La llamada guerra encubierta contra Cuba de sucesivos gobiernos de Estados Unidos resulta una práctica tan infame como vieja. Desde el propio 1959 en que triunfa la Revolución Cubana comenzaron las acciones terroristas: encubiertas y/o visibles. Tienen un curso de ejercicios reconocidos por ellos mismos y de lo cual dan cuenta sus propios documentos.
De acuerdo con la sistematización de las agresiones expresadas en la DEMANDA DEL PUEBLO DE CUBA AL GOBIERNO DE ESTADOS UNIDOS POR DAÑOS HUMANOS, de mayo de 1999, la desclasificación en Estados Unidos del informe del Inspector General de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Lyman Kirkpatrick, elaborado en octubre de 1961, en el que se evalúan las razones del fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos, revela que las operaciones encubiertas organizadas desde Washington contra Cuba comenzaron en el verano de 1959, algunas semanas después de la firma de la Ley de Reforma Agraria el 17 de mayo de ese año.
Estos documentos prueban que en el mes de octubre, el Presidente Eisenhower aprueba un programa propuesto por el Departamento de Estado y la CIA para emprender acciones encubiertas contra Cuba, incluidos ataques piratas aéreos y navales, y la promoción y apoyo directo a grupos contrarrevolucionarios dentro de Cuba. Según el documento, las operaciones deberían lograr que el derrocamiento del régimen revolucionario pareciera ser el resultado de sus propios errores.
Comienzan entonces los vuelos ilegales sobre territorio cubano de pequeños aviones procedentes de territorio norteamericano para infiltración de agentes, armas y la realización de sabotajes, bombardeos y otras acciones terroristas.
El 11 de octubre de 1959 un avión lanzó dos bombas incendiarias sobre el central azucarero Niágara, en la provincia de Pinar del Río. El 19 de octubre otras dos bombas fueron arrojadas sobre el central Punta Alegre, en la provincia de Camagüey. El 21 de octubre un avión bimotor ametralló La Habana, provocando varios muertos y decenas de heridos y el 22 de octubre fue ametrallado un tren de pasajeros en la provincia de Las Villas.
Desde el propio mes de enero de 1960, ya en pleno desarrollo la zafra azucarera de ese año, se multiplicaron los vuelos sobre cañaverales. Solamente el día 12 fueron incendiadas desde el aire 500 mil arrobas de caña en la provincia de La Habana.
Junto a los bombardeos, ametrallamiento y quema de cañaverales, se incrementaron los vuelos ilegales procedentes de territorio norteamericano para lanzar propaganda contra el gobierno cubano.
Los documentos de Estados Unidos revelan que el Inspector General de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) reconoce que «de enero de 1960, cuando contaba con 40 personas, el Buró se expandió a 588 para el 16 de abril de 1961, convirtiéndose en uno de los más grandes buro es en los servicios clandestinos». Se refería al centro de la CIA en Miami dedicado a las actividades contra Cuba.
El bandidismo armado fue proyectado y finalmente desatado por el Gobierno de Estados Unidos en casi todo el país. Se inició en 1960 bajo la Administración republicana del Presidente Eisenhower y se extendió durante cinco años hasta 1965.
Su principal emplazamiento fue la región montañosa del Escambray, en la antigua provincia de Las Villas al centro de la isla. Esas bandas, organizadas por la CIA, contaban con el apoyo del Gobierno de Estados Unidos. Los informes de la propia CIA hablan de la llamada Operación Silencio, que consistió en la realización de doce operaciones aéreas entre septiembre de 1960 y marzo de 1961 para el abastecimiento con armas, municiones, explosivos y otros medios a las bandas terroristas: «En total, alrededor de 151 mil libras de armas, municiones y equipos se enviaron por aire.»
Bajo las administraciones de los Presidentes John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, se dio gran sustento material a esos grupos terroristas. Se extendieron a las provincias de Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Camagüey y Oriente con importantes daños materiales y humanos.
Los propios documentos de la época confirman que el 17 de marzo de 1960, durante una reunión en la que participaban el Vicepresidente Richard Nixon, el Secretario de Estado Christian Herter, el Secretario del Tesoro Robert B. Anderson, el Secretario Asistente de Defensa John N. Irwin, el Subsecretario de Estado Livingston T. Merchant, el Secretario Asistente de Estado Roy Rubottom, el almirante Arleigh Burke, del Estado Mayor Conjunto, el Director de la CIA Allen Dulles, los altos oficiales de dicha agencia Richard Bisell y J.C. King, y los funcionarios de la Casa Blanca Gordon Gray y general Andrew J. Goodpaster, el Presidente de Estados Unidos aprueba el llamado Programa de Acción Encubierta contra el Régimen de Castro, propuesto por la CIA, en el que se aprueba la subversión contra Cuba y la asignación de los recursos necesarios. En un memorando desclasificado sobre esa reunión, el general Goodpaster expresó que «El Presidente dijo que él no conocía plan mejor para manejar esta situación. El gran problema es la filtración y la falla de seguridad. Todo el mundo tiene que estar dispuesto a jurar que él [Eisenhower] no sabe nada de esto. […] Dijo que nuestras manos no deben aparecer en nada de lo que se haga.»
Este es el comienzo de una guerra contra Cuba, cada vez menos encubierta y cada vez más inmoral.