En el primer día de la llegada del ejército estadounidense a Bagdad, en la guerra de 2003, los periodistas que hacían la cobertura desde el Hotel Palestina lo supieron muy rápido, un tanque del US Army los puso en la mira y dos camarógrafos murieron, entre ellos el español José Couso.
En Full metal jacket, la película de Stanley Kubrick sobre Vietnam, hay una escena en la que el oficial estadounidense a cargo de la prensa en la guerra da instrucciones a los periodistas sobre cómo cubrir los acontecimientos en el terreno. No hay espacio para el menor desliz, desde cómo hacer las fotos a una cantante y actriz que llegará para levantar el ánimo de las tropas, hasta la palabra exacta para denominar cada tipo de persona en el bando propio o enemigo, incluso si quienes huyen de la guerra deben ser llamados «evacuados» o «refugiados». Los más mínimos detalles son precisados para cada cobertura y reporte. «Periodistas empotrados» se llamarán tiempo después, en la guerra de Irak, esos que Kubrick ubica en Saigón.
A los no empotrados, los independientes del mando estadounidense que intenten cubrir la guerra fuera de las tropas, les puede salir muy caro. En el primer día de la llegada del ejército estadounidense a Bagdad, en la guerra de 2003, los periodistas que hacían la cobertura desde el Hotel Palestina lo supieron muy rápido, un tanque del US Army los puso en la mira y dos camarógrafos murieron, entre ellos el español José Couso. Nunca hubo justicia para Couso; primero, el gobierno de derecha del PP era parte de la coalición que, en contra de la ONU, invadió el país mesopotámico, luego el de «izquierda» del PSOE sacó las tropas de Irak, pero las instrucciones que recibió desde el State Department, que constan en Wikileaks, prueban que tanto el fiscal general del Estado español, Cándido Conde-Pumpido, como el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, y la entonces vicepresidenta socialdemócrata, María Teresa Fernández de la Vega, pactaron con la embajada estadounidense el cierre del caso. Así es el pluripartidismo de unánime cuando se trata de asuntos que interesan al imperio.
A propósito de Wikileaks, sabemos de la persecución y todo tipo de arbitrariedades impulsadas sucesivamente desde la Casa Blanca por republicanos y demócratas contra este proyecto auténticamente independiente. Quizá debería esperarse que filántropos como George Soros y sus Open Society, que han patrocinado medios de comunicación y «laboratorios de ideas» para Cuba en nombre de las libertades de información y expresión, tuvieran una actitud diferente, sin embargo, cuenta el excolaborador de Julian Assange, Daniel Domscheit-Berg, en su libro Dentro de Wikileaks, que «Julian (Assange) habló con un representante del Open Society Institute (OSI) de George Soros, que le preguntó de dónde sacábamos el dinero para Wikileaks, y dio a entender que el OSI subvencionaba proyectos como el nuestro. Según Julian, este se interesó también por nuestras necesidades, y comentó que no debíamos ser modestos. Por lo que sé, tampoco conseguimos nada». Así son las cosas con el poder, gubernamental o no, pero realmente existente, cuando dices «lo que no quieren que se diga».
¿Y lo que sí quieren? El militar que en Full metal jacket da las órdenes a los periodistas es un oficial de las fuerzas armadas estadounidenses, pero según ha relatado John Stockwell, el oficial de la CIA a cargo del trabajo con la prensa, que permaneció en Saigón casi hasta que los últimos estadounidenses salieran del techo de su embajada colgados de los helicópteros en imágenes que se han hecho icónicas, el trabajo de encargar y colocar historias en grandes medios de comunicación, editoriales, y agencias de prensa es una actividad que la Agencia ha realizado siempre, utilizando periodistas y escritores a los que paga, o fabricándolas y luego pidiendo solo su firma.
En una extensa entrevista que pondremos próximamente en La pupila asombrada, Stockwell, quien también estuvo al frente de la operación de propaganda de la CIA durante la intervención estadounidense para mediatizar la independencia de Angola, cuenta cómo fabricó fakes news sobre las tropas cubanas allí, su colocación en un periódico de la vecina Zambia, donde la agencia AFP los convertía en despachos que luego generaban publicaciones en medios de comunicación de Europa y Estados Unidos. Igualmente, el exoficial de la Agencia relata la colocación de textos completos con ese objetivo en la revista Time y el diario The Washington Post, así como la escritura de numerosos libros por encargo que aún permanecen, sin identificarse como propaganda pagada por la cia, en importantes bibliotecas estadounidenses.
Pudiera decirse que las anteriores son historias de hace tiempo, y que ya eso no es así, que ha cambiado con el dominio a través de las redes sociales en internet y la concentración creciente de la propiedad sobre los medios, haciendo innecesaria una intervención tan invasiva; pero es muy difícil cambiar de métodos cuando se actúa de modo impune.
Ya en esta década, el periodista alemán Udo Ulfkotte, quien trabajó durante 17 años en el importante diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, denunció en un libro de 2014, titulado Periodistas comprados, acciones muy similares a las descritas por Stockwell. Ulfkotte habla de la embajada estadounidense en Berlín enviando pagos a los principales medios de comunicación alemanes, y revela una lista de fundaciones y organizaciones «no gubernamentales» estadounidenses y europeas, y periodistas involucrados con ellas. Se trata del Fondo Marshal, Puente Atlántico, American Academy y Aspen Institute, entre otras. El reportero alemán detalla los temas encargados para escribir, particularmente las campañas de prensa sobre Rusia, Libia y Ucrania, en las que oficiales de los servicios de inteligencia alemanes y estadounidenses les entregaron textos en los que solo puso su firma. También en una entrevista, Ulfkotte explicó lo que puede suceder a quien se niegue a colaborar, con ejemplos de situaciones laborales de colegas suyos. Pero el más contundente testimonio es su propia vida, que terminó de un infarto, a pesar de tener solo 56 años, después de haber denunciado reiteradamente amenazas de muerte e incursiones de organismos de seguridad en su apartamento.
Poco hemos podido conocer en la gran prensa occidental sobre lo anterior, tampoco sobre los repetidos ataques a que son sometidos artistas, periodistas e intelectuales cubanos por medios de comunicación financiados desde Estados Unidos para que se plieguen a determinada postura política, pero es de suponer lo que sucedería si un caso como el de Ulfkotte ocurriera en Cuba. La campaña de odio desatada en internet contra los músicos que participaron en el videoclip Con Cuba no te metas es un ejemplo de cómo funciona una maquinaria censora a la que de un lado en los grandes medios solo interesan los artistas e intelectuales cubanos si «protestan contra el gobierno» y silencian un hecho de valor cultural y político protagonizado por personas de reconocida trayectoria artística, mientras la máquina de guerra mediática, especialmente, financiada contra Cuba por Estados Unidos los calumnia, insulta y agrede. Uno de esos agredidos me escribió ante tal situación: «los ataques que me han hecho últimamente, organizados, coordinados y diciendo lo mismo, es lógico que todos responden a una organización rectora. Si me quedaba alguna duda, ellos se han encargado de despejarla».
Las noticias, con excepción de los desastres naturales, no son espontáneas, y aún estos siempre son interpretados y cubiertos periodísticamente con una intencionalidad política. Es evidente que se impone una agenda al mundo, que se derrama en cascada desde los medios de elite (CNN, The New York Times…) hasta el periódico de una pequeña ciudad de provincias. El que pretenda cambiar la agenda debe estar dispuesto a perder fuentes de financiamiento y anunciantes. Si eso no fuera suficiente están las denuncias judiciales, los pleitos y las campañas de descrédito. En el entorno iberoamericano, honrosas y escasísimas excepciones, como La Jornada, de México, confirman la regla que dictamina la muerte, anunciada y ocurrida, de periódicos disidentes como O Diario, en Portugal (con más de mil horas de demandas en los tribunales); el español Liberación (asfixiado económicamente entre los bancos y los distribuidores), o el vasco Egin (criminalizado y clausurado por el gobierno de José María Aznar a punta de metralleta), por solo citar tres ejemplos de cómo funciona la libertad de expresión para los que pretenden una independencia real. Noam Chomsky hace ya tiempo explicó los tres filtros que deciden el contenido de los medios: propietarios, anunciantes y fuentes. Si alguien lo duda, un reciente libro del exdirector del diario español El Mundo, con testimonios impresionantes, a pesar de esperables, se ha encargado de confirmarlo.
Aún es una aspiración lo expresado por Fidel sobre que en nuestra prensa «debe existir la más amplia libertad para que el pueblo utilice esos medios en favor de los intereses de la causa, en la crítica dura a todo lo que esté mal hecho. Creo que mientras más crítica exista dentro del socialismo, eso es lo mejor…», pero es en la nuestra, no en la que Estados Unidos paga para que el país deje de ser de los cubanos y pase a ser de ellos. ¿Es posible el periodismo independiente sin un país independiente?
Con 50 millones de dólares anuales presupuestados –solo públicamente– por el Gobierno de Estados Unidos para hacer propaganda contra Cuba, mientras no ha dejado de proclamar en sus 12 administraciones el objetivo de cambiar el régimen existente en la Isla, ¿es posible pensar que lo relatado por Stockwell y Ulfkotte no ocurra con la producción «informativa» acerca de temas cubanos?
A pesar de ello, los participantes en la telaraña financiero-propagandística contra Cuba hablan de su independencia. Como recomendara recientemente el filósofo argentino Néstor Kohan, deberían leer a Frances Stonor Saunders, autora del libro La cia y la guerra fría cultural. Stonor Saunders define la guerra sicológica como «la puesta en práctica de forma planificada por parte de una nación, de propaganda y actividades no bélicas que promocionaran ideas e informaciones dirigidas a influir en las opiniones, actitudes, emociones y comportamientos de grupos extranjeros, de un modo que favorecieran los logros y objetivos nacionales». Nada más elocuente que cuando cita a uno de los oficiales de la cia definiendo la «forma de propaganda más efectiva» como aquella en la que «el individuo actuaba en la dirección en que se esperaba, por razones que creía eran las suyas propias».
No todo es tan explícito como enviar sobres con dinero. Ulfkotte afirma: «No van hacia ti y dicen «Somos la cia, ¿quieres trabajar para nosotros?». No, te invitan a descubrir Estados Unidos, pagan todos tus gastos y estás cada vez más corrupto…». Se compra no solo con dinero, también financiando celebridad con viajes, entrevistas, premios e invitaciones a eventos que te hacen sentir importante, aplaudiendo tu «rebeldía», tu «independencia» y tu «objetividad», sobre todo si te convencen de que tu país «necesita nuevos líderes» y tú puedes ser el profeta del cambio, el Vaclav Havel cubano.
Stonor Saunders dijo en una conferencia en la Feria del Libro de La Habana de modo terminante: «No tiene sentido discutir estas definiciones, están basadas en documentos del gobierno y proporcionan los principales argumentos de la estrategia de la guerra fría cultural». Pero algunos pueden preferir la tela roja con letras doradas que preside la escena de Full metal jacket que describí al principio de este artículo: «First to go last to know» (Primero en ir, último en saber).
Fuente: Granma