Columna de la REDH-Cuba en Juventud Rebelde

Después de veinte años, el Gobierno de Estados Unidos decidió retirar sus tropas de Afganistán. Los observadores cercanos  afirman que esta guerra ha sido la más larga que ha llevado a cabo la nación norteamericana desde 1945. La anterior guerra larga —contra Vietnam— transcurrió de 1961 a 1975, exactamente 14 años. La participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial duró menos de cuatro.

La presencia de ese país en Afganistán obedeció al intento de destruir la base de Al Qaeda, pero también buscaba eliminar a los talibanes, que habían dado refugio a Al Qaeda, y a su líder Osama Bin Laden. Al retirarse Estados Unidos, sus objetivos bélicos no se han cumplido: Al Qaeda permanece en algunas partes de la frontera afgano-paquistaní, y se ha dispersado a otras partes del mundo, y los talibanes están a punto de volver al poder. Al igual que con Vietnam, se marchan de Afganistán derrotados.

Pero la guerra de Estados Unidos contra el país afgano no es la más larga de la historia reciente. La más larga de la historia moderna de EE. UU. es la guerra híbrida que su Gobierno ha llevado a cabo contra Cuba desde 1959.

Una guerra híbrida es aquella que no requiere necesariamente de todo el arsenal del ejército para entrar en acción; es la que se libra mediante el control de la información, el manejo de los flujos financieros, el empleo de medidas económicas y por medios ilícitos, como el sabotaje.

Cuando la Brigada 2506 de la CIA desembarcó en Bahía de Cochinos el 17 de abril de 1961, Estados Unidos demostró su intención maliciosa hacia la Revolución Cubana: a partir de entonces, quedó claro para el mundo que haría lo que fuera necesario para derrocarla y reinstaurar la vieja oligarquía que se había refugiado en Miami. Los actos de terror, incluyendo el derribo de aviones civiles cubanos, vinieron acompañados de actos de guerra económica que incluyó el bloqueo a la Isla para evitar un comercio normal con otros países. El objetivo era asfixiar a Cuba.

El Gobierno estadounidense planeó puntualmente algo más que el bloqueo. En octubre de 1962, durante la llamada crisis de los misiles soviéticos en Cuba, el general Maxwell Taylor, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE. UU, planificó una invasión a gran escala.

La idea de emplear la fuerza nuclear contra objetivos militares es hasta risible, ya que en la pequeña isla cualquier ataque nuclear devastaría a toda la población. Además, el general Taylor señaló cínicamente, «si no se utilizan armas atómicas, nuestros planes están diseñados para acomodar hasta 18 500 bajas en los primeros diez días de la operación». Estas serían las pérdidas de Estados Unidos. No hubo ninguna preocupación por la pérdida de vidas de Cuba.

Este tipo de lenguaje no desa-
pareció después de la Crisis de los misiles. Cuando el Gobierno cubano envió tropas para ayudar en la lucha de liberación nacional en Angola en 1975, la Casa Blanca contempló un ataque militar a gran escala contra Cuba. El secretario de Estado Henry Kissinger indicó al general George Brown, del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, el 24 de marzo de 1976: «Si decidimos utilizar el poder militar, debe tener éxito. No debe haber medias tintas». Planeaban utilizar ataques
aéreos y minar los puertos de Cuba. «Creo que vamos a tener que aplastar a Castro», comentó Kissinger al presidente estadounidense Gerald Ford, quien respondió: «Estoy de acuerdo».

¿Por qué el Gobierno de EE. UU
quería aplastar al Gobierno comunista, siendo un país tan pequeño del Caribe? Porque la estructura social de Cuba —su compromiso con las personas y no con los beneficios— es un reproche permanente a las hipocresías de EE. UU., y que ahora están totalmente claras durante la pandemia, ya que EE. UU., a pesar de su riqueza, tiene dificultades para controlar el virus (SARS-CoV-2), mientras que el sistema de salud pública de Cuba ha podido controlarlo y enviar médicos para apoyar a otros países.

Es este ejemplo de socialismo
el que las élites estadounidenses consideran censurable. Incluso, sin ataques militares directos, el bloqueo en sí mismo es una guerra. Le ha costado a la economía cubana el equivalente a 144 000 millones de dólares en las últimas décadas.

Desde 1960 hasta inicios de los años 90, Cuba tuvo un respiro gracias a la ayuda soviética, ya que el comercio con los países socialistas permitió atenuar el peor de los impactos.

Con la caída de la URSS, el bloqueo se intensificó, y el Gobierno estadounidense aprobó una serie de leyes para castigar a cualquiera que se atreviera a comerciar con la nación caribeña.

Entre estas legislaciones se encuentran la Ley de Democracia Cubana (1992), la Ley de Libertad y Solidaridad Democrática Cubana (1996), también conocida como Ley Helms-Burton. La Asamblea General de las Naciones Unidas ha aprobado cada año desde 1992 una resolución contra el bloqueo (en 2020, Cuba pospuso la resolución hasta 2021 debido a la pandemia).

El Gobierno de Cuba publica anualmente un informe sobre la Resolución, con una actualización de los datos sobre el impacto económico y social de la guerra híbrida de Estados Unidos. En 2020, el documento dice que Cuba ha perdido 5 000 millones de dólares, una suma considerable para un país de 11 millones de habitantes. El informe señala que en el período 2019-2020 el Gobierno de Estados Unidos puso en marcha 90 medidas y acciones económicas coercitivas, de las cuales la mitad son sanciones contra compañías de Estados Unidos o terceros países que han comercializado con compañías cubanas.

Las medidas de «castigo» a las empresas navieras que transportan combustible a Cuba se utilizaron contra 27 empresas, 54 buques y 3 individuos, con el objetivo de disuadir a cualquier otro que pretenda hacerlo. Esto tuvo lugar, y hay que subrayarlo, durante la pandemia.

Un grupo de relatores especiales de la ONU redactó una declaración conjunta en abril de 2020 en la que instaba al Gobierno de Estados Unidos a retirar sus medidas de bloqueo a artículos esenciales para la atención médica y la ayuda. El párrafo central de la declaración es el siguiente:

«Desde el surgimiento de la pandemia de COVID-19, el impacto del embargo global ha impuesto una carga financiera adicional, ha aumentado el tiempo de los viajes de carga debido a la imposibilidad de adquirir suministros, reactivos, equipos médicos y medicamentos necesarios para el diagnóstico y el tratamiento
de COVID-19 directamente desde Estados Unidos y, por lo tanto, limita la eficacia de una respuesta.

«También retrasa el desarrollo de la sanidad electrónica y la telemedicina debido a las dificultades para acceder a una tecnología asequible. Nos preocupan especialmente los riesgos para el derecho a la vida, la salud y otros derechos fundamentales de los sectores más vulnerables de la población cubana, entre ellos las personas con discapacidad y las personas mayores, que corren un riesgo mucho mayor de contraer el virus». Es un reclamo que se mantiene vigente.

Antes de dejar el cargo, el presidente Donald Trump incluyó a Cuba en la lista del Gobierno estadounidense de estados patrocinadores del terrorismo. Su sucesor —el presidente Joe Biden— ha sido impreciso respecto a la Isla. «Un cambio en la política hacia Cuba no está actualmente entre las principales prioridades del presidente Biden», dijo recientemente su secretaria de prensa, Jen Psaki.

Mientras tanto, en el Senado de Estados Unidos, tres republicanos (Marco Rubio, Rick Scott y Ted Cruz) y un demócrata (Robert Menéndez) siguen presionando para adoptar una posición dura. El 16 de abril de 2021, el almirante Craig Fuller, que dirige el Comando Sur de Estados Unidos, calificó al pequeño archipiélago de «influencia corrosiva regional», un tono nada suave.

En 2021, la Asamblea General de la ONU volverá a solicitar a Estados Unidos que desmantele su bloqueo ilegal. El mundo está con Cuba. Es solo un grupo de políticos en Estados Unidos y quienes lo respaldan los que todavía insisten en enviar a los hijos de Batista de vuelta a la Bahía de Cochinos, bombardear la Isla y volver a convertirla en un paraíso de gánsteres. La fuerza de Cuba le da coraje al mundo. Nuestro mundo se abre desde La Habana hacia afuera.

*Historiador, periodista, comentarista e intelectual marxista indio. Director de Tricontinental: Institute for Social Research, corresponsal jefe de Globetrotter y editor jefe de LeftWord Books.

 

Por REDH-Cuba

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