Hemos vuelto al Hogar – Refugio. Ambos términos son imprecisos, porque el objetivo primario –en estos días forzosamente trastocados de manera temporal–, es solo dar abrigo nocturno, a personas cada vez diferentes. Tal como acordamos, hoy se iniciaron las charlas educativas sobre el COVID – 19. Siete mujeres, seis de ellas nigerianas y una señora marroquí ya mayor, escuchan la explicación pormenorizada del doctor René Abeleira: cómo y cuándo lavarse las manos, cómo quitarse el nasobuco, qué distancia mantener entre personas, cuáles son las cantidades de cloro requeridas en cada caso para las manos, las superficies y los zapatos, entre otros temas. En unos días, saldrán de nuevo a la calle, que es la real, la única casa que tienen. Michele, nuestro lazarillo, traduce al italiano, pero enseguida cambia al inglés, ante la evidencia de que no todas entienden bien el idioma del país. Junto a la señora marroquí, traduce una italiana cuyos padres son árabes. Hay tres mujeres que son sexualmente explotadas, víctimas del tráfico humano. Al principio se respira expectación, incluso desconfianza, pero en la medida en que avanza la charla, que incluye demostraciones del traductor (actúa como un sobrecargo de avión que muestra las medidas de seguridad) y de las alumnas, siempre aplaudidas por las compañeras, se distiende el ambiente. Hay una que anota con esmero, como una escolar. En realidad, no importa la edad, parecen niñas. Se divierten, preguntan. No sé si podrán cumplir las normas que explica René, no sé si después tendrán nasobuco, si guardarán distancia de los otros –¿de sus explotadores?–, si podrán lavarse las manos con la frecuencia necesaria. No sé cuánto sobrevivirán. Pero hoy sienten que se preocupan por ellas. Al finalizar, la que parecía menos dispuesta pide la palabra y agradece a René por su presencia. Dice que le escribirá a su familia en Nigeria, para que siga sus consejos. René responde que Cuba recibió mucho en el pasado de África, y que los cubanos agradecemos esa herencia. Me habían advertido que no permitirían ser fotografiadas, pero ahí están todas reunidas junto a las asistentes sociales y al profesor cubano, mirando a la cámara que sostengo en las manos.
El doctor Sergio Levigni, director del Hospital, disfruta el sentido social de su profesión. Quizás por eso mantiene excelentes relaciones profesionales con la brigada cubana. Quiere buscar un espacio de esparcimiento para los niños en tiempos de pandemia, que quede además para una postpandemia que nos obligará a nuevas conductas públicas. En la tarde, Julio y otros compañeros recorren diferentes parques de la ciudad. Los encuentran llenos de adultos y de niños sin nasabuco. Pero la idea es sugerir los más apropiados. Hermosa tarea de asesoramiento que recaerá también sobre nuestro multifacético equipo Cuba: qué requerimientos epidemiológicos deberán ser contemplados para que los niños de entre 4 y 12 años puedan jugar, montar bicicleta o patines, pasear con sus mascotas, sin peligro de contagio. Entretanto, la brigada sigue peleando por la vida en la zona roja del Hospital.
En el borde exterior de la pandemia hay dos caminos, uno nos puede conducir a la extinción. Mis entrevistados, médicos, políticos, son pesimistas. Todos hablan de cambios, pero como siempre, los adecuan a sus intereses y a veces, conscientemente, a intereses ajenos. El escriba oficioso del imperialismo, Andrés Oppenheimer, sugiere que la clave está en la sicología: sueña con que el virus una a “sociedades profundamente divididas”, y sobrevenga la paz en ellas, la paz, sea dicho claramente, entre explotados y explotadores. Es tan evidente la necesidad de un cambio, que una proclama que llama a transformar el orden económico y social del mundo, aparece firmada por una constelación de estrellas de Hollywood, algunas más conscientes que otras. Otro grupo de economistas, sin embargo, presenta la solución inversa: la extinción del socialismo cubano. Mi admirado Atilio Borón insiste en que no son los virus (ni los autoproclamados think tanks, en inglés, como les gusta llamarse, añado yo), sino los pueblos, los que cambian la historia, pero advierte: “un espectro ronda no solo por Europa sino por todo el mundo: el espectro del postcapitalismo”.