Para el gobierno es comunista todo aquel que esté fuera de su doctrina. Agita el fantasma del comunismo para ocultar un plan de saqueo que arremete contra trabajadores, jubilados, desocupados y que apunta abiertamente contra la cultura, la que debe entenderse como herramienta de transformación.
Fuente: Tiempo Argentina
El presidente de la Nación, parte de su fuerza política y distintos sectores de la oposición que se dicen a sí mismos nacionalistas reeditan discursos fantasmagóricos respecto al comunismo. No es nuevo, ya desde el tiempo de campaña “el comunismo” “el socialismo” y todo lo que se parezca o huela a “rojo” es el enemigo a destruir. Estos sujetos, ellos y ellas, a los que podríamos sin temor a equivocarnos definir como lúmpenes, ejercen un revisionismo histórico exprés, casual y berreta, sin sustento teórico y al boleo, y no tienen ningún pudor en decir disparates utilizando un lenguaje tanto de mal gusto, como inquisitorial o falangista. Para ser más precisos un lenguaje neofascista que comienza a ser moneda corriente en buena parte de nuestro país y el mundo.
El anticomunismo se esgrime desde una ridícula ferocidad, plagado discursivamente de lugares comunes para crear una cortina de humo capaz de ocultar un proyecto político sin ningún futuro ni posibilidad de resolución económica y política positiva. El presidente necesita a quien echarle la culpa de lo que genera el propio capitalismo decadente que venera y defiende. A la vez que diseña y arma la agenda de ajuste salvaje, donde al parecer el dolor y el sacrificio son el único camino posible para salvar la nación.
Ese sacrificio del que habla será hecho por los mismos de siempre, por la clase obrera, por los jubilados, por los desocupados, por los más desprotegidos. Este esfuerzo garantizará el tiempo necesario para que los grupos económicos que integran el poder real hagan negocios, saqueen, endeuden el país y destruyan las organizaciones sociales políticas y culturales que serán las únicas que podrán dar respuesta frente a la crisis y darse para sí la tarea de iniciar el camino para reconstruir el país, porque mal que les pese a Milei y a los neofascistas su gobierno no será eterno y ellos lo saben.
En este tiempo para el saqueo, es notable el silencio de los que a priori creíamos cercanos; o por lo menos, de este lado del mundo y la humanidad. Es sorprendente como entre ausencia y camuflajes, entre tibieza y oportunismo, cuadros referentes y fuerzas políticas se enconden e incluso juegan a la democracia en el Congreso aprobando las leyes que condenan a años de pobreza a la población argumentando que están protegiendo la gobernabilidad y a las instituciones. Pura mierda. Hacen tiempo y no se juegan ni se ponen al frente por no querer exponerse, o hacen la plancha hasta que aclare para que el gasto-costo político no les sea tan alto. Pura pena, ya que la represión está sucediendo ahora mismo.
Ahora bien, fuera como fuera, tanto “táctica de evasión” como una “política planificada” del conjunto o de parte del gobierno, la reciente visita a genocidas de la última dictadura militar es un hecho repudiable que debe ser condenado por el conjunto de la sociedad. Nada tienen que hacer los diputados de la nación posando en la cárcel con asesinos, torturadores y apropiadores de niños. Esas gestualidades solo apuntan a tensionar la cuerda del imaginario social para volver a instalar en la opinión pública falacias sobre el accionar militar durante el proceso, como ser la idea que fue una “guerra” contra la subversión, contra los guerrilleros, contra los marxistas, contra los comunistas la que se llevó adelante y no lo que realmente fue, un genocidio sistemático y planificado, el exterminio de toda una generación de argentinos con el fin de implantar de manera brutal y definitiva un modelo económico-político-social de entrega y sumisión a los intereses imperialistas.
Se suman a estos hechos y gestualidades, la búsqueda de la recomposición del Partido justicialista encuentra intentonas por derecha y casi como una paradoja del destino produce puntos de contacto con la derecha más recalcitrante. Enarbolando la defensa de “la propiedad, la patria, la familia, Dios” soportan con parcial simpatía algunas desmesuras de grupos de LLA y de derechosos y conservadores que se definen nacionalistas. Situaciones insólitas y perturbadoras que dan trabajo a politólogos y cronistas más variopintos. Deberían definir con precisión y detalle de qué nacionalismo hablan cuando hablan de nacionalismo, ya que en nombre de nacionalismo se quemaron libros, se bombardearon plazas y desaparecieron personas. En nombre del nacionalismo también se creó la liga patriótica, la sección especial y también la triple A, que para el que esté distraído significa Alianza Anticomunista Argentina.
Otra postura que prima, es la crítica al progresismo, sin definición clara sobre quién compone dicho progresismo. Son ¿los comunistas, los peronistas, los socialistas, los radicales, los humanistas? ¿Son acaso aquellos y aquellas que acompañan y promueven las políticas de inclusión social, las conquistas de derechos de las minorías o de los sectores más postergados por la sociedad? Parece un dislate, una actitud de trasnochados poner el acento de la crítica allí, ya que todo lo bueno producido en este país desde la crisis del 2001 hasta el macrismo, vino de la mano de la unidad del campo nacional y popular, clasista y revolucionario, vino de la unidad y la transversalidad de las fuerzas políticas y distintos movimientos y actores sociales. Ahora parece que se critica al “progresismo” y se lo asocia a una actitud posmoderna, hippy o a organizaciones sin encuadre ni estructura, pero esta critica es solo oportunismo político y mediático y chiquitaje, esta critica es solo el intento de quienes quieren crecer por derecha.
Nada menos posmoderno que sostener una posición política aun en retroceso, aun en la trinchera, aun en el combate desigual, y acá estamos, sosteniendo las ideas y las banderas que nos convocan. Estamos con el teatro independiente, estamos con una cultura para todos y todas, estamos contra el fascismo, contra el imperialismo. Estamos con las madres y las abuelas, estamos con La revolución cubana siempre, con Fidel y el Che siempre. Estamos con Evita y Chávez y Maduro y estamos con los jubilados, con los artistas, con los maestros y la educación pública, con el CONICET, con los sindicatos, con las cooperativas, con el pan, el trabajo y la vivienda para todos y todas, con los desocupados, con los excluidos, estamos con el amor en todas sus formas…. Estamos con los peronistas, los socialistas, los humanistas…. Estamos con el sentido transformador de la política…estamos. Y si esto es ser comunista, yo soy comunista y que me pongan en su lista.
Pero hay que aclarar, hay que explicar, en este tránsito hay que formarse y formar, e instruirnos para crear un pensamiento crítico capaz de levantar una muralla de ideas que se oponga a toda esta banalidad y confusión que se pretende crear minuto a minuto. ¿Puede el teatro y la cultura ser herramienta en esta lucha? Sí, aquí estamos y Venceremos.
Manuel Santos Iñurrieta es Director actor dramaturgo/internacionales teatro ensamble. Director Adjunto de Arte en el Centro Cultural Cooperación. Red en defensa de la Humanidad