Desde medios ubicados en Cuba y al norte de ella, el odio se pasea, creyéndose inmune e impune; leve, enconado, o violento, como el caso del ataque denunciado a la sede de la Embajada de Cuba.
De quien utilizó el rifle de asalto y disparó contra la sede durante la madrugada, ha sido revelado ya su nombre, edad y lugar de residencia, aunque no se dicen las «motivaciones». Es sencillo concluir que fue el odio quien haló el gatillo.
Loco, dopado o mercenario, se pronuncian los medios en hipótesis del hecho. En todas, lo que debe llamar la atención es que ha sido a la sede de Cuba en ese país, que no por primera vez sufre ataques, y que ahora bajo el manto de la batalla del mundo contra un enemigo invisible, no ha dejado de castigar, sancionar e inyectar dinero de manera visible a la fauna pensante o actuante contra Cuba.
Fauna diversa, en la que sus partes buscan distanciarse unas de otras, como si hubiera mercenarios de primera y de segunda. De un centavo a un millón, todo aquel que hoy es parte de la marea pagada del odio tiene la misma categoría despreciable: anhelan el fracaso de nuestro país en todos los ámbitos; se confabulan para degradar el humanismo de las misiones médicas; disfrutan los problemas de Cuba, y se erigen en voceros de visiones retorcidas, tanto como ellos mismos, y que los medios que los acogen no se molestan en contrastar, al menos.
El verdadero autor de este ataque, donde pudieron morir personas, es el rencor y la mentira sistemática de los poderosos medios. Ahora esperemos ver cuántos de los pretendidos humanistas condenan este acto, que es terrorismo y crimen de odio, ni más ni menos, en todas sus letras.
Fuente: Cubadebate