n América Latina y el Caribe se presentan o vislumbran nuevos desarrollos que deben impactar positivamente en la consolidación de lo que ha dado en llamarse segunda ola progresista. Esta ola se habría desencadenado con el surgimiento de nuevos gobiernos populares en la región, después de varias derrotas del progresismo desde Honduras y Paraguay hasta Brasil, Argentina, Ecuador, Uruguay y Bolivia. Excepto en Argentina y Uruguay, estos reveses se debieron a golpes de Estado; en Ecuador, a una artera traición. La segunda ola adviene con la llegada a la presidencia de México, Argentina y Bolivia de Andrés Manuel López Obrador (2018), Alberto Fernández (2019) y Luis Arce Catacora (2020), en este último caso a consecuencia de una gran movilización indígena-popular que hundió bajo una montaña de votos al golpe de Estado y la dictadura implantada un año antes por Estados Unidos y la derecha local. El ascenso del maestro Pedro Castillo a la presidencia de Perú suma un cuarto gobierno a la ecuación. Obviamente, ellos refuerzan y, se ven reforzados a la vez, por la presencia, contra viento y marea, de la Cuba socialista, la Venezuela bolivariana y la Nicaragua sandinista.

Pero en noviembre de este año, es muy probable que los chilenos elijan un gobierno popular en sustitución del ultraneoliberal de Sebastián Piñera. Aunque más importante aún será el plebiscito para aprobar la nueva Constitución en 2022, de la que se esperan importantes cambios de fondo en la estructura económica política y social del país, herencia del pinochetismo y de la más cruda lógica neoliberal. Mientras, en octubre de ese año hay convocadas elecciones presidenciales en Brasil, que, según todas las encuestas, ganaría Lula da Silva. De ocurrir ese hecho, puede haber para entonces gobiernos progresistas en Argentina, México y Brasil, las tres mayores economías de América Latina. Por otro lado, no debe descartarse una victoria electoral de la izquierda en Honduras en noviembre de este año.

Estos acontecimientos se producen en un contexto de creciente cuestionamiento a la existencia misma de la OEA dada su actitud cada vez más lacayuna hacia Washington y lo perjudicial de su actividad para el avance democrático e independencia de los pueblos de la región. El rechazo a la OEA recibió un importante estímulo en el discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador ante los cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que puso en la picota a ese desprestigiado organismo. De inmediato, recibió apoyos a su pronunciamiento de los presidentes de Argentina, Alberto Fernández, y de Bolivia, Luis Arce Catacora. A la vez, expresaba su beneplácito el flamante canciller de Perú, Héctor Béjar. Todos ellos subrayaron, a la vez, la necesidad de la unidad y la integración de la región en la CELAC, ente que México ha revitalizado durante su presidencia pro tempore y vinculado con la solución de problemas concretos de la región, como ha sido el tema de las vacunas contra el Covid-19.

La indudable oportunidad y repercusión internacional del citado discurso de López Obrador en la CELAC no han sido suficientemente analizadas, aunque la rabiosa reacción de la derecha dice mucho. AMLO ha inyectado una buena dosis de oxígeno bolivariano y popular al ambiente político regional de la que han acusado recibo los gobiernos revolucionarios y progresistas al elogiar y manifestar su simpatía con las posturas del mexicano.

En una entrega anterior ya lo apunté, pero de nuevo lo subrayo por su importancia: las palabras del presidente de México junto a los emblemáticos muros del Castillo de Chapultepec contrarrestaron apreciablemente la feroz campaña anticubana en las redes sociales y medios hegemónicos convencionales del mundo y, por consiguiente, contribuyeron a fortalecer el proceso, ya en curso en ese momento, de desmantelamiento de la operación desestabilizadora urdida desde Washington contra La Habana. Con muy notoria participación de la extrema derecha cubanoestadunidense de Miami, sectores de la Unión Europea, el secretario general de la OEA y la reacción estadunidense e internacional. Por supuesto, su discurso pudo influir en esa dirección porque defendía una causa justa y, sobre todo, porque el gobierno cubano ha desmontado todas las mentiras y calumnias proferidas por las bocinas mediáticas, por la importante movilización del pueblo de la isla en defensa de su revolución y, también, debido a una ola de solidaridad internacional de los pueblos en defensa de Cuba y de gobiernos como los de Rusia, China, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Argentina, Vietnam y varios caribeños y africanos, entre otros.

La defensa de la independencia y la soberanía de nuestra América y de sus gobiernos progresistas pasa por la de Cuba. Por eso es tan importante y necesaria la solidaridad internacional que reciben hoy el pueblo y gobierno cubanos.

Fuente: La Jornada

Por REDH-Cuba

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