Jorge Luis Arenas Font cumple hoy 27 años. Ya lo presenté: es el médico que pudo ser un gran pelotero. O quizás sea mejor decirlo así: el pelotero –deporte que no deja de practicar–, que es ya un gran médico. No por los saberes acumulados, esos los pondrá el tiempo y su proverbial consagración. La primera de todas las grandezas posibles, es la que involucra el sentido de una vida: servir. José Martí lo decía así: “No basta nacer: -es preciso hacerse. No basta ser dotado de esa chispa más brillante de la divinidad que se llama talento: -es preciso que el talento fructifique, y esparza sus frutos por el mundo”. Desde las doce de la noche en Italia –seis de la tarde en Cuba–, recibe llamadas de amigos y familiares. Su hija cumplió seis meses de nacida el 2 de junio. “La dejé con cuatro meses –dice–, y ya se para y se sienta sola en la cuna, y hace dos o tres cositas que me sorprenden. Todavía no dice papá, pero ya empieza con el gorjeo y muchos familiares lo asocian con la palabra papá”. Su amigo y compañero de brigada en Turín, el doctor Roberto Javier Avilés Chis, de 26 años, escribió en la cuenta de WhatsApp que compartimos: “hemos transitado por toda una alocada y al mismo tiempo muy dedicada vida de estudiantes en el mismo grupo” y ahora, agrega, de nuevo juntos, estamos “cumpliendo la labor más noble y sincera del mundo, que es dar esperanzas a todo aquel que nos necesite como profesionales”.
Recibo entretanto –perdóneseme la interferencia personal– una foto de mi sobrina Beti, de 24 años, vestida con la indumentaria de los que acceden a zonas de biopeligrosidad. Ella no es una trabajadora de la salud, ni estudia alguna de sus especialidades. Se graduó de economía el año pasado y apenas inicia su carrera como profesora de la Universidad de La Habana. Pero se alistó como voluntaria para atender en la cuarentena obligatoria a los que llegan del extranjero a Cuba. Sirve los alimentos y limpia el piso. Es su pequeña contribución. Mi hijo Víctor, de 25 años, diseñador gráfico, durante su encierro doméstico ha creado bellas ilustraciones para mis crónicas; es su homenaje a los médicos y enfermeros que, como Jorge Luis, han partido a otras tierras. Jóvenes, ¡son jóvenes!, que nadie dude. Son jóvenes, y están en todas partes, en las cuadras de cada ciudad, en el IPK, en los centros de aislamiento, en el CIGB, en los hospitales cubanos, y en las misiones internacionales. Llevan la Patria sobre los hombros. La pandemia los rescata, los reorienta, paradójicamente nos salva. Son hombres y mujeres de talento. “Tener talento es tener buen corazón –escribía Martí en el cuento Meñique–; el que tiene buen corazón, ése es el que tiene talento. Todos los pícaros son tontos. Los buenos son los que ganan a la larga. Y el que saque de este cuento otra lección mejor, vaya a contarlo en Roma”. Nunca mejor dicho.