De las elecciones del 2 de octubre en Brasil se desprende una primera y justa conclusión. Lula hizo una gran campaña, heroica diría, con tantos inconvenientes. Consiguió una sólida victoria sobre el presidente Jair Bolsonaro con más de 57 millones de votos, la más alta votación de su larga carrera política. El veterano líder ha logrado agrupar en torno suyo a gran parte de la izquierda institucional, los movimientos sociales, un importante sector de la burguesía que apoyó su enjuiciamiento y el golpe contra Dilma pero cuyos intereses han sido afectados por Bolsonaro, y ha sumado el apoyo de sectores del establishment demócrata estadunidense, por no hablar del cariño y la solidaridad que le profesan los sectores y gobiernos de izquierda y progresistas de la región. Pero no logró imponerse en primera vuelta como era su objetivo.

Los más de 6 millones de votos de ventaja que le sacó a su contrincante no alcanzaron por 1.7 el necesario 50 por ciento más uno para evitar la segunda vuelta. No obstante, la grave amenaza que revelan los datos de esta elección es la fortaleza política alcanzada por Bolsonaro y el bolsonarismo, contrario a lo proyectado por las encuestas y a lo que auguraban numerosos análisis. Las mediciones otorgaban a Lula una ventaja entre 15 y 13 puntos, que los resultados de Bolsonaro redujeron a 5, además de que dos días antes de la elección dos de ellas le concedían al ex líder sindical grandes posibilidades de ganar en primera vuelta. Queda para los entendidos analizar este peculiar comportamiento de los sondeos.

Lo cierto es que el equipo de campaña de Lula y sus millones de militantes y simpatizantes esperaban la victoria en el primer turno y para ello trabajaron. Ahora tienen que plantearse una elección sobre otras bases, pues aunque el PT (partido de Lula) y sus aliados mejoraron sus resultados en ambas cámaras del Congreso, sobre todo en diputados, donde el PT subió de 56 a 68 y si gana la presidencia puede ensanchar sin duda su fuerza, el bolsonarismo tuvo un avance apreciable y muy preocupante al pasar a ser la primera fuerza en ellas, donde consiguió 15 de 27 posiciones en disputa en el Senado y elevó a 99 su representación en la Cámara de Diputados. Bolsonaro también avanzó en el control de gubernaturas, donde se adjudicaron nada menos que Río de Janeiro y pasaron a segunda vuelta en Sao Paulo con ventaja de 6 puntos sobre Fernando Hadad, ex alcalde y ex candidato presidencial del PT cuando Lula fue condenado y encarcelado durante 580 días mediante un juicio amañado presidido por el juez Sergio Moro.

Ex ministro de justicia de Bolsonaro y ahora senador electo, Moro es un paradigma de la política de lawfare, implementada por la derecha en América Latina, con total apoyo de Washington, para quitar del medio a candidatos populares a los que no pueden vencer por vía electoral. El lawfare va siempre acompañado del linchamiento mediático y ha logrado dañar la imagen pública ante millones de electores de prestigiosas personalidades del movimiento popular, como es el caso de Lula, visto como un corrupto por numerosos brasileños que sólo se informan por los medios hegemónicos y las redes digitales. Por cierto, esta vez la presencia bolsonarista en la esfera digital ha sido aún más apabullante que en 2018 frente a la del lulismo y le ha de haber ocasionado un gran daño con el uso más descarado que acostumbra de la mentira y la calumnia. Los bolsonaristas proyectan una imagen contraria a la del político de izquierda satanizado por el lawfare: lenguaje abiertamente grosero, misógino, racista, antiobrero y ultraliberal, características que funcionan entre un electorado sin esperanza de ascenso social, atenazado a veces por el hambre, corroído por el individualismo y la ira, cuando no el odio. Conservador, en fin.

El hecho fundamental es que en cuatro años el bolsonarismo ha logrado arraigarse socialmente en extensas zonas pobres de Brasil, incluidas estratégicas urbes como Sao Paulo, que un día fueron bastiones del movimiento obrero, del sindicalismo y cuna del PT, donde, como ocurre en Río de Janeiro, los fieles del ex capitán han logrado un importante control territorial y del voto, sacando partido de la desindustrialización y la fragmentación comunitaria ocasionada por cuatro décadas de neoliberalismo, de la acción de las iglesias evangélicas y de las milicias bolsonaristas, cuya presencia ha desplazado la del PT, que ya no es el partido de base militantes de otros tiempos. Para asegurar la victoria en la segunda vuelta es esencial la movilización activa y diaria de toda la numerosa militancia del lulismo para conquistar el voto de más de 20 por ciento que se abstuvo o votó nulo o en blanco. Será una campaña estratégica pues una victoria del lulismo será no sólo salvadora para Brasil, sino una bendición para las fuerzas progresistas de nuestra América y el planeta.

Fuente: La Jornada

Por REDH-Cuba

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