Hoy se cumple un mes de nuestro arribo a Turín, la capital de Piamonte, en Italia. Fue el 13 de abril, aunque el avión despegó de La Habana el 12. Todavía no estaba listo el hospital de campaña, pero los días iniciales sirvieron para que nuestros médicos y enfermeros visitaran el lugar, se acostumbraran al cambio de hora y conocieran otros centros hospitalarios de la ciudad. Una semana después se inauguró, y el domingo 19 de abril hizo su entrada el primer paciente. Entre los que permanecen hospitalizados y los que han sido dados de alta, se han atendido en sus salas alrededor de 100 personas positivas de coronavirus. La brigada cubana es relativamente joven (42 años como promedio de edad, el más joven de 26, pero todos con una o dos especialidades y muchos con misiones cumplidas en diferentes regiones del mundo), pero la mayoría de los enfermeros italianos que trabaja con ella, es aún más joven. La vocación de servicio, es necesario decirlo, es norma y no excepción en quienes se dedican a esta profesión. A veces, por paradójico que parezca en un país rico, los trámites de adquisición de medicamentos se vuelven engorrosos, y faltan los que se necesitan para determinadas patologías. Entonces la jefa de enfermeros, Alessandra Monzeglio, va hasta la farmacia más cercana y los compra con su dinero.
Quiero esta vez situarme en el ángulo de vista de nuestros anfitriones. Esta tarde conversé con la enfermera Julia, una italiana de 24 años, y solo un año de graduada. Trabajó, hasta el 19 de abril, en un Hogar de Ancianos. Es su primera experiencia hospitalaria. “Decidí estudiar enfermería –me dijo–, porque siempre me gustó ayudar a la gente, y convertir eso en mi trabajo cotidiano me completa, me hace feliz”. Supo de la convocatoria para los nuevos centros covid y optó por una plaza, a sabiendas de que muy probablemente clasificaría, porque existe un déficit de enfermeros. De Cuba solo conocía los tópicos habituales. Cuando pregunto, me dice: “Solo me viene a la mente el Che Guevara, la música, el baile, la gente alegre, el sol…”
Eran dos grupos humanos en un mismo escenario; los jóvenes italianos, riendo y hablando alto como nosotros, de un lado; los jóvenes cubanos, expresándose de la misma forma, del otro. La barrera del idioma fue rompiéndose en el trabajo, y en la similitud de idiosincrasias. “Al inicio fue difícil –comenta Julia–, porque es un lugar construido desde cero, y no todos tenemos experiencia en este tipo de trabajo; hacer que los que vienen de afuera se integren a un lugar en el que nosotros mismos no estamos integrados, es difícil. Pero después de haber vivido esa primera fase de adaptación para todos, pienso que fue bueno traer a gente de otro país, con otro tipo de experiencia, con otros conocimientos. Los cubanos están preparados, aunque desde luego son diferentes las escuelas, a veces los procedimientos, algo que puede cambiar no solo de un país a otro, sino incluso dentro de un mismo país, en dependencia de la escuela donde te has formado. Ya estamos más integrados, al menos con los que trabajo más cercanamente. Existe empatía, afinidad en los caracteres. Yo estoy contenta. Hace unos días conversábamos sobre el momento en que nos vestimos y nos desvestimos para entrar o salir de la zona roja; al inicio estábamos molestas con el cubano, decíamos ‘ahora viene este a decirme lo que tengo que hacer, y cómo tengo que hacerlo’, pero después comprendimos que era necesario y ahora, cuando vamos a salir lo buscamos, para que nos vigile y nos ayude, para sentimos más seguras”.
En el hospital hay seres humanos enfermos. Pero no es la Humanidad la que está enferma, no son los pueblos, siempre tan similares, es el sistema.