«La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un patrimonio real del pueblo».

En medio de muchas dificultades, Fidel reafirmaba la importancia de lo artístico y espiritual, por eso el afán de limar asperezas, en el intercambio que sostuvo con los intelectuales en junio de 1961. Entonces habló también de sueños que se concretaron luego, como la creación de academias y la formación de instructores de teatro, música, baile, que enseñaran en ciudades y zonas rurales, en escuelas y cooperativas.

Cincuenta y ocho años después, exactamente el 30 de junio de 2019, en la clausura del 9no. Congreso de la Uneac, Miguel Díaz-Canel, actual Presidente de la República y Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, hizo uso de la palabra también desde la profundidad y el compromiso creativo. Nos atrevemos a resaltar que su discurso lo confirmó como hombre de pensamiento y arte, como político con una claridad meridiana y sensibilidad de luz.

Al escucharlo, resultaba casi imposible no recordar las consideraciones de Fidel. Ese domingo de 2019, en la sala 3 del Palacio de Convenciones de La Habana, se escucharon varios aplausos, frases de apoyo y una expresión muy particular: «¡Segunda parte!», «¡Segunda parte!»…

Escritores y artistas presentes lo comentaron luego también en los pasillos: «Esta fue la continuidad de aquella intervención de Fidel, plataforma de la política cultural del país». Verdaderamente, Díaz-Canel denunció y analizó, con mucho valor y precisión, problemas y retos fundamentales relacionados con la cultura en la actualidad, pero, sobre todo, destacó la necesidad del trabajo y la construcción en conjunto para enfrentar los nuevos desafíos.

La lectura de ambos documentos, el de 1961 y el de 2019, revela puntos de contacto en el enfoque de las ideas, concepción socialista e interés en impulsar el desarrollo cultural de la nación, a favor de los autores y el pueblo, situando al ser humano en el centro de los sueños.

Y el análisis más reciente es, en efecto, continuidad, porque incluye valoraciones sobre el funcionamiento del sistema de instituciones, impulsado en gran medida, luego del discurso de Fidel de hace 60 años, y porque en esencia mantiene los mismos objetivos, pero en contextos diferentes.

Algunos de los intelectuales presentes en 1961, también estaban en la ocasión más reciente, incluido Miguel Barnet, quien entregó la presidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) al joven Luis Morlote, realizador radial y televisivo, premio nacional de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro, con una trayectoria admirable a favor de la cultura en el país, que recibió la inmensa mayoría de los votos.

Palabras a los intelectuales es, indiscutiblemente, un texto con vida. Pero la Cuba de hoy necesita actualizar de manera permanente su política cultural, con apego a su alma más pura, en un entorno diferente con influencias del mundo digital, a veces convertido en selva, y nuevos actores sociales, algunos de los cuales privilegian la comercialización. La batalla, en lo simbólico, adquiere hoy dimensiones superiores a las de hace seis décadas.

El mismo mandatario cubano lo dijo: «En el Congreso se ha hablado varias veces de las Palabras a los intelectuales. No concibo a un artista, a un intelectual, a un creador cubano, que no conozca aquellas palabras, a un dirigente que prescinda de sus principios. Siempre me ha preocupado que de aquellas palabras extraigan un par de frases y se enarbolen como consignas. Exigen una interpretación contextualizada. Fidel planteó un punto de partida, la relación entre vanguardia artística y pueblo. Hoy tenemos que traer sus conceptos a nuestros días».

Cuando uno lee o escucha los planteamientos realizados a lo largo del amplio proceso de reflexiones y debates, como parte del cónclave de la Uneac, percibe la hondura de los análisis y el propósito de aportar a la sociedad y al país, más allá de una organización, algo que deberá distinguir siempre a las vanguardias artísticas e intelectuales de cualquier generación.

El discurso de clausura, pronunciado por Díaz-Canel, debe ser guía constante para los dirigentes de todos los sectores y para los trabajadores de las instituciones culturales, para creadores y cualquier ciudadano relacionado con la vida artística, literaria e intelectual.

Los aplausos fueron más numerosos por la capacidad del Presidente para hablar de las diferentes problemáticas, con mezcla de belleza formal y verbo directo, adjetivos exactos y análisis profundos. Mencionó anhelos generales y aspectos específicos sobre los artistas, y también las funciones y el compromiso de las empresas y las instituciones con ellos.

Alertó que debemos estar «atentos a los que ponen por delante el mercado y no la cultura, el egoísmo sin compromiso social…». Y aseguró que «los límites comienzan donde se irrespetan los símbolos y los valores sagrados de la Patria.

«Construir y defender un proyecto socialista como el cubano significa defender el humanismo revolucionario. Como en los tiempos de Palabras a los intelectuales, la Revolución defiende el derecho a su existencia, que es la existencia de sus creadores y de su pueblo», enfatizó el Presidente, quien criticó con fuerza el incumplimiento de algunas empresas de la cultura en su función social.

En momentos en que la administración de EE. UU. destina más fondos a la subversión, «no vamos a limitar la creación, pero la Revolución que ha resistido 60 años, no va a dejar sus espacios institucionales a quienes sirven a sus enemigos», aseguró.

Lo mejor sería que ese Congreso no termine nunca y su espíritu renovador se mantenga siempre como elemento indispensable para superar disímiles retos. Las dificultades enunciadas por Díaz-Canel necesitan soluciones abarcadoras y lo más rápidas posible. Resulta muy favorable el quehacer sistemático de la Uneac, con acciones y propuestas concretas en ese sentido.

Quienes deseen tener una visión integradora de la cultura cubana en la Revolución, sus desafíos y proyecciones, necesariamente deben analizar los dos discursos, hijos de contextos diferentes dentro de un proyecto social eminentemente humanista, inclusivo, artístico y revolucionario.

Fuente: Juventud Rebelde

Por REDH-Cuba

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