El 28 de junio de 1987, al finalizar una entrevista de dieciséis horas, Fidel Castro comparó el trabajo que realizamos con el de dos cronistas y concluyó con ironía: «No sé si esto es un récord mundial, pero dieciséis horas seguidas de diálogo con un periodista de televisión, para mí, representan un récord al menos en el Caribe».

Terminamos una larga entrevista que, por sus revelaciones políticas, podríamos definir como histórica. Me cambió la vida y me permitió  conocer amigos (Jesús Montané, Pedro Álvarez Tabío, entre otros) con quienes compartí mi vida, y ahora, el recuerdo.

Al comandante, sin embargo, siempre le gustó hablar, con esa voz ronca, casi sin aliento. Uno de los temas favoritos de sus enemigos, para empañar su imagen, era por ejemplo presentarlo como un dictador charlatán que se atrevía a pronunciar un discurso por horas, porque muchas veces era difícil enfrentar sus tesis.

Por otra parte, es cierto, Fidel nunca se limitó en sus discursos públicos; sin embargo, rara vez concedía entrevistas y cuando lo hacía siempre elegía al entrevistador dependiendo de la zona del mundo a la cual Cuba quería dejar un mensaje.

Por otro lado, consciente de la tendencia a distraerse que la información occidental manipula cuando quiere apoyar tesis prefabricadas, Castro siempre ha utilizado la comunicación con cautela. Sus entrevistas siempre habían sido concedidas para favorecer desarrollos políticos que hubieran sido posibles si la administración estadounidense, quizás, hubiera decidido disminuir su hostilidad hacia Cuba.

“En Cuba – como dijo Eduardo Galeano – nacieron la democracia y el socialismo como nombres de un mismo proyecto. La Revolución cubana, que no vino de arriba, ni se impuso desde afuera, creció con el pueblo, no contra él, ni al margen de él. Esta experiencia permitió desarrollar una conciencia colectiva de la Patria: un imprescindible auto-respeto que es la base de la autodeterminación”.

Este «mal ejemplo» de dignidad es el pecado mortal de Cuba, condenada por un anti histórico bloqueo. Pero con la  COVID, desordenando el mundo, Trump ha considerado oportuno apretar más la soga al cuello de los cubanos.

Furio Colombo, un profesional de mi generación, dice que los periodistas están asediados por un mar de informaciones interesadas. Están en el borde de una mina a cielo abierto (que ha sido cavada por otros cuyas manos no hemos visto, cuyas herramientas no hemos visto, cuyas intenciones no conocemos) y en ese borde nos empujan y nos dicen: miren que maravilla de noticias, ¿por qué no cogen una y la colocan en la portada de vuestro periódico?

Castro conocía bien estos mecanismos y también los enamoramientos y las borracheras juveniles alrededor de la Revolución cubana, muchas veces incomprendidas, aunque este pasado histórico había causado algún remordimiento en muchos ex militantes de la izquierda europea. Una vez Fidel, en una conversación privada, fue muy polémico: «Debemos en cambio estar orgullosos de la historia que dejamos escrita a favor de los trabajadores, del progreso de los hombres, de las luchas contra el colonialismo y en favor de los pobres y olvidados del mundo. Cualquier error, cualquier exageración que haya cometido el movimiento comunista, cualquier malentendido que haya mortificado su historia, no podemos dejar de estar orgullosos de lo que hemos hecho por millones de seres humanos».

Como me había dicho Gabo Márquez, pocas veces citaba frases ajenas, tanto en la conversación como en el estrado, exceptuando las de José Martí, que era su autor preferido. Conocía a fondo los veintiocho volúmenes de su obra y tenía la inteligencia de mezclar sus ideas con el torrente sanguíneo de una revolución marxista.

En el 1993, a una pregunta mía para l’Unità, sobre hacia dónde se dirigía Cuba, con un pragmatismo no oculto, respondió: «La política es el arte de lo posible, pero en este momento para nosotros los cubanos la política es el arte de lo imposible, el arte de salvar nuestras conquistas sociales. Nos vimos obligados a ser realistas, pero yo, después de tantos años de carreras y de luchas, sigo pensando, como Simón Bolívar, precursor del pensamiento de la unidad latinoamericana, que los sueños de hoy serán la certeza del mañana».

Sin duda una lectura realista, pero el romanticismo visionario de la primera entrevista, la de 1987, siguió siendo especial.

 

Por REDH-Cuba

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