Para Cuba es, y debiera ser para el mundo, el 14 de junio una fecha memorable. Dos colosos nacieron en igual fecha, pero con una diferencia de 83 años. Mucho le aportaron Cuba, a Latinoamérica y El Caribe. Compartieron un profundo sentimiento anticolonialista, independentista, antiesclavista, antimperialista, internacionalista, de lucha contra la injusticia, a favor de la dignidad humana y todo desde una profunda intransigencia revolucionaria y humanismo. Le fueron consustanciales a sus caracteres la férrea disciplina, una elevada conducta moral y una voluntad indoblegable ante las dificultades.


Sin embargo, dos interrogantes alrededor de sus pletóricas vidas se han abordado con aislamiento, insuficiencia historiográfica y casi nula sistematicidad: ¿cuáles fueron las razones humanas que llevaron a Maceo a protestar en Baraguá? Y la segunda, ¿en qué momento el joven Ernesto Guevara se convirtió en el legendario “Che”?

Aunque no es el objetivo del artículo profundizar científicamente en las respuestas a esas preguntas, sí los presupuestos que abordaremos pretenden motivar a investigadores, estudiosos y hasta lectores a revelar todas las esencias, todavía enclaustradas en las paredes de lo poco estudiado (o al menos pobremente divulgado, en caso de que exista abundante documentación sobre los temas).

El investigador Pedro Ríoseco López-Trigo, en un trabajo periodístico refirió que la desunión, la dispersión y el caudillismo llevaron la Guerra de los Diez Años (1868-1878) hasta el claudicante Pacto del Zanjón, donde el colonialismo español pretendió lograr un acuerdo de paz sin independencia, en los precisos instantes en que los mambises reasumían la iniciativa en Oriente y Las Villas.

La falta de unidad había llegado en algunos casos al resquebrajamiento de la disciplina, factor funesto que atentaba contra el alcance de la añorada libertad. Algunos jefes mambises asumieron el Zanjón como salida, aunque muchos otros continuaron la lucha en la parte oriental y central de la Isla.

Desconocedor del proceso iniciado por el Capitán General español, Arsenio Martínez Campos, para comprar la rendición de algunos jefes mambises del modo más abyecto posible, Maceo, repuesto ya de las graves heridas recibidas el 6 de agosto de ese propio año en el combate de Mangos de Mejías (ocho en total, cuatro de ellas en el pecho), se incorpora de nuevo a la guerra en enero de 1877 ya con el grado de mayor general.

Sus victorias resonantes en los combates de Florida, Llanada de Juan Mulato y San Ulpiano, en enero y febrero de 1878, le reconfortan por el tiempo perdido en la convalecencia. Va entonces al encuentro de su médico y amigo, el doctor Félix Figueredo, para informarse de los rumores que circulaban de conferencias y tratos con los españoles, en los cuales no creía.

Maceo, al oír todo lo que se había dicho de los jefes de la Revolución que aceptaron el convenio con los españoles, se alejó visiblemente disgustado, sin despedirse del amigo.

El 18 de febrero de 1878, en Pinar Redondo, se entrevistaron el Generalísimo Máximo Gómez y Maceo para dar el último adiós a la heroica madre de la familia Maceo, Mariana Grajales. Allí le informó Gómez a Maceo todo lo ocurrido en Camagüey, compartieron la decisión de no aceptar lo proclamado en el Pacto del Zanjón y reiteraron su disposición de continuar la lucha. Se enteró también Gómez del objetivo del Titán de Bronce de entrevistarse con el Capitán General español, Arsenio Martínez Campos, para pedirle una suspensión de hostilidades que le permitiera organizarse y lo alentó en ello.

El 21 de febrero de 1878 Maceo escribe a Martínez Campos. Le dice que conoce por Gómez y los comisionados del Departamento Central, lo pactado en Camagüey. Le dice que Oriente y Las Tunas están en condiciones de continuar la lucha, en desacuerdo con la resolución de la Junta del Centro, le solicita entrevistarse y pide cuatro meses de suspensión de hostilidades para consultar la voluntad de todos los distritos que componen ese departamento.

El 15 de marzo de 1878 se realizó la entrevista de Maceo y Martínez Campos en Mangos de Baraguá. El español pronunció breves palabras de introducción a la conferencia y, de inmediato, Maceo le respondió que no estaban de acuerdo con el pacto firmado, ya que con el mismo no se lograban la independencia de Cuba ni la abolición de la esclavitud.

La epónima respuesta del Titán nunca deja traslucir otras razones que no fueran las político-militares y ético-ideológicas.

Antonio Maceo en los casi 10 años de guerra, desde el 12 de octubre de 1868, en que se incorpora a la misma, hasta el 21 de mayo de 1878, en que, sin recursos, aceptó dirigirse a Jamaica con objeto de buscar financiación para reemprender el proyecto independentista; había perdido en esa propia guerra a su padre (mayo 1869), a su hermano adolescente, Julio, el 12 de diciembre de 1870, con apenas 16 años de edad, a su otro hermano Miguel, el 18 de abril de 1874, con 21 años de edad. Su joven hermano, Rafael, no cayó en combate en esa gesta, pero durante los diez años de guerra, se había ganado merecidamente fama de batirse en cada combate y al terminar la contienda, ostentaba sobre su piel, a modo de otras tantas condecoraciones, diez cicatrices de balas enemigas.

Durante la Invasión a Guantánamo, en 1871, se efectúa el feroz combate en el Cafetal La Indiana, allí cae herido y prisionero su hermano José, atribulado y desesperado le pide Antonio a Máximo Gómez la oportunidad de rescatar a su hermano, del cual desconoce si está vivo o muerto. Con un saldo sensible de muertos, heridos y un alto consumo de municiones, logra el General Antonio rescatar a su hermano José.

Su esposa María Cabrales padeció todas las penalidades de la contienda bélica sin expresar una queja. Es polémica la existencia de hijos entre ellos, porque no existen evidencias documentales de los mismos, pero sí relatos de que concibieron dos, una niña y un niño, quienes no pudieron soportar los rigores y penurias de la Guerra. Igual destino lo vivieron sus hermanas y su heroica Madre.

El 6 de agosto de 1877, siete meses antes de la Protesta de Baraguá, tras una estela de enfrentamientos victoriosos, acontece el combate de Mangos de Mejía, donde el joven general recibe ocho balazos. Lo más triste es que durante la convalecencia del Titán se inician los contactos que llevarían semanas después a la paz sin independencia del Zanjón, promovidos por personas que estuvieron implicadas casi cinco años antes en la deposición del presidente Céspedes.

Estas heridas serían las últimas de esa contienda, sumando la friolera de 21 disparos en su cuerpo.

Se le reconocen más de 600 acciones combativas, la mayor cantidad en la Guerra Grande, numerosos fueron sus oficiales, clases y soldados heridos o muertos, ¿Cómo sería posible aceptar la paz ofrecida por el Jefe español en Baraguá, con tan sensibles pérdidas a modo de costo por alcanzar los objetivos sagrados que lo lanzaron a la lucha: la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud? Estas razones de sentimientos, cuentan, y creo que pesaron más, que la “fuerza en la mente y en el brazo” a la hora de decidir salvar la Honra de la Patria en aquel memorable 15 de marzo de 1878.

Alguien me dijo que era imposible ser como el Che. Individualmente sí es imposible, colectivamente todos podemos ser como él. Los seres humanos, al igual que las circunstancias, somos únicos e irrepetibles en la Historia. Nadie nace predestinado para nada. Afirmarlo sería un disparate para la Ciencia, pero Ernesto Guevara de la Serna se convirtió, sin proponérselo, en un paradigma de millones de seres humanos del planeta.

Es significativo que el joven Ernesto se enrola como médico en la expedición del Yate Granma, antes   en compañía de su amigo Alberto Granado emprenden un histórico viaje que los llevaría a recorrer Chile, Perú, Colombia y Venezuela. La visita a las minas de cobre de Chuquicamata (Chile) resulta particularmente reveladora, porque en ningún lugar como aquel habían chocado con semejante grado de explotación de los obreros, de discriminación del nativo respecto al yanqui. El dolor de nuestra América va calando hondo en los nervios del estudiante argentino: he ahí la realidad neocolonial descarnada más allá de cualquier libro.

A mediados del mes de junio de 1954 el Che ve como aviones norteamericanos vuelan sobre Guatemala y bombardean instalaciones militares y los pobres cuarteles populares. El 18 de junio de 1954 ve el golpe de estado contra el gobierno de Arbenz, planeado y ejecutado por los Estados Unidos. Participa en el transporte de armas e intenta unir a algunos jóvenes a la lucha, además ayuda a poner a salvo a algunos líderes políticos. El 26 de junio la radio nacional guatemalteca comunica la renuncia del presidente Arbenz y el exilio de casi todos los líderes políticos y sus familias. Esto causó una gran conmoción en las filas revolucionarias. Che lo vio de esta manera: “En Guatemala era necesario luchar, pero, casi nadie luchó. La resistencia debió ser implementada pero casi nadie quiso hacerlo”.

Para ese entonces la represión comienza, las embajadas latinoamericanas comienzan a llenarse de refugiados políticos. El Che es señalado como un peligroso comunista argentino y por ello se le prohíbe permanecer en Guatemala. Ernesto Guevara se traslada a México, donde trabajará de médico en la Sala de Alergia del Hospital Central y ve nuevamente con Ñico López, quien lo conduciría a Raúl Castro, a través del cual conoce a Fidel Castro y se vincula a sus preparativos revolucionarios. De su encuentro con Fidel el Che comenta: “En tierra azteca me volví a encontrar con algunos elementos del Movimiento 26 de Julio que yo había conocido en Guatemala y trabé amistad con Raúl Castro, el hermano menor de Fidel. El me presentó al jefe del Movimiento cuando ya estaban planeando la invasión a Cuba”[1].

Hasta aquí hay un joven con plena conciencia de la situación de América, del hegemonismo yanqui y tiene la inquietud revolucionaria y antimperialista por transformarla.

Sin embargo, un pasaje singular, narrado por él mismo, alrededor del Combate inicial de los expedicionarios, en Alegría de Pío, nos revela algo que pocas veces nos detenemos a considerar en la transformación de Ernesto Guevara en Che:

“Cerca de mí un compañero llamado Arbentosa, caminaba hacia el cañaveral. Una ráfaga que no se distinguió de las demás, nos alcanzó a los dos. Sentí un fuerte golpe en el pecho y una herida en el cuello; me di a mí mismo por muerto. Arbentosa, vomitando sangre por la nariz, la boca y la enorme herida de la bala cuarenta y cinco, gritó algo así como «me mataron» y empezó a disparar alocadamente pues no se veía a nadie en aquel momento.

Le dije a Faustino, desde el suelo, «me fastidiaron» (pero más fuerte la palabra), Faustino me echó una mirada en medio de su tarea y me dijo que no era nada, pero en sus ojos se leía la condena que significaba mi herida. Quedé tendido; disparé un tiro hacia el monte siguiendo el mismo oscuro impulso del herido. Inmediatamente, me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido… Ponce se acercó agitado, con la respiración anhelante, mostrando un balazo que aparentemente le atravesaba el pulmón. Me dijo que estaba herido y le manifesté, con toda indiferencia, que yo también.

Siguió Ponce arrastrándose hacia el cañaveral, así como otros compañeros ilesos. Por un momento quedé solo, tendido allí esperando la muerte. AImeida llegó hasta mí y me dio ánimos para seguir; a pesar de los dolores, lo hice y entramos en el cañaveral. Allí vi al gran compañero Raúl Suárez, con su dedo pulgar destrozado por una baja y Faustino Pérez vendándoselo junto a un tronco; después todo se confundía en medio de las avionetas que pasaban bajo, tirando algunos disparos de ametralladora, sembrando más confusión en medio de escenas a veces dantescas y a veces grotescas, como la de un corpulento combatiente que quería esconderse tras de una caña, y otro que pedía silencio en medio de la batahola tremenda de los tiros, sin saberse bien para qué…”[2]

Lo resaltado hace comprensible y evidente la conclusión: aquel joven todavía no es el Che. Es observando y conviviendo con aquellos combatientes, con los pobladores de la Sierra Maestra, pero, sobre todo, siguiendo el ejemplo del Comandante en Jefe Fidel, quien le distingue tras una actuación destacada en el combate de Arroyo del Infierno, en enero de 1957, a solo un mes del descalabro de Alegría de Pío y cinco días después de la primera victoria Rebelde en el combate del cuartel de La Plata.

Fidel, que ya apreciaba sus dotes de mando y organizador, le encomienda la misión de recibir el primer gran refuerzo en hombres y armas que procedente del llano, y enviado por Frank País García, recibiría el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra en marzo de 1957. Cumple la orden y recibe a la tropa enviada por la dirección del Movimiento 26 de Julio en el llano, pero el jefe de la misma, capitán Jorge Sotús, se niega a entregarle el mando alegando órdenes directas de Frank País. Che cede ante Sotús, razón por la cual, días después, Fidel lo criticaría fuertemente por no haber impuesto su autoridad.[3]

Con este refuerzo se reorganizó la pequeña tropa rebelde y se reestructuró la Columna 1 José Martí. Che pasaría entonces al Estado Mayor o Comandancia, bajo las órdenes directas de Fidel, mientras seguía actuando como oficial médico.

Sobre la unidad entre la Guerrilla y los granjeros de la zona escribió: “Los sufridos y sinceros habitantes de la Sierra Maestra no saben el importante papel que han jugado en la creación de nuestra ideología revolucionaria”.[4] Nótese el reconocimiento a su formación ideológica de las actitudes de la gente de pueblo.

El 18 de mayo el Ejército Rebelde recibió un gran refuerzo de armas, enviado por la dirección del Movimiento 26 de Julio en el llano. El mismo incluía tres fusiles ametralladoras Madzen, uno de las cuales se destinó para el Estado Mayor encomendándosele al Che su manejo. De esa forma se inició como combatiente directo, pues hasta ese momento lo había sido sólo de forma ocasional.

El 28 de mayo la guerrilla atacó el cuartel de El Uvero. Fue cruento el combate, con varios muertos y heridos de ambas partes. Al rendirse el enemigo y ante la impericia del médico del Ejército, debió asumir la responsabilidad de atender los heridos de ambos bandos que eran casi tres decenas, algunos de gravedad.

Ya, para esa ocasión, es con el cumplimiento consciente y responsable de esta misión, que consideramos, en que concluye la formación del joven médico, Ernesto Guevara de la Serna, en el legendario Che. Lo que sucedió después fue la consagración del paradigmático Guerrillero Heroico.

  Notas:

[1] Biografía del Che en Ecured.

[2] Che. Pasajes de la Guerra Revolucionaria. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1985. P.4. https://www.cubanamera.org/Documentos/Pasajesdelaguerrarevolucionaria.pdf

[3] Biografía del Che en Ecured.

[4] Ídem a la anterior

Por REDH-Cuba

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