8 de mayo de 2020
No es un ejercicio placentero escuchar, ni ver, a Luis Almagro. No soy lombrosiano, ya seguramente no quedan muchos en Italia. No se trata de la conformación, creo yo, de su cráneo. Ni de estereotipos de belleza o de fealdad, siempre relativos. Quizás sea la conjunción de sus gestos y sus palabras, la mirada huidiza, el brillo sudoroso, la ausencia casi total de dignidad, lo que provoque repulsa en su rostro. Es posible que cada bajeza o acto despreciable, cada mentira dicha con plena conciencia, hayan marcado surcos en su cara que, dicen, es el reflejo del alma. Pero juro que traté de escucharlo. Llegué al minuto nueve. Una proeza. En ese breve lapsus, el vocero de la democracia imperial empleó el lenguaje totalitario de su patrón: diez veces dijo “definitivamente”; y otras tres, “absolutamente”. Ayer trató, una vez más, de descalificar el extraordinario esfuerzo internacionalista de nuestro pueblo. Sus palabras chocan contra el muro de los hechos. En Italia, por primera vez, el pueblo no lee en la prensa lo que supuestamente son o hacen los médicos cubanos; lo viven, y a veces, viven por ellos. El imperialismo no se conforma: mientras existan mujeres y hombres que sientan en el pecho el golpe de la virtud como imperativo de vida; mientras exista un pueblo que sienta orgullo de esos hombres y mujeres y los considere modelos a imitar, y los aplauda cada noche, se sentirá amenazado.
Me senté a conversar con dos médicos que salían de su turno de guardia en la zona roja. Apunto sus datos. Manuel Emilio López Sifontes es camagüeyano. Tiene 52 años, dos especialidades médicas (es MGI e intensivista), y ha cumplido ya tres misiones: en Mali (2004 – 2006), en Venezuela (2013 – 2016), y en Bolivia (2017 – 2019), interrumpida esta por el golpe de estado contra la democracia, que organizó el imperialismo y la OEA del «servil» Almagro. Su esposa, Luz Angélica Leyva Barceló, es bióloga, profesora de Morfofisiología del Instituto Superior de Ciencias Médicas de Camagüey. El hijo, de 28 años, es Ingeniero Informático. Miguel Acebo Rodríguez es villaclareño. Tiene 37 años y dos especialidades: es MGI, y neumólogo y estuvo antes en Venezuela, desde el 2008 al 2014. Su esposa es peluquera, se llama Lisandra Rivero López y tienen una hija de 4 años.
MANUEL EMILIO: “Mi primera misión, en Mali, fue por el Programa Integral de Salud (PIS), con pocas gratificaciones económicas –me cuenta –; era un honor que tenían todos nuestros profesores que habían cumplido misiones internacionalistas prácticamente por el salario que devengaban en Cuba y más nada, por convicción. Mali es un país muy pobre, tuve la suerte de ir como intensivista, pero mis colegas médicos de familia iban a los pueblitos de provincia, bien lejos y bien intrincados, donde estaban solos o quizás acompañados por otro cubano en la misma situación. Queríamos seguir el ejemplo de nuestros antecesores. Yo pensé que en cualquier momento me movilizarían como intensivista para enfrentar el covid, en cualquier lugar de Cuba. No, me llamaron para ayudar fuera del país. Y dije que sí, de la misma manera que lo hubiera dicho para trabajar en Cuba. Este mal es de la Tierra, no del terruño”.
MIGUEL: “Sin titubear dije que sí. En primer lugar, porque soy un especialista joven, y esta tarea es para mí un reto profesional. No solo nos regocija desde el punto de vista humano, también nos aporta profesionalmente. Esa disposición estaba desde mucho antes, porque cuando el coronavirus era todavía algo lejano en Cuba, me llamaron para que atendiera a un bailarín cubano que residía en China y que había llegado a Cifuentes con síntomas respiratorios. Recibí a ese paciente y me quedé con él durante 24 horas, hasta que se definió su diagnóstico. Aquello me llenó de fuerza. Finalmente no fue covid, era una influenza que había adquirido en Cuba”.
En Cuba todos los días por la noche los aplauden –les dije a los dos– y cuando cuento de sus vidas y hazañas aquí en mi perfil de Facebook, llegan decenas y decenas de comentarios que expresan la admiración que sienten los cubanos por ustedes. ¿Qué piensan de ese reconocimiento popular tan inmenso, cómo se ven a sí mismos?
MANUEL EMILIO: Nos tocó a nosotros, los trabajadores de la salud. Es nuestra guerra: las epidemias, las enfermedades. Y sí, es bonito sentir que se valora el trabajo que hacemos. Pero esa es nuestra responsabilidad como médicos. Tenemos que enfrentar la enfermedad, cualquiera que sea, y donde sea. No podemos tenerle miedo. Lo que sí tenemos que saber es cómo trabajar con ella y cómo cuidarnos. Porque en nuestra profesión siempre estaremos expuestos. El reconocimiento que nos da la población nos emociona, aunque en este momento estemos en nuestra guerra, la que nos toca”.
MIGUEL: “Bueno, yo sí estoy al tanto de los comentarios que llegan a tu perfil. Estamos muy contentos y muy emocionados por lo que escriben. Cada vez que escucho unos aplausos o veo un reportaje de nuestro trabajo, el de aquí o el de Cuba, porque aquellos son tan bravos como los que están aquí, es como si me removieran por dentro todos los órganos. Eso nos llena de fuerza y de alegría. Y siempre pienso en mi niña, mi esposa cada vez que puede me manda un video de Paola dándole a un caldero y aplaudiendo por su Papá. Cada vez que lo veo se me estruja el corazón”.