Las elecciones presidenciales en Estados Unidos, presentadas como una de las expresiones más ilustrativas de la denominada “democracia americana”, tienen características muy contradictorias en su funcionamiento.
Algunas de sus manifestaciones son: los votantes que acuden a las urnas lo hacen un día laborable; aproximadamente casi 100 000 000 de estadounidenses con capacidad electoral deciden no votar como sucedió en el 2016; las minorías son víctimas de hostigamiento e intimidación; las regulaciones electorales son muy engorrosas y paradójicamente es posible que uno de los candidatos pueda convertirse en presidente sin ganar el voto popular.
Es un sistema que en la práctica excluye a millones de potenciales electores, promueve la desconfianza sobre la transparencia y legitimidad de sus resultados y hace difícil los procesos de registro, solicitud de boletas y ejercicio del voto. Lo más insólito, es que tiene respaldo constitucional para que la voluntad de la mayoría de los votantes sea desconocida como ocurrió en las últimas elecciones presidenciales cuando Hillary Clinton obtuvo casi 3 000 000 de votos más que Donald Trump.
Según una reciente investigación titulada ‘100 millones: La historia no contada de los estadounidenses que no votan’, realizada por la Knight Foundation y la firma consultora especializada Bendixen & Amandi International, ese 43% de ciudadanos norteamericanos que deciden no acudir a las urnas están profundamente desmotivados. Las razones fundamentales de su comportamiento son: consideran que el sistema electoral es corrupto, desconfían en su funcionamiento, valoran que los comicios no representan la voluntad del pueblo, el voto popular no determina el resultado de las elecciones y no se sienten atraídos por ninguno de los candidatos.
Por lo tanto, es un sistema electoral que ha colapsado y sus cimientos descansan en su piedra angular: el dinero. Por ese motivo, cualquier aspirante a la Casa Blanca requiere recaudar y gastar decenas de millones de dólares si pretende ganar. Sin embargo, no es posible disponer de esas grandes sumas sin la participación activa de la élite económica estadounidense que busca proteger a toda costa sus intereses corporativos. Tanto los candidatos presidenciales republicanos como los demócratas han establecido tácitamente como consenso bipartidista inalterable que lo único imprescindible en las elecciones es el dinero.
En ese sentido y solo para ilustrar, durante la campaña presidencial del 2016 entre ambos aspirantes gastaron un total de 2 400 millones de dólares. Pero esa cifra será superada y este ciclo electoral impondrá un récord histórico al romper la barrera de los 3 mil millones. Según un artículo investigativo publicado por el New York Times el pasado 7 de septiembre, la campaña de Trump hasta julio había recaudado 1 100 millones y si le sumamos los 210 de agosto sería un total de 1 310 millones. Por su parte, de acuerdo a los datos de la Comisión Electoral Federal y a la suma recaudada en agosto, Joseph Biden ha recibido 843 millones.
Entre ambos candidatos ya han superado los 2 mil millones y todavía restan las semanas decisivas de la campaña en la que se intensifican las acciones de recaudación y se incrementan exponencialmente los gastos. Según la firma estadounidense Kantar/CMAG, especializada en monitorear el gasto en publicidad, entre los dos aspirantes ya tienen comprometido hasta noviembre 445 millones solamente en anuncios televisivos.
De ese total, 111 000 000 serán destinados exclusivamente para la Florida. Recientemente el multimillonario Michael Blommberg declaró que invertiría 100 millones adicionales para financiar la estrategia comunicativa de Biden en ese propio estado.
Todas estas cifras aumentarán considerablemente cuando se contabilice el dinero empleado en financiar los anuncios en las redes sociales. De acuerdo al sitio web Open Secrets, hasta mediados de agosto Trump gastó 41 millones en anuncios en Facebook y Biden 31 000 000 en esa misma plataforma tecnológica. El posicionamiento de mensajes en estos espacios constituye una prioridad dentro del diseño electoral de ambas campañas que están obligadas a contratar a compañías y consultores especializados en materia de comunicación política digital.
Este juego electoral está sustentado en una maquinaria financiera diseñada y puesta en marcha por los principales donantes multimillonarios que consideran las elecciones como un momento ideal para invertir su capital. Por lo tanto, todo lo concerniente a los comicios constituye para los diferentes sectores de la élite económica un negocio de alcance estratégico y han creado las condiciones para que legalmente no se sepa ni siquiera cuánto dinero están donando.
En ese sentido, desde 2010 es una práctica habitual la circulación del denominado “dinero oscuro” que procede de donantes que no declaran su identidad a los registros oficiales, lo que está respaldado por una decisión de la Corte Suprema en el caso Citizen United.
Según Open Secrets, una reciente investigación sobre este tipo de donaciones arrojó que solamente el 10% de este dinero es reportado por las campañas políticas a la Comisión Electoral Federal. El estudio también concluyó que en estas elecciones entre ambos candidatos han recibido aproximadamente 350 millones por ese concepto. En esencia, las “reglas” que rigen el financiamiento electoral son tan flexibles que en la actualidad no se sabe con certeza cuánto dinero recauda y gasta cada aspirante. Las cifras que se divulgan son las que declaran las campañas según sus cálculos políticos e intereses. La realidad indica que cualquier estimado sobre estos montos es una aproximación conservadora. En la práctica, el dinero fluye sin límites en función de preservar los intereses del gran capital.
Según la revista Forbes, hasta el pasado mes de agosto Biden había recibido donaciones de 131 multimillonarios estadounidenses y en el caso de Trump se reportaban aportes financieros de 99 billonarios. De acuerdo al sitio Open Secrets, las principales contribuciones para ambos candidatos provienen del sector financiero, compañías inmobiliarias, empresas de seguros, fondos de inversiones, firmas de abogados y corporaciones vinculadas al sector energético. En el caso de Biden, además sobresalen aportes importantes provenientes de las compañías asociadas a las nuevas tecnologías, así como de directivos de la televisión y el cine.
También se han realizado donaciones que ascienden a 224 000 000 por parte de organizaciones e instituciones republicanas y demócratas calificadas como “ideológicas” que promueven temas de diversa índole. Desde el punto de vista de la distribución geográfica, la mayor cantidad de dinero proviene de California (117 millones), Nueva York (72 millones), Florida (37 millones), Washington DC (34) y Texas (32), territorios en los que existe una alta concentración de billonarios y donde tienen su sede gran parte de las compañías más poderosas del país.
El respaldo financiero de Trump se ha originado en fuentes diversas que van desde influyentes compañías de petróleo y gas, poderosos inversionistas, magnates inmobiliarios hasta amigos cercanos vinculados al sector financiero, de la industria del entretenimiento y las nuevas tecnologías. Entre sus principales donantes sobresalen billonarios del área energética como: Kelcy Warren, CEO del gigante de oleoductos Energy Transfer Partners, el magnate petrolero Harold Hamm dueño de la compañía Continental Resources y Jeff Hilderman propietario de Hilcorp Oil. Además, también ha realizado contribuciones Jim Justice, actual gobernador de Virginia Occidental y billonario con inversiones en este sector. Entre todos han aportado más de 20 000 000 de dólares.
Según Open Secrets, Trump ha recaudado entre los sectores inmobiliario, de seguro y financiero aproximadamente 43 millones. Entre sus contribuyentes más significativos están: Steve Wynn, magnate de casinos y hoteles de Las Vegas, Stephen Schwarzman CEO de Blackstone uno de los principales bancos de inversión, Andrew Beal importante banquero de Texas y los hermanos Lorenzo y Frank Fertitta dueños de varios casinos. De su entorno más cercano, sobresalen sus amigos millonarios Ike Perlmutter, director ejecutivo de la productora Marvel Entertainment y Peter Thiel, cofundador de la plataforma de pagos en línea PayPal e integrante de la junta directiva de Facebook. El principal donante individual de Trump ha sido Timothy Mellon, miembro de una de las familias más ricas de Estados Unidos, con 10 000 000.
Como dato de interés, el segundo estado que más dinero ha aportado a la campaña de Trump ha sido la Florida con 37 000 000 y las contribuciones provienen fundamentalmente de Miami Beach, North Palm Beach, Boca Ratón, Palm Beach y West Palm Beach. Por lo tanto, hacia el sur se concentran los más “generosos” contribuyentes del candidato republicano en una campaña marcada por la promoción del odio, la violencia y la denominada “lucha contra el socialismo”.
El apoyo financiero a Biden se ha centralizado fundamentalmente en cinco áreas: el sector financiero de Wall Street con más de 50 000 000 de dólares, las compañías de las nuevas tecnologías con sede en el Valle del Silicio en California que han aportado más de 20 000 000, las firmas de abogados, los bienes raíces y la industria del entretenimiento. Entre sus principales donantes sobresalen los influyentes banqueros: James Attwood, director ejecutivo de Carlyle Group; Josh Bekenstein, codirector de Bain Capital; Alan Leventhal, jefe ejecutivo de Beacon Capital y Jonathan Gray, presidente de Blackstone. Todos ellos además de aportar dinero han organizado eventos de recaudación de fondos en este sector.
El candidato demócrata ha sido respaldado por varios multimillonarios vinculados a las nuevas tecnologías, entre los que se destacan: Reed Hastings, cofundador de Netflix; Connie Ballmer, filántropa y esposa de Steve Ballmer ex CEO de Microsoft; Laurene P Jobs, esposa del cofundador de Apple; Eric Schmidt, ex director ejecutivo de Google y Reid Hoffman fundador de la red social LinkedIn. Entre los donantes de la industria cinematográfica resaltan Steven Spielberg y la filántropa Mellody Hobson, esposa del productor George Lucas. La familia Pritzker dueña del consorcio hotelero Hyatt y propietaria de una de las fortunas más grandes en Estados Unidos también ha financiado a Biden. Uno de los principales donantes individuales ha sido el filántropo George Soros, quien en este ciclo electoral ha ofrecido 8 millones.
Según un artículo publicado recientemente en The Washington Post, hasta este momento Trump ha gastado alrededor de 800 millones y Biden 414. Por lo tanto, en apenas unos meses ambos candidatos han invertido más de 1 200 millones de dólares en el camino hacia la Casa Blanca y por si fuera poco ha trascendido que el candidato republicano está valorando desembolsar 100 millones de su fortuna personal para reelegirse. En esencia, todo esto es posible porque existe un sistema electoral concebido para garantizar y defender los intereses de la élite económica que solo puede funcionar bajo las reglas de la democracia del dinero.
Fuente: Contexto Latinoamericano