Acaba de concluir la exitosa visita del Presidente Miguel Díaz Canel y su delegación a Rusia, durante la cual se inauguró una estatua del Comandante en Jefe Fidel Castro en Moscú. La Fundación rusa que lleva su nombre ha organizado un coloquio esta semana para honrar su legado. Sirvan estas palabras como un acompañamiento a ese esfuerzo.
Para comprender el aporte de Fidel Castro a la Ciencia Política y, en particular, a la esfera de las Relaciones Internacionales, sobre todo en cuanto a los vínculos de Cuba con Estados Unidos, debe partirse del precedente de la obra y la práctica de José Martí, el Héroe Nacional cubano, y la influencia de este en el pensamiento y la acción del primero.
Al estudiarse el legado de ambos en las transformaciones políticas y sociales sucedidas en Cuba en época distintas, se descubre que se apropiaron de un conocimiento profundo del pensamiento filosófico más adelantado de sus respectivos momentos históricos y lo adaptaron a las condiciones cubanas, sin extrapolaciones, construyendo un sistema de principios y conceptos propios que definieran el papel del país como actor internacional y, sobre esa base, las relaciones con su entorno.
De forma particular, Martí y Fidel estudiaron en extenso la historia estadounidense a través de distintos autores y llegaron a dominar el razonamiento sobre hechos y coyunturas al nivel de los mejores académicos de aquel país.
En Martí esa condición le permitió imaginar un sistema de relaciones interamericanas distinto al que proponía Estados Unidos a finales del siglo XIX e, incluso, le sirvió de base para representar a naciones hermanas como Argentina, Uruguay y Paraguay en la Conferencia Monetaria de 1891. Por si fuera poco, organizó una guerra de liberación nacional para lograr con la independencia de Cuba que ese país, ya con proyección imperialista, no se abalanzara sobre América Latina.
La visión de Fidel, por su parte, le permitió contar con una relación privilegiada con líderes políticos del hemisferio occidental, enfrentar al sistema neocolonial, vencer al Apartheid en Africa y acceder a la Presidencia del Movimiento de Países No Alineados, o alertar sobre el cambio climático cuando nadie hablaba de tal peligro, entre otras proyecciones internacionales.
De tanta trascendencia como estos logros, en el caso de Fidel, fue la conducción de manera personal de la relación bilateral de Cuba con Estados Unidos durante casi 50 años. En este escenario, Fidel diseñó estrategias e implementó proyectos, que son únicos en la práctica de la diplomacia internacional y que constituyen un legado para las nuevas generaciones de cubanos y para terceros. Ninguno de esos componentes tiene un carácter secreto y todos pueden conocerse a partir del estudio de sus principales discursos y textos.
Sirva el presente texto para apenas presentar algunas de estas contribuciones, sin observar un orden cronológico, o de importancia relativa.
A escasos días del triunfo de la Revolución Cubana la Secretaría de Estado (posterior Ministerio de Relaciones Exteriores) envió una nota diplomática a la embajada estadounidense en La Habana, por la cual se solicitaba el retiro de las misiones militares estadounidenses en La Habana, representativas de las distintas armas. Poco después se remitía otro texto en el que se relacionaban los nombres de un grupo de personeros del régimen del ex dictador Fulgencio Batista y Zaldívar, responsables de delitos comunes y crímenes contra la población civil, que habían emigrado a Estados Unidos y se solicitaba su detención y posterior extradición.
Estos son apenas dos ejemplos que indican que, desde muy temprano, Fidel y su equipo de gobierno plantearon las reglas de la igualdad soberana y la reciprocidad en las relaciones entre los dos países. Decenas de comunicaciones diplomáticas intercambiadas en esos años fundacionales son muestra de un nuevo tipo de relación que la Revolución cubana reclamaba de su vecino del Norte. Este ejercicio era único en el hemisferio y lo fue durante mucho tiempo.
Cuando se leen detenidamente dichos documentos, se aprecia que, a pesar de las diferencias de opiniones políticas en una larga lista de temas, la parte cubana asumió sus posiciones con un lenguaje fundamentado y de respeto. También exigió ese trato en respuesta.
Esta misma perspectiva estuvo en el centro de la primera visita de Fidel a Washington después del primero de enero de 1959, ocurrida en el mes de abril de ese año. Como dijera el propio Richard Nixon, el primer ministro cubano no fue a solicitar nada, como solían hacer la mayoría de los ejecutivos latinoamericanos que llegaban a la capital de la federación.
Fidel Castro fue a explicar por qué había tenido lugar la Revolución cubana y cuál era su plan de gobierno. Conversó con varios sectores estadounidenses, pero en especial con el pueblo, con el público más amplio, en la calle, en tribunas improvisadas, o en actos más formales. Dedicó amplio espacio a la prensa.
Y esta es, sin dudas, otra de las características de la nueva política exterior cubana hacia Estados Unidos: la interacción directa o indirecta con aquella sociedad, más allá de sus representantes, ejecutivos o líderes electos.
Fidel siempre confió (y actuó en consecuencia) en que en la misma medida en que el pueblo estadounidense conociera el propósito de la Revolución, entonces habría más posibilidades de llegar a tener algún día una relación, al menos de buena vecindad, entre ambos países.
Por alguna razón el Club Nacional de Prensa en Washington aún atesora los videos de aquella visita, entre los que considera como los 100 momentos más importantes del siglo XX para la organización.
Fidel no dudó en organizar la llamada Operación Verdad, cuando los medios estadounidenses intentaron desprestigiar los juicios que tuvieron lugar en Cuba contra criminales batistianos. Se invitó de inmediato a decenas de periodistas a visitar la Isla y a escuchar directamente de sus líderes sus argumentos, hablar con la gente y ante ellos también se hicieron autocríticas.
Cuando el gobierno de Estados Unidos escogió definitivamente el camino del enfrentamiento militar con Cuba, de las agresiones de todo tipo y de intentar aislar en el plano diplomático a la Isla, Fidel encabezó una defensa firme, que nunca llegó al odio al estadounidense, ni al irrespeto de sus símbolos nacionales, o de sus figuras históricas.
Frente al ejercicio de aislacionismo oficial, respondió con el desarrollo acelerado de relaciones políticas e ideológicas con una diversidad de fuerzas tanto al interior de Estados Unidos, como del resto del mundo. Muchos estudiantes o trabajadores que visitaron La Habana en su juventud fueron al cabo de los años presidentes, ministros, o rectores de universidades en sus respectivos países.
Cuando Estados Unidos forzó la limitación de los derechos de Cuba en el marco de la Organización de Estados Americanos, en La Habana se celebraban las conferencias de la Tricontinental y se fundaba la Organización de Solidaridad con los pueblos de Asia, África y América Latina. Es decir, cuando mayores eran los intentos de aislarnos, más crecían las relaciones exteriores cubanas.
De especial significación resultaron por diversas razones las llamadas primera y segunda declaraciones de La Habana, acaecidas el 2 de septiembre de 1960 y el 4 de febrero de 1962, respectivamente, ambas en respuesta directa al aumento de la beligerancia de Estados Unidos contra la Isla. ¿Qué tuvieron de particular estos eventos?
En primer lugar estamos hablando de concentraciones masivas, que sumaron la presencia de más de un millón de cubanos cada vez, cuando la población de la Isla rondaba entre los 5 y 6 millones de habitantes. Es decir, se trató de ejercicios de comunicación (si, en ambos sentidos) sin precedentes en los que el líder de la Revolución Cubana no sólo explicó sus argumentos, sino que también procuró el apoyo popular, que obtuvo con vítores y respuestas frecuentes.
Fueron hitos en la historia de la comunicación social, mucho antes que existieran las plataformas digitales actuales.
Estos eventos indican una comprensión clara y temprana en Fidel sobre el apoyo del pueblo y su participación en la política exterior. La importancia de que todos y cada uno de los cubanos hiciera suyos los criterios de respuesta a Estados Unidos y se sintiera parte del mensaje político.
La otra gran contribución de ambos sucesos es que durante su desarrollo se expresaron principios e ideas que constituyeron parte esencial de la posición oficial de Cuba respecto a Estados Unidos en los años subsiguientes, que iban desde el reclamo del cese de las agresiones, hasta la devolución del territorio ilegalmente ocupado en la Base Naval de Guantánamo. No se trataba de prioridades aprobadas entre burócratas, era la construcción de una posición cubana en lo internacional sobre la base prácticamente de la realización de un referendo.
El segundo de estos ejercicios se produjo después del término satisfactorio de la Campaña contra el Analfabetismo en Cuba, que sirviera para incorporar realmente a la vida política del país al 60% de los ciudadanos que no tenía instrucción escolar en 1959. De esta manera, Fidel concibió al pueblo educado y con valores como el mejor embajador de la Revolución y, al mismo tiempo, esculpió una relación indestructible entre la política interna y la política exterior del país.
En su memorable discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre de 1960, Fidel estableció un paralelismo entre los problemas enfrentados por el pueblo cubano en aquella época y los existentes en el mundo subdesarrollado de la época, cuando explicó ante el plenario el texto de la Primera Declaración de La Habana.
Fue su manera de decir que, si se resolvían los desequilibrios nacionales en cada país, esto podría tener un impacto a nivel global y quizás abrir nuevos caminos para la Humanidad. Fidel se refirió a:
“El derecho de los campesinos a la tierra; el derecho del obrero al fruto de su trabajo; el derecho de los niños a la educación; el derecho de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; el derecho de los jóvenes al trabajo; el derecho de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; el derecho de los negros y los indios a la ‘dignidad plena del hombre’; el derecho de la mujer a la igualdad civil, social y política; el derecho del anciano a una vejez segura; el derecho de los intelectuales, artistas y científicos a luchar, con sus obras, por un mundo mejor; el derecho de los Estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas, rescatando así las riquezas y recursos nacionales; el derecho de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; el derecho de las naciones a su plena soberanía, el derecho de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas, y armar a sus obreros».
Su aprecio por la verdad y la transparencia lo llevó incluso a discutir intensamente con los líderes soviéticos de entonces sobre la necesidad de hacer públicos los propósitos de la instalación en Cuba de cohetes nucleares con propósitos defensivos hacia finales de 1962. En este año en se han desarrollado diversas actividades para analizar nuevamente los sucesos, bien pudiera decirse que aquellas tensiones pudieron haber evitado, si desde un inicio hubieran sido públicas las intenciones cubanas y soviéticas.
A pesar del duro enfrentamiento que se generaba desde Estados Unidos, Fidel no se atrincheró en la incomunicación respecto a Washington. Conoció eventos y transmitió mensajes desde una variedad de fuentes y por una diversidad de canales. Y esta sería una actuación que lo acompañaría toda la vida: nunca se formó un criterio respecto a un hecho con un solo dato, conocido por una sola vía, fuera cubana, o extranjera.
Después de garantizar un conocimiento diverso, revisó la causalidad de lo sucedido una y otra vez, puso el principio en el fin, y viceversa. Contrastó siempre el hecho en sí con el devenir histórico y lo proyectó hacia el futuro, una y otra vez.
En la medida en que los peores años de la confrontación militar de Estados Unidos hacia Cuba fueron pasando y la Isla fue expandiendo sus vínculos internacionales, se abrieron puertas hacia el interior de la sociedad estadounidense que Fidel Castro transitó de forma magistral.
De forma resumida puede asegurarse que, con la paciencia de un orfebre, Fidel fue construyendo de forma directa, o indirecta, una red de relaciones al interior de Estados Unidos que le permitían un intercambio directo con diversos sectores de esa sociedad.
Comprendió como pocos la complejidad del sistema político estadounidense, así como los niveles federales, estaduales y locales de conformación de política. Se formó una visión de los problemas acuciantes del Sur estadounidense, que son muy diferentes a los del medioeste, u otras zonas.
Su vínculo personal directo con Malcom X, Mohamed Alí, Danny Glover, Angela Davis, o el reverendo Lucius Walker, le garantizaron una interpretación particular respecto a la comunidad afrodescendiente, al mismo tiempo que explicaba a esta la participación internacionalista de Cuba en África que comenzó en 1960 en Argelia, pasó por los cambios políticos en África sudoccidental entre 1975 y 1990 y transcurren hasta hoy.
Fidel tuvo un mensaje personal para cada visitante en La Habana, o para cada contraparte en los viajes a New York y Washington. Recibió de todos y cada uno datos y razonamientos que archivó con interés. Y todo este conocimiento fue vertido en sus relaciones con el Congreso estadounidense. Fidel es posiblemente el líder extranjero que más contacto tuvo con representantes y senadores federales estadounidenses, siendo Cuba el país más visitado por estos durante varios años, en particular, después de 1990.
Como parte del pueblo estadounidense privilegió sus relaciones con la juventud, sobre la firme creencia de que el diálogo con los jóvenes garantiza la paz y estabilidad futuras. Basten en este acápite dos ejemplos: sus reiteradas presentaciones ante los estudiantes que llegaban a La Habana como parte del programa Semestre en el Mar, con los cuales establecía un diálogo entre iguales, sin presión de tiempo y con extensos argumentos.
El otro caso es el inicio del ingreso de estudiantes estadounidenses en la llamada Escuela Latinoamericana de Medicina en Cuba a partir del año 2000, proyecto en el que han matriculado de forma gratuita cientos de jóvenes de comunidades de bajos ingresos, con el único compromiso de regresar a sus lugares de origen, para ofrecer su servicio a esos puntos de la geografía estadounidense. Son estudiantes y graduados que no solo llevan consigo el mejor aprendizaje de la escuela cubana de medicina, su práctica, sino también la experiencia de convivir con el pueblo de Cuba durante largos años. Otros miles de estudiantes universitarios estadounidenses han procurado su propia experiencia en Cuba, con apoyo institucional o no, durante más de 60 años.
Debe destacarse en su legado, como líder de talla internacional, la comprensión y su actuación en consecuencia en los momentos en que se generaba una crisis, tuviera esta dimensión bilateral o multilateral. Basten señalar dos ejemplos.
El 11 de septiembre del 2001, cuando el mundo aún trataba de comprender el alcance de lo sucedido en las Torres Gemelas de New York y en el edificio del Pentágono en Washington, Fidel comunicó a las autoridades estadounidenses la disposición de los aeropuertos cubanos a recibir los aviones de aquel país que aún estuvieran en pleno vuelo y que necesitaran puntos de aterrizaje alternativo. En ese momento, lo que importaba era la seguridad de vidas humanas y no consideraciones de índole técnico o logístico, sobre la capacidad de las instalaciones cubanas para dar tal servicio, o riegos para el país.
Cuando a finales de agosto del 2005 el terrible huracán Katrina azotó la sureña ciudad de New Orleans, en el estado de Luisiana, Fidel organizó el contingente Henry Reeve, nombrado en honor a un alto oficial estadounidense que luchó en la guerra de independencia contra España, el cual estuvo listo para partir y asistir a las víctimas de aquella tragedia que produjo más de 1800 víctimas fatales y daños multimillonarios.
Ninguno de estos ofrecimientos recibió respuesta adecuada por parte de las autoridades estadounidenses.
En términos de la relación bilateral oficial con Estados Unidos, Fidel expuso públicamente una y otra vez una visión estratégica de largo plazo, definió principios y prioridades, que respetó en todo momento y fueron precisamente las que permitieron llegar a la reanudación de las relaciones diplomáticas, a partir de julio del 2015. Nunca esos objetivos estratégicos fueron sometidos a las urgencias de una coyuntura, ni a un interés cortoplacista. Por encima de todo, llegó a la convicción y explicó al mundo que Cuba nunca negociaría bajo presión ningún tema, lo cual hoy constituye un principio constitucional de la República.
En ese sentido, se concentró en prioridades y buscó alternativas para reducir tensión en puntos de la agenda bilateral. Aunque Cuba ha mantenido y mantendrá el reclamo sobre el territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval en Guantánamo, se han tomado durante años un grupo de medidas que permitieron, por un lado, reducir el riesgo de un enfrentamiento indeseado alrededor de la instalación, al mismo tiempo que se convirtió a aquella en un enclave de escaso valor militar, en caso de producirse una agresión directa contra Cuba.
Ha quedado debidamente documentado que fue Fidel Castro, y no los diez presidentes estadounidenses a los que se enfrentó, quien envió más mensajes a la otra parte para lograr un tipo de relación bilateral de mutuo respeto.
El propio año de su fallecimiento, al ofrecer sus reflexiones sobre el significado de la visita del Presidente Barack Obama a Cuba marcó, como parte de su legado, los dos extremos entre los que tiene lugar la relación de la Isla con su vecino poderoso:
“Nadie se haga la ilusión de que el pueblo de este noble y abnegado país renunciará a la gloria y los derechos, y a la riqueza espiritual que ha ganado con el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura” y agregó “No necesitamos que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos, porque es nuestro compromiso con la paz y la fraternidad de todos los seres humanos que vivimos en este planeta”.
Fuente: CIPI