El sociólogo, cientista político, docente y escritor argentino Atilio Boron no requiere de mayores presentaciones, su vasta obra, de valor incalculable, lo han convertido en un referente obligado del pensamiento de izquierdas y progresista en nuestra América.
Amigo y estrecho colaborador de Correo del Alba desde nuestra fundación, acudimos cada año a él para dialogar de la coyuntura regional y mundial. Esta ocasión no fue distinta, por lo que nos sumergimos en el conflicto en Europa del Este, el debilitamiento de los Estados Unidos, la gestación de un mundo multipolar y en el renacimiento de instancias integradoras como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
¿Cómo observa a América Latina y el Caribe en el actual tránsito que tiende a pujar hacia la consolidación de un mundo multipolar?
Observo estos cambios con un esperanzado optimismo. Son importantes y abren nuevos espacios para la reafirmación de políticas soberanas en los países de América Latina y el Caribe, en donde el resquebrajamiento del viejo orden mundial y el debilitamiento del poderío económico y financiero de los Estados Unidos, por el avance en el proceso de desdolarización, amplía los márgenes de libertad que por tanto tiempo han sido tan lesivos para los proyectos emancipatorios de nuestros países.
Vemos una transición geopolítica, en que las grandes placas tectónicas del sistema internacional –hace tiempo utilicé esa metáfora– se están moviendo, produciendo modificaciones extraordinarias en el ambiente económico, político, financiero y militar de orden mundial.
La guerra en Ucrania es simplemente una muestra de eso. Otra es el creciente interés que los Estados Unidos han venido demostrando para controlar más férreamente a los países de América Latina, sobre todo cuando la carrera hacia los recursos naturales –para usar la expresión que Michael T. Klare ha planteado en The Natural Resource– se ha intensificado a raíz de que uno de los grandes aportantes de estos a nivel planetario es Rusia, especialmente los vinculados a lo energético (gas, petróleo), pero también a los fertilizantes.
¿Cuál es el impacto de lo que describe en nuestra Región?
Hay un espacio en donde las riquezas naturales de América Latina y el Caribe adquirieron una renovada trascendencia para el Imperio, algo que constatamos en las reiteradas declaraciones, giras y visitas de altos funcionarios estadounidenses por la Región, en particular la presencia de la señora Laura Richardson, la jefa del Comando Sur, quien ha definido esta parte del mundo como “nuestro vecindario”. Por extensión, al hablar de “nuestro vecindario” ella habló de “nuestras riquezas” y que “no debemos permitir que vengan otros a apoderarse de ellas”.
América Latina y el Caribe fueron ratificados, en la última reunión de la Celac y en la reciente Cumbre de Líderes Sudamericanos convocada por Lula en Brasil como una “Zona de Paz”. ¿Es posible sostener en el tiempo esta posición?
Creo que sí podemos mantener a América Latina y al Caribe como una “Zona de Paz”. Debemos bregar por conservar esa situación basada en, evidentemente, una batalla muy cuesta arriba, porque hasta hace poco había 80 bases militares de los Estados Unidos en América Latina y el Caribe; solamente en la región caribeña hay cerca de 40 bases, según señalan los estudiosos del tema. A lo que hay que sumar la base de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en las Islas Malvinas. Todo esto será muy difícil de remover, pero hay que dar la batalla.
¿Qué papel pueden y deben jugar latinoamericanos y caribeños en esta época bélica que promete escalar?
Por nuestra parte, en la medida que avancen los procesos de integración –por eso el valor de Unasur y de la Celac– tendremos más chance de evitar convertirnos en una zona de guerra.
En recientes declaraciones Donald Trump señaló: “teníamos ya a Venezuela al borde del colapso, faltaba muy poquito”. Claramente el proyecto estadounidense es ese: colapsar a los gobiernos populares, progresistas, y hacer que los países caigan en sus manos.
Hay una insensibilidad ante la importancia decisiva que tiene la unidad para combatir a la derecha en los proyectos de cambio
Ante esa estrategia no podemos defendernos solos. Únicamente podemos hacerlo si avanzamos en procesos de articulación a escala continental; tenemos una experiencia en el pasado como fue la lucha contra el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Por tanto debemos salvaguardar esa moral, ese espíritu combativo y esa voluntad unitaria, para así, con gran esfuerzo, garantizar que la Región siga siendo una “Zona de Paz”.
La Unión Europea (UE) ha anunciado que trabaja en un nuevo paquete de medidas contra Rusia, las que serían extendidas esta vez a terceros países que continúan haciendo negocios con Moscú, ¿cree factible que puedan ampliarse a América Latina y el Caribe?
Me parece que puede haber un discurso, una amenaza o alguna retórica de que las sanciones van a aplicarse además a los países que no “colaboran”, es decir, que no se pliegan a la política en contra de Rusia, pero lo veo muy difícil de implementar en la vida práctica.
¿Por qué sería tan difícil?
Porque la economía mundial está altamente internacionalizada y las cadenas de valor son cadenas multinacionales, no nacionales. Obstaculizar el comercio internacional es insostenible, aún para los Estados Unidos, de modo tal que lo anunciado es solo un mecanismo de presión. Estados Unidos es un habilísimo protagonista y actor que maneja muy bien los resortes de presión para dominar los países, someterlos a sus designios, etcétera, pero te digo con toda sinceridad que veo poco probable que eso pueda efectuarse en América Latina.
No digo que no vaya a haber un pedido y hasta amenazas, pero para nuestros países –como para cualquier otro– es obligatorio comerciar con Rusia, porque posee una serie de recursos que son fundamentales en el mundo moderno, y no solamente hablo de los recursos energéticos, sino del tema de fertilizantes y otros insumos que hacen a la producción del campo como de las industrias.
Desde comienzos de siglo hemos sido testigos de emergencias y reflujos tanto del progresismo y las izquierdas, así como de las propias derechas en gobiernos de unos cuantos países del continente, ¿cómo se explican tales oscilaciones? ¿Cuáles son los desafíos que tienen el progresismo y las izquierdas para la viabilidad, sostenibilidad y consolidación de sus proyectos políticos?
Los desafíos se pueden sintetizar en uno: avanzar con mucha resolución, fuerza y energía, de modo que permitan instaurar una nueva correlación de fuerzas en que los elementos retardatarios, aquellos que desean volver al viejo orden y que no quieren que haya un avance en dirección a la izquierda, pierdan la capacidad de veto que históricamente han tenido en la Región
Si ha habido esos avances y retrocesos ha sido, en parte, porque los proyectos o programas que debieron haber cumplido los gobiernos progresistas han quedado por la mitad. Ahí tenemos el caso de la Argentina, con un escenario muy probable de derrota del progresismo y un retorno muy preocupante de la derecha. Y digo preocupante por el ánimo vengativo y de propinar un castigo ejemplificador a las izquierdas.
Los proyectos progresistas han caído en un cierto determinismo económico que los llevó a pensar en que bastaban algunas políticas importantes de combate a la pobreza o la distribución del ingreso para garantizar una sólida base política para seguir avanzando en el concurso de la transformación social. Pero no es así, la Historia ha demostrado de forma contundente que las reformas económicas no bastan para garantizar la sustentabilidad y continuidad de un proyecto, que se requiere algo más.
¿Qué es ese “algo más”?
Ese algo más pasa por la lucha ideológica, por la famosa batalla de ideas y por la creación de un nuevo sentido común. Esto implica luchar contra enormes poderes concentrados. Por ejemplo, la izquierda tiene una tremenda debilidad en el terreno de los medios de comunicación; podemos tener buenas ideas y seducir a la gente con propuestas de una sociedad mejor, pero no tenemos cómo transmitirlas. Este es uno de los grandes obstáculos que hacen que recurrentemente estos gobiernos se enfrenten con tales desafíos.
Algo esencial es la división que a veces se suscita en el campo de la izquierda y el progresismo. Divisiones que, a mi manera de ver, se deben más a cuestiones personales que a temas estratégicos. Hay una insensibilidad ante la importancia decisiva que tiene la unidad para combatir a la derecha en los proyectos de cambio.
En el último decenio hemos sido testigos de variados golpes de Estados en nuestra América, ¿qué condiciones facilitan el ascenso y cierto eco en la ciudadanía de proyectos visiblemente derechistas, conservadores y regresivos en lo político y social?
El eco está facilitado por la falta de una política clara de parte de quienes tienen la obligación de sentar las bases de la liberación de una sociedad, que además deben hacer con mucha energía e inteligencia. Por ejemplo, la inteligencia que les enseña que en realidad llegar al gobierno no significa llegar al poder, y que si ellos quieren disputar el poder en la sociedad capitalista –o acá en la periferia– lo deben hacer a partir de gobiernos que no tienen ni los recursos económicos ni los medios de comunicación; con un Poder Judicial que ha sido socializado por los Estados Unidos por más de 30 años con cursos sobre “buenas prácticas en la administración de Justicia”; que carecen de la lealtad del establishment militar y policial –que continúan siendo armados y estrenados por los Estados Unidos en la gran mayoría de los casos–.
Lo señalado nos deja en condiciones de inferioridad y, por supuesto, ante las vacilaciones y los costos que tienen los procesos de cambio que impulsan los gobiernos progresistas –porque no es que un gobierno progresista llega y todo comienza a salir bien, es un proceso que puede ser muy lento, muy difícil, con daños colaterales–, la derecha se aprovecha.
Tampoco podemos olvidar que hay un clima internacional de fascistización. Por eso las propuestas que antes nos parecían absurdas, insensatas e impresentables hoy en día aparecen como razonables de gentes que están hartas de la política y de la politiquería, como dicen.
En ese sentido el discurso “antipolítico” es funcional al conservadurismo.
Hay un profundo desengaño en relación a la democracia a nivel mundial, y quiero marcar esto porque a veces se piensa que es solo una cuestión de América Latina.
Casi dos de cada tres habitantes de los países del Primer Mundo están insatisfechos o muy insatisfechos con la democracia; esto abarca a la mayoría de los países europeos, los Estados Unidos, Canadá e Israel.
¿Y en América Latina y el Caribe?
Andamos más o menos por ahí, probablemente menos insatisfechos. Lo que deseo destacar es que acá hay algo muy de fondo que dice relación con que no ha fracasado tal o cual gobierno, sino que la democracia capitalista se ha topado con los límites del capitalismo, que es una vieja tesis que vengo sosteniendo.
En mis escritos, desde Estado, capitalismo y democracia en América Latina, pasando por Tras el búho de Minerva, hasta mi debate con Vargas Llosa en El hechicero de la tribu, he hablado de la incompatibilidad entre capitalismo y democracia. Por eso, en la medida en que los gobiernos progresistas no se atrevan a avanzar en contra del capitalismo, sentando cautelosamente las bases de un proceso de transición hacia un postcapitalismo, las inequidades, insuficiencias y frustraciones que generan a la larga sientan las bases para este descreimiento.
¿Cuál identifica como un elemento estratégico en relación a lo que menciona?
El problema de fondo es que hemos fallado en el debate ideológico. El socialismo, o el avance al postcapitalismo, no se hacen tan solo con medidas económicas, que son imprescindibles pero insuficientes, menos si no están acompañadas por un trabajo de reeducación y resocialización política. Lo dijo Frei Betto en relación al fracaso del programa “Hambre Cero” en Brasil, por eso renunció en los primeros años del gobierno de Lula, porque cuando decían: “necesitamos más dinero para la educación política y menos dinero para el feijão y arroz”, era desoído. Y es que el dinero para el feijão y arroz estaba, pero no para hacer el otro gran combate, y, claro, esa gente que mejoró su condición de vida en los años de Lula finalmente terminó votando –una parte de ellos– por Bolsonaro. ¿Por qué? Porque mejoraron su situación económica-social y experimentaron un ascenso que los ubicaba en la baja clase media y pensaron que el modo de avanzar sería por la vía de un gobierno fuerte que impusiera respeto.
El socialismo, o el avance al postcapitalismo, no se hacen tan solo con medidas económicas
Finalmente, ¿cómo vislumbra el futuro próximo de América Latina y el Caribe? ¿Qué elementos le alientan y cuáles le inquietan de lo que pudiera ocurrir?
Puedo hacer una prognosis muy generalizada, tanto así que no sé qué valor tiene entre nosotros.
Confío en el futuro de América latina, creo que, por la fuerza de las circunstancias, vamos a aprender las grandes lecciones necesarias para evitar convertirnos otra vez en colonias de un imperio en decadencia. Asimismo, creo que ha habido algunos cambios moleculares, y en la organización de los sectores populares hemos hecho algunos avances. Claro, varía de país en país, es una lucha fuerte que hay que ponerla en el marco de la desorganización que lleva adelante y promueve la estructura capitalistas. O sea, por un lado se hacen esfuerzos para garantizar cohesión entre los sectores populares; y por otro, vemos las enormes dificultades que provoca el hecho de que la sociedad capitalista ha fragmentado en pedazos lo que antes llamábamos el proletariado. Hoy tenemos un universo social caracterizado por un enorme grado de diversidad y de situaciones muy diferentes, lo cual hace que sea difícil llegar a concretar una expresión unitaria de eso que está tan disperso.
Sin caer en una filosofía barata, la Historia mira la larga duración, razón por la que pienso que hemos ido avanzando. Los procesos de cambio se han ido consolidando. Ahí están Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia con su gobierno de los movimientos sociales.
Entre las dificultades están la ausencia de algunas de las más grandes figuras que lideraron estos procesos, como Fidel, Chávez, Néstor Kirchner. O la neutralización de otras, como el caso de Rafael Correa o Evo Morales.
Igual advertimos el avance en la penetración tentacular del Imperio a través de miradas de ONG que de repente se infiltran en los gobiernos. Ese es el caso, por ejemplo, del Gobierno chileno, donde existe una alta presencia de funcionarios que fueron miembros de ONGs o de instituciones académicas, que tienen una mirada a veces academicista.
Por último, reconozco algunos brotes que dan lugar a un cauteloso y esperanzado optimismo. Me parece que el cambio en el escenario político internacional juega a favor de una perspectiva más luminosa para una América Latina, un continente riquísimo en recursos naturales. Tenemos una población muy escasa en relación a la riqueza, por ejemplo el cálculo de disponibilidad de agua por habitante. Esto en medio de una riqueza exuberante en comparación con otras regiones del planeta; con casi todos los recursos naturales, lo que nos da un potencial.
Que se concreten o no nuestros anhelos dependerá de la voluntad de hierro –como la que tuvo Fidel después del desembarco del Granma–, de nuestra capacidad de organización y de nuestra labor de pedagogía política, de esa herencia de Martí y de Gramsci que nos indica que sin el cambio en la cabeza de la gente, de las mujeres y los hombres de nuestra Patria Grande, ninguna transformación será posible; y en caso de ser posible, no será duradero por la ausencia de esa gran tarea de regeneración intelectual y moral.
Gramsci hablaba de la hegemonía como dirección política, y, complementariamente, como dirección intelectual y moral. En ese sentido, sobre todo quienes estamos en el mundo de las ideas, de las academias, de los escritores e intelectuales, tenemos una enorme responsabilidad que asumir para no ser partícipes de una nueva frustración.
Fuente: Correo del Alba