optimista por naturaleza. De otra manera no hubiese podido atravesar tantas desgracias en la Historia, muchas de las cuales han sido provocadas por otros humanos. Las guerras y masacres, los odios y venganzas no han podido acabar con la especie. Muchas veces ha tenido que enfrentar pandemias y se ha salvado.

Pero, repito, somos optimistas. Habrá un día después. ¿Nos imaginamos cómo será ese amanecer? Hagamos un ejercicio reflexivo. Porque hay que prepararse para ello en medio de tantas cifras que nos espantan, pero que debemos saber con transparencia para estar cada día más sobre aviso de lo que puede ocurrirnos, si no actuamos con cordura y responsabilidad. Eso nos ha enseñado, entre otras cosas, este inoportuno y malvado virus.

Habrá muchos que amanecerán con la cabeza baja. Sentirán vergüenza de su actitud egoísta y de sus hechos contra sus semejantes. Aquellos que robaron y maltrataron, los que, sin pensar en las consecuencias para ellos mismos, abusaron de la necesidad y la honestidad de otros. Tendrán que vivir, si es que lo lograron, con el enorme peso de las miradas de reproche y enojo de los honestos, de los que se quitaban de lo suyo para dárselo a otros más necesitados. Algunos se arrepentirán en privado, como en confesión, para tratar de minimizar el impacto de su culpa, aunque no todos creamos en la contrición de quien no hizo bien, cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.

Otros seguirán por la vida como si nada hubiera pasado. Son aquellos que, quizá por un cheque momentáneo, se sentirán con derecho de ofender a quienes seguimos aferrados a una idea de justicia inentendible para ellos. No importa que hayan nacido, y se hayan criado también, en la misma tierra que nos nutre, a la mayoría, de nobleza y ansias de igualdad. Son los que no pueden comprender a los agradecidos. Los que nunca sabrán lo que es la solidaridad.

Y los hay aún peores. Son aquellos gobernantes que no cuidaron a sus pueblos. Los que temen perder el favor de sus amos antes que salvar vidas. Y los amos que anteponen sus intereses personales y de clase a la vida de millones de sus conciudadanos. En medio de la pandemia se enzarzan en disputas de poder para ver quién prevalece. Es la misma ley de la selva que impera a diario en esos lares, enaltecida por una pandemia que no respeta clases ni estratos sociales. Con migajas tratan de acallar a quienes no tienen dinero para hacerse una prueba o, incluso, llamar a una ambulancia. Buscan fallas ajenas, no las propias, para justificar lo que no hicieron. Esos mismos que anticipan cifras de posibles muertes, como un macabro juego de números, mientras prosiguen persiguiendo a quienes están ayudando realmente al mundo.

Esos comparecerán ante el tribunal de la historia. Un día después recibirán la condena universal por todo el mal hecho. Sus intentos de socavar el orden internacional y sus estructuras, chocarán con la voluntad de millones de personas que creen en la colaboración sincera, no en los ataques. No lograrán el objetivo de cerrar todas las puertas de acceso a la igualdad. Miles de años de lucha contra seres como ellos hacen a la humanidad invencible.

Mientras tanto, el día después en mi país lo imagino glorioso. Saldremos a la calle, quizá aún guardando una sana distancia, por costumbre. Nos miraremos sonrientes y agradecidos. Nuestros hijos retornarán a sus escuelas para reencontrarse con sus amigos y profesores. Los novios, separados por la circunstancia, se volverán a besar. Los que tuvieron que ir a otras tierras a ayudar regresarán. Habrá fiesta, algarabía. Habrá también momentos de recordación a quienes no pudieron vencer la enfermedad. Pero habrá orgullo porque pudimos derrotar al virus. Y, seguro estoy, brindaremos también por el aporte a la ciencia de nuestros propios talentos, que permitió salvar a tantas personas.

Y, entonces, en fila interminable aplaudiremos. A los que cada noche homenajeamos durante los largos días de la tragedia. Pero también a quienes supieron guiarnos en medio de tan dura tempestad. A los que nos enseñaron, hace muchos años, el valor de la justicia plena. Y nos aplaudiremos a nosotros mismos, también, ¿por qué no? Al final, resistimos y demostramos que hay un modelo más preparado para vencer cualquier atentado a la vida humana. Y ese modelo es el nuestro.

Por REDH-Cuba

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