El hospital de campaña –conocido oficialmente como Covid-ORG Hospital—incrementa cada día el número de ingresos. Ya alberga a 68 pacientes, en diferentes estadios de la enfermedad. Algunos son emigrados de muchos años. Amelia es una peruana, ya en recuperación, que hace unos días perdió en su país, por causas naturales, en el lapso de una semana, a sus dos padres. No es el Covid lo que la deprime: es la lejanía de la Patria y el dolor de hija ausente. Los médicos cubanos se detienen a escucharle los cuentos de su tierra y de su familia, y a brindarle apoyo. Pero la historia más conmovedora es la de los nonagenarios Paolo y Enma. La sala de este peculiar hospital, dentro de un enorme pabellón fabril, no eleva sus paredes hasta el techo (el puntal es excesivamente alto), de manera que los enfermos de mejor evolución, en “cuartos” delimitados por muros pequeños, sin puertas, deambulan a veces de un lado al otro. Los más graves están alejados de los menos graves o casi sanos, pero la distancia no siempre impide la comunicación. Enma está malita. Ya lo comentaba en otra ocasión. Y Paolo no puede resistir la tentación de visitarla. Así que vigila a los médicos y enfermeros cubanos e italianos y se “escapa” hasta el cuadrante de su esposa, como un apasionado amante veneciano. Pasan muchas cosas. Hay ancianos con Covid, que padecen de locura senil. Un señor que puede valerse por su estado físico, pero no mental, se desnuda completamente para ir al baño y deambula por los pasillos. Es difícil, pero hermosa esta tarea: curar los cuerpos mientras se alivia el alma.
Hoy 4 de mayo se abrieron las compuertas de la cuarentena social, al menos parcialmente, y hay personas sin nasobuco (aquí le llaman mascarilla) en las calles. El Estado las ha puesto a la venta, a precios módicos, en muchos puntos de la ciudad. Pero el capitalismo huele como un lobo los nichos de mercado: en un sitio web hallé la promoción de unas mascarillas “fashion” para mujeres, en modelos que oscilan entre los 10 y los 17 euros. Pero hay buenas noticias: hoy recibieron el alta cuatro pacientes. En total son ocho los que han vuelto a sus casas. Mañana el doctor Julio colocará las nuevas cintas blancas en el Árbol de la Vida. Esta tarde, los médicos y enfermeros asumieron un nuevo desafío: aprender a comunicarse en italiano. Una profesora impartió la primera lección, que por la rotación de los turnos, tendrá que repetir el miércoles. El viernes ofrecerá la segunda. Es una lengua fácil de asimilar para un hispanohablante, pero tiene sus trampas. Y hoy también empezó a funcionar un servicio de tintorería gratis para la brigada, lo que contribuirá a que el tiempo de descanso pueda aprovecharse mejor. Al doctor Abel Tobías lo espera mañana una carta de despedida de una de las pacientes que recibió el alta hoy. Ya les contaré.