Érase una vez un santiaguero que se destacó como estudiante de medicina. Al graduarse, integró el Movimiento de Vanguardia Mario Muñoz, creado por Fidel, y cumplió su primer año de postgrado en el municipio Segundo Frente. El siguiente, lo hizo en Guatemala. Allí obtuvo su primera especialidad, la de Medicina General Integral. Pero al volver, quiso permanecer en las montañas dos años más. Abel Tobías Suárez Olivares no dejó de estudiar y a sus 42 años, es especialista de 2do grado en Medicina Interna y en Organización y Administración de Salud. Su esposa, Vivian Vera Vidal, médico oftalmóloga, fue su compañera de brigada desde que, en 1996, empezaron la carrera. La relación comenzó, sin embargo, una noche de enero de 1998, bajo miles de antorchas encendidas en homenaje a Martí. Se casaron en 2002, después de recibir sus títulos. Ambos trabajan actualmente en el Hospital General Doctor Juan Bruno Zayas de Santiago de Cuba y tienen dos hijos: una niña de 10 años, y un varón de 8 (los cumplió el 17 de abril). Ella, también destacada como estudiante, trabajó junto a él en Guatemala. A veces me pregunto, por qué no tenemos series de televisión sobre la vida de personajes como estos, en hospitales como el de ellos. Ninguno de los dos se detuvo: él cumplió otra misión en Mozambique, de 2011 a 2015. Y ella, en Argelia, entre 2018 y 2019.
El doctor Abel Tobías ha ocupado diferentes responsabilidades en el Hospital, desde jefe del Cuerpo de Guardia, hasta vicedirector de Aseguramiento Médico. En noviembre de 2019 fue electo secretario general del Comité del Partido del centro. Una triste anécdota de sus días en Guatemala quedó grabada en su memoria: un padre no quiso que su hijo fuese atendido, porque atribuía el mal que padecía a un descuido mágico. El niño, dijo, había salido del río por la sombra y no por la parte del sol. La creencia, sin embargo, es una certera metáfora. Abel Tobías comprendió en Guatemala y en Mozambique, que en el mundo hay niños que nacen marcados por la oscuridad de su origen, y otros, por el sol. Aunque él no cree en destinos fatales. Un buen día de abril lo llamaron para que integrara la segunda brigada médica que partiría hacia Italia, uno de los países más ricos de Europa.
Nada de esto lo sabe la señora María Luisa Perrone, una italiana enferma de covid que fue atendida en el hospital de campaña de Turín por el doctor Abel Tobías. Hace dos días recibió el alta. No le correspondía al cubano estar, por la rotación, y ella quiso dejarle por escrito unas palabras: “Su profesionalidad y la grandiosa humanidad que nos ha demostrado, permanecerán para siempre en mi corazón y en mi mente. Ha sido un gesto de inmensa generosidad venir a Torino para prestarnos sus preciosos cuidados en este terrible momento y en esta peligrosa situación. No encuentro otras palabras, solo le puedo decir Gracias, Gracias, Gracias”. Abel Tobías estaba emocionado cuando lo abordé, pero sobre todo sorprendido. “La relación con ella es la que uno trata de mantener con todos los pacientes –me dijo con la voz aún entrecortada–, atenderlos como personas que son con un problema de salud, y realmente me sorprendió la carta, no la esperaba”.
En un país con tantos recursos, con una tecnología médica tan sofisticada, ¿qué puede aportar el médico cubano?, le pregunté. “Esa misma pregunta me la hizo un periodista de la Agencia EFE allá, el día de la despedida” –respondió. “Sería muy autosuficiente si hablara de un sistema de salud que ni siquiera conozco bien, pero lo que sí puedo decir es que le vamos a aportar el corazón. Ellos lo determinan todo por el monitor, nosotros por el paciente. Nosotros preferimos tocarlo para determinar sus signos vitales, y estar seguros de lo que sentimos. Nos enfocamos más en el método clínico. Por eso te decía: lo de nosotros es el corazón”.
Hoy, en la tarde, Abel Tobías colocó la cinta número diez en el Árbol de la Vida.