El 9 de mayo de 1980 yo me encontraba estudiando en Leningrado, actual San Petersburgo. El pueblo soviético celebraba el 35 aniversario de la victoria en la Gran Guerra Patria. La ciudad mandada a construir bajo el reinado de Pedro el Grande estaba llena de luces. La alegría se desbordaba por doquier. Recuerdo que, en el viejo trolebús, en el que me dirigía al lugar de encuentro con mis condiscípulos de la Universidad, el ambiente era festivo. Sin embargo, mis entonces juveniles ojos se posaron en una anciana, que miraba con tristeza, quizá con una dura nostalgia. Y entendí que, para ella, los festejos pasaban sin esa felicidad que rebosaba por todos lados la ciudad. Era una de las sobrevivientes del largo y criminal bloqueo de casi 900 días que impuso la Alemania nazi a esa ciudad, símbolo de toda una cultura y cuna de grandes hombres y mujeres.
Al igual que esa anciana, millones de ciudadanos de la entonces Unión Soviética habían vivido una guerra tan cruel, que por más que se narre y se filme se me hace imposible concebir. Cuando el 22 de junio de 1941 las huestes de Hitler comenzaron la ofensiva contra el socialismo, nadie podría imaginar el calvario que representó para un país tan grande el resistir y vencer al cabo de 4 años. Las cifras oficiales dan una escalofriante suma de 20 millones de ciudadanos de la URSS que murieron a consecuencia de la contienda. No obstante, estudios que se han realizado posteriormente han elevado esa cifra hasta 37 millones. Niños, ancianos, mujeres, soldados, intelectuales, campesinos. No había distinción cuando los bombardeos arreciaban y los tanques fascistas avanzaban.
Mi profesor de Historia había sido soldado. Ya hablé de él anteriormente. La jefa de la cátedra de mi especialidad, así como mi profesora de Literatura Antigua, eran niñas cuando el bloqueo. Dos de mis compañeros de carrera eran descendientes de militares que pelearon en la Segunda Guerra Mundial. Por ellas y ellos pude palpar de cerca cuánto sufrieron los pueblos de la URSS por la guerra. El hambre que se pasó en Leningrado es inenarrable. Las historias sobre cómo dividir una simple papa entre cuatro miembros de una familia, y tomarse el agua en la que se hirvió, aún me sacude el alma. Repito, no hay manera de contar los horrores. La deshumanización que provocan las guerras no puede ser contada en toda su magnitud.
Los nazis pensaron que, sitiando a Leningrado, y provocando el hambre entre la población, haría rendirse a ese bastión de la nación soviética. Es la sicología de la prepotencia, que se sigue repitiendo a lo largo de la historia, y cuyos alcances llegan hasta hoy. Esa forma de menospreciar a los pueblos ha llevado a varios a escribir memorándums de cómo acabar con otras revoluciones. Siempre acaban perdiendo los causantes de los males. Si leyeran un poco de historia quizá se convencieran de que no pueden vencer por esa vía.
El 9 de mayo de 1945 se proclamó oficialmente la victoria sobre el fascismo. El Ejército Rojo, que llevó la mayor parte de la carga en la ofensiva final contra Hitler, merece todos los honores y agradecimientos. Si no hubiese sido por ellos, la historia de nuestra Tierra fuese otra. Paso a paso, ciudad tras ciudad, país por país, las tropas soviéticas fueron avanzando hasta tomar Berlín y rendir a los hitlerianos. Por el camino iban dejando sangre de sus hijos. Hasta que llegaron a la capital de Alemania. Y nos salvaron.
Nuestro hermoso planeta ha estado amenazado, muchas veces, por la crueldad y avaricia de seres prepotentes. Han querido dominar el mundo. Convertirse en dueños de todas las riquezas y esclavizar a los habitantes de la Tierra. Aún no escarmientan y siguen probando fuerza, provocando, matando e invadiendo. Alguien, y yo lo apoyo, ha dicho que la actual pandemia es como una señal enviada a los émulos de Hitler de que nadie es inmortal y omnipotente.
La solidaridad y el apoyo mutuo en la actual crisis sanitaria es lo que salvará al planeta. No las amenazas y acusaciones. Hace 75 años este mundo se salvó de los nazis gracias al desinterés y valentía de muchos pueblos, en especial el soviético. Hoy nos salvaremos de nuevo. Será nuestro mejor homenaje a quienes lo dieron todo porque vivamos hoy y mañana.
John Steinbeck, el gran escritor norteamericano, dijo en su momento: “Toda guerra es un síntoma del fracaso del hombre como animal pensante”.
Más claro, ni el agua.