La ciudad de Turín (capital de Piamonte) es la capital industrial de Italia; una urbe de migrantes, de obreros, que llegan de todas las regiones de la Península, especialmente del Sur, y de otros países. Esa diversidad, quizás, favorece su intensa vida cultural. Pero la concentración poblacional –dicen los especialistas–, y su interacción laboral en las grandes fábricas y empresas, contribuyó a la rápida propagación del virus. La ciudad –lo mismo ocurriría en otras ciudades y países europeos– no avizoraba el peligro, ni estaba preparada para enfrentarlo. Faltaba, sobre todo, conciencia de su inminencia y magnitud. En un pueblo pequeño como Crema (Lombardía), el doctor Germano Pellegata, director general de su Hospital, me contaba: “Cuando llegó la brigada cubana, estábamos en una situación casi de colapso, teníamos 310 enfermos en el Hospital, más los que se atendían en el primer Socorro, que tenía camas en cualquier lugar. Llegaban treinta, cuarenta personas al mismo tiempo y se quedaban allí, porque no había espacio en el hospital. Llegaron los cubanos al hospital de campaña, empezaron a trabajar, y fue un alivio para los médicos italianos. Entender por qué pasó exactamente aquí, es algo que deberemos estudiar”.
El doctor Giovanni Di Perri, responsable de Enfermedades Infecciosas del Hospital Amedeo di Savoia de Turín, ofrece una cifra que estremece: “el 11% de los enfermos de covid son trabajadores de la salud, no teníamos suficientes mascarillas y dispositivos para su protección”. En un mundo tan tecnificado, no parecían necesarios en demasía esos implementos. Los cubanos, con experiencia de otras epidemias en Cuba y en otros muchos países, incluida la batalla contra el ébola en África Occidental, aportaron una visión más estricta sobre el significado de la protección. El doctor Pellegata lo dice claramente: “Los primeros días nos regañaban, porque muchos intentaban entrar al hospital sin tener la protección debida, son muy precisos, y dijeron, hay que cambiarse aquí y hacer las cosas de esta manera”. Alessandra Monzeglio, jefa de enfermeros del Hospital covid-OGR de Turín, donde trabajan los cubanos declaró: “Venimos de contextos diferentes, y la brigada cubana ha garantizado estándares de protección y seguridad para los pacientes, y para nosotros mismos”.
En las calles cercanas al hospital, hay anuncios de espectáculos, conciertos, exposiciones, que fueron abruptamente suspendidos. La ciudad, de repente, y a regañadientes, se paralizó. Como en los cuentos infantiles, un maleficio pospuso los planes más elementales de vida. La puja entre la evidencia y la incredulidad, se transformó en otra de intereses contrapuestos, la de la salud y la economía. Hay un local en la ciudad de Turín que ya no podrá prescindir de su nueva simbología social: la Catedral de la industria, la antigua Oficina de Grandes Reparaciones, convertida después en escenario de magníficos eventos culturales, y hoy sede del Hospital de campaña que enfrenta la epidemia de covid, y une la voluntad y los conocimientos de médicos y enfermeros cubanos e italianos. Industria, cultura, salud. A la entrada del recinto donde han ubicado el comedor, permanece el texto de curadoría de la última exposición fotográfica exhibida allí, de la italiana Mónica Bonvicini (desde el 31 de octubre de 2019 al 9 de febrero de 2020). En el interior de la zona roja, casi al final, en un espacio sin interés médico, permanecen aglomeradas algunas de sus sugerentes fotografías. La Humanidad espera, ansiosa, la orden de “continuar”, pero, ¿podremos de verdad continuar, tal como lo hacíamos hasta ayer?