Las naciones del Sur hemos sido, en lo que al Occidente conquistador y colonizador respecta, siempre invisibles. El proceso iniciado por Europa a finales del siglo XV y principios del XVI, denominado por el historiador Serge Gruzinski como la mundialización ibérica (y por extensión europea), puso a los occidentales por primera vez frente a sociedades y culturas con las que no tenían ningún tipo de relación y de las cuales, muchas veces, ni siquiera tenían referencias.
La llegada de los portugueses a África y Asia y la llegada de los españoles a América marca no solo el inicio de un violento proceso de dominación del otro, sino el inicio del olvido para muchas de estas sociedades. Olvido forzado por la destrucción de las fuentes escritas u orales por las cuales se preservaban y transmitían los elementos constitutivos de la identidad de estos pueblos. Por la imposición de una lengua, de una religión y de prácticas culturales completamente extrañas a lo que dichos pueblos eran. Y también por la reescritura consciente de importantes pasajes de su historia, particularmente los relativos al momento de la conquista, buscando presentar una empresa exclusivamente de lucro como una piadosa acción civilizatoria.
Claro que el éxito de este ejercicio de sumir en el olvido va a depender en gran medida no solo del éxito de la conquista, sino también del carácter de la propia sociedad con la cual se enfrentan los intereses europeos. En su libro El águila y el dragón. Desmesura europea y mundialización en el siglo XVI (Fondo de Cultura Económica, México, 2021), el historiador Serge Gruzinski compara dos procesos que se pudieran considerar como paradigmáticos en cuanto a la expansión europea. Por un lado la llegada portuguesa a China y por el otro el arribo de Hernán Cortés a México.
Los portugueses, que ya habían irrumpido violentamente en el sudeste de Asia, anhelaban añadir a sus posesiones el vasto y rico país de la seda. Con este fin envían una primera expedición disfrazada de embajada diplomática al mando del mercader y conocedor del Oriente Tomé Pires. Tras un largo proceso lleno de contradicciones, incomprensiones, errores de los portugueses y un poco de mala fortuna, toda la expedición acaba fracasando, son arrestados, los chinos derrotan la flota enviada a rescatarlos y ejecutan a todos los prisioneros. Los anhelos portugueses chocan con el muro de miles de años de cultura y una civilización que, si bien acumulaba cierto retraso tecnológico con respecto a Europa, no podía ser sometida tan fácilmente. Como vencedores, los chinos escribieron su recuento de los hechos, incluyendo importantes advertencias contra esos bárbaros venidos de tierras desconocidas.
En México el proceso fue otro. A diferencia de China y el sudeste de Asia, las sociedades Mesoaméricanas eran sociedades que vivían en un relativo aislamiento. A pesar de la riqueza de su mundo, no contaban con las armas físicas y biológicas para hacer frente a la irrupción de los conquistadores españoles. La destrucción del mundo precolonial americano, que va mucho más allá del derrumbe de la Triple Alianza encabezada por Tenochtitlán, marca el inicio del proceso de invisibilización violenta del mundo colonial durante la modernidad. La historia de este proceso y las sociedades indígenas la van a contar los cronistas españoles. La voz de los indios va a estar ausente hasta hace relativamente poco tiempo.
El emergente capitalismo europeo necesitaba riquezas para poder desarrollarse. Estas fueron robadas al mundo colonial mediante un sistema especialmente articulado para este fin. Mientras eran condenadas a producir unos pocos recursos, las tierras coloniales daban salida al excedente de bienes de la producción manufacturera europea, perpetuando un modelo que permanece hasta hoy.
El mundo colonial solo existía como lo exótico o lo bárbaro. Así fue reflejado en numerosos grabados, novelas y otros textos de la época. Sus vicisitudes solo importaban si, como protagonista, aparecía algún europeo. Muchas de las mentes más ilustradas solo se acercaron a nuestras realidades desde una perspectiva parcial, sin lograr comprender muchas cuestiones esenciales.
Si bien es cierto que, entre los europeos, hubo quiénes expusieron con acierto las particularidades de nuestras sociedades, inclusos quienes denunciaron las barbaridades de la conquista y del régimen colonial, estas fueron voces en el desierto que no modificaron en esencia la actitud de Europa hacia el mundo colonial.
Que algo sea conscientemente invisibilizado, no quiere decir que no exista. Los pueblos sometidos resistieron. Fue una resistencia en ocasiones violenta y, muchas veces, cultural, solapada. Camuflaron sus creencias detrás de las de sus opresores, adaptaron sus ritmos a los instrumentos musicales del amo y, en no pocas ocasiones, derivaron géneros nuevos donde se mezclaban elementos de diversa procedencia.
De esta dialéctica entre identidades opresoras y oprimidas fueron naciendo las nuevas sociedades que, con el paso de los siglos, se comprobarían criollas más que europeas e iniciarían los complejos y dilatados procesos de descolonización que, con intervalos más o menos largos, se extienden desde, por lo menos, el siglo XVIII hasta el presente.
Pero la independencia política, como apunta atinadamente Franz Fanon en su libro de 1961 Los condenados de la tierra, escrito ante el hecho de la revolución argelina pero mirando con agudeza a todo el mundo postcolonial, no implica necesariamente la independencia real. Muchas veces los movimientos populares carecen de fuerzas para ir más allá del momento de la derrota del enemigo. La falta de programa, la traición, derrota o muerte de los principales líderes, las divisiones al seno de las fuerzas revolucionarias son muchas veces factores que acaban dejando el proceso en manos de la burguesía nacional. Y esta burguesía, que nació tuerta, manca y coja bajo la cobija del sistema colonial, no sabe hacer otra cosa que garantizarse las mayores prebendas para sí y vender el país a los representantes financieros de los antiguos amos coloniales.
Vencer por las armas el colonialismo no implica vencerlo en las almas de los sujetos coloniales. La invisibilización no es solo un proceso del dominador sobre el dominado, sino que es un proceso de conciencia del dominado sobre sí mismo y lo suyo. Acostumbrado a no ver, el sujeto colonial considera en positivo todo lo que venga de la metrópoli y desdeña y demerita lo que le es propio, lo que debieran ser los elementos que muestre orgulloso como pruebas de su identidad. El desprecio del Sur por el Sur, las violentas fracturas entre sociedades y países, el desdén con que algunas naciones miran a otras y sus habitantes, la dificultad crónica para articular políticas conjuntas por el bien común son resultados inevitables de este proceso.
Para sostener nuestra invisibilidad, los poderes fácticos han apostado por recursos que van más allá de los medios coactivos. La coacción solo garantiza el sometimiento físico temporal. Es preciso sembrar en el alma de los dominados verdades ideológicas que no desaparezcan aunque desaparezca el poder que las sembró. Con este fin el sistema colonial usó lo que Althusser denominaba como «aparatos ideológicos del Estado», particularmente la religión y la escuela, aunque no es de desdeñar el papel de la familia en esta «educación» de los individuos. A estos aparatos tradicionales el desarrollo capitalista sumó una evolución sin precedente de los medios de comunicación, que pasaron de ser meros vehículos de transmisión de noticias a ser poderosas estructuras de construcción de sentidos.
A la pretensión homogeneizadora de la conquista se sumó luego la del capital y con ella la de las poderosas industrias culturales del capitalismo contemporáneo. El resultado, hoy como ayer, es que el Sur no existe, no se ve y, si aparece, es folclor o escenografía.
Tomemos como un pequeño botón de muestra de esta estrategia de invisibilización permanente a las numerosas películas de superhéroes que abundan en las pantallas contemporáneas como una verdadera hemorragia. No solo son la glorificación idealista de las capacidades del individuo, sino que son una fuente de educación ideológica de primer nivel para audiencias millonarias en todas partes del mundo. En estas películas casi todos los protagonistas son hombres y mujeres de increíble belleza según los estándares occidentales, casi todos caucásicos, aunque hay algún asiático, negro o latino como muestra de diversidad y corrección política. Cuando un villano ataca lo hace siempre en las grandes capitales del mundo desarrollado, en Londres, París o Nueva York. Si de casualidad atacara algún país de África sería en alguna de las ciudades de Sudáfrica o El Cairo, relevante por su pasado faraónico. Si atacara en Asia sería en Pekín o en Singapur. Jamás se le ocurriría a ningún villano atacar Bamako, Lomé, Kinshasa, Ulan-Bator, Asunción, Paramaribo o cualquier otra capital de nuestros olvidados países.
Para estas grandes industrias culturales, para el capitalismo que las sustenta y que sustentan, la mayor parte del mundo solo existe todavía hoy en la forma de fuente de materias primas, mercado para sus productos excedentes y fronteras cada vez más vigiladas para impedir que ingrese el otro. Por eso solo interesan las guerras y las catástrofes que involucran directamente a los países ricos o a sus intereses. Por eso se rasgan las vestiduras ante la invasión rusa a Ucrania mientras tienden un oneroso silencio sobre la masacre cotidiana de Israel sobre el pueblo palestino o los bombardeos sauditas sobre la empobrecida Yemen.
Somos invisibles precisamente porque fuimos sometidos. Porque hace quinientos años el naciente capitalismo europeo nos asimiló a su maquinaria y, a pesar de varios contratiempos y resistencias, así permanecen la mayor parte de nuestros pueblos. Porque nuestras burguesías nacionales, muchas veces vendieron y siguen vendiendo nuestros países al capital trasnacional. Y cuando hablamos de Sur va mucho más allá de un concepto geográfico, es una condición política, cultural y social.
Recientemente un importante político europeo, el presidente francés Emmanuel Macron anunciaba que «Estamos viviendo el fin de la abundancia». Esta sola frase demuestra la magnitud de nuestro olvido. Porque las sociedades subdesarrolladas, que somos la mayor parte de la humanidad, no hemos vivido ninguna abundancia. Muchas personas en las propias sociedades del capitalismo desarrollado no han vivido ninguna abundancia. Es el fin entonces solo para los privilegiados en los países del núcleo duro del capitalismo contemporáneo y las élites aliadas en otras partes del mundo.
El resto de la humanidad se enfrenta a una crisis multifactorial donde está en peligro incluso la propia supervivencia de nuestra especie. La resistencia del Sur en esta hora no es solo la lucha por tener un espacio visible en las vitrinas del capitalismo actual, sino que debe ser la lucha por un orden superior, donde quepamos todos y todas, sin ningún tipo de discriminación. Un orden donde el ser humano y la naturaleza estén por encima de los beneficios de unos pocos.
Nosotros, los habitantes del Sur, somos los modernos proletarios. Trabajemos donde trabajemos, más allá de cualquier posesión personal, no tenemos otra cosa que nuestra fuerza de trabajo que vender. Vemos como se roban la riqueza de nuestros países y solo nos devuelven deuda y medidas de ajuste. El régimen del capital es violento por naturaleza y no cederá su lugar sin lucha. Debemos estar dispuestos entonces a dar la batalla por todos los medios a nuestro alcance.
Debemos apertrecharnos con lo mejor del pensamiento crítico y buscar, como individuos y como pueblos, la necesaria unidad. Solo unidos podemos hacer frente al absurdo fuertemente armado que ha secuestrado nuestra época.
Y debemos dar la batalla cargando con las taras heredadas de nuestra condición colonial nunca totalmente superada. Contra el subdesarrollo estructural, la corrupción, la incultura, las burguesías entreguistas, el individualismo consumista, los atavismos de cualquier índole, las diferencias impuestas. Contra nuestras conciencias de individuos y pueblos sometidos.
El Sur debe recuperar el Sur. La belleza de sus pueblos y la grandeza de sus gentes. Como avizoraran los grandes revolucionarios de épocas recientes, Lenin, el Che, Fidel, el futuro pertenece a las naciones periféricas. Aunque nos desconozcan, nos desvirtuen, nos obvien, el fuego de la necesaria transformación sigue ardiendo y emergerá formidable donde todos lo vean.
Fuente: Blog del autor