El gobierno de la República Dominicana anuncia la suspensión de la Cumbre de las Américas, programada para la primera semana de diciembre próximo. Lacónicamente justificaron la decisión por las “profundas divergencias políticas regionales”, según lo explicado por los anfitriones.

Menuda razón, como que digan que han descubierto el agua tibia, que es la suma de la fría con la caliente. Sí, porque el que existan profundas diferencias entre los países convocados, ya se sabe excepto Cuba, Venezuela y Nicaragua, tampoco es una novedad, en primerísimo lugar porque la principal contradicción es entre Nuestra América y Washington, no importa que algunos gobiernos de habla hispana se esfuercen por soslayarla.

En este punto la relación conflictiva, entre EEUU y el resto de sus vecinos tiene un carácter estructural, dado el carácter imperial de este país y va más allá de quien resida en la Casa Blanca, aunque sin dudas se ha complejizado particularmente con el gobierno del presidente Trump.

Desde el arranque de su gobierno, Trump agitó la espada de las amenazas como recurso de negociación, bajo el concepto de lograr la paz mediante la fuerza, menuda contradicción.

En modo seguidilla, el mandatario estadounidense aplicó aranceles a todos sus vecinos, que en estos meses subieron, se congelaron y volvieron a bajar como montaña rusa; anunció su interés por convertir Canadá en el estado 51, recuperar el canal de Panamá e incluso quedarse con Groenlandia. Estos temas parecen haberse engavetados, pero no olvidados.

Tras estos primeros meses, todavía bajo los efectos de la euforia por su victoria electoral, con la consigna de América Primero sobre su cabeza, por lo que dice su publicitada gorra roja, Trump avanzó en otro tema impulsado en su campaña electoral, la guerra contra los carteles de la droga.

En este punto, Washington reveló su tradicional afán bélico desplegando prácticamente el 15% de sus fuerzas aeronavales en el Caribe, el mar que baña la sede la cumbre, privilegiando la parte de la fuerza en el supuesto propósito de garantizar la paz, esta última por cierto muy exigida por las bases trumpistas.

En apretada síntesis, se pueden resumir las tropelías que va acumulando el Jefe Trump en los últimos tres meses comenzando por la guerra psicológica, por ahora, contra Venezuela, y anunciando cantinflescamente que enviará o no enviará, según su estado de ánimo, soldados estadounidenses a México o a Nigeria o a Júpiter.

También, iniciando cruzadas verbales contra cualquier líder progresista o mínimamente contestatario, dígase Petro o Lula, el último por gobernar donde apresaron a Bolsonaro, socio ideológico de Trump, el colombiano porque denuncia fervorosamente el genocidio en Gaza.

Si no fuera suficiente, el gobierno estadounidense, siendo fiel a su funesta práctica injerencista, decidió meter sus manos en algunos procesos electorales, como es el caso dígase que emblemático, de las promesas de llenar de USD al Banco Central Argentino, para que ganara su otro socio ideológico, el impresentable Milei.

En medio de este virtual torbellino, emergen los conflictos entre los propios países latinoamericanos, en cuyo sustrato también debe estar de seguro la mano peluda de los servicios especiales estadounidenses, por caso la CIA o el propio Departamento de Estado, y sus funcionarios de la oficina política de cada legación diplomática.

De regreso al mecanismo de las cumbres de las Américas, en todo caso le viene bien a Nuestra América que este se empantane, se perturbe y en un estadio superior, que desaparezca sin pena ni gloria.

Las susodichas cumbres surgieron a instancia de Washington en 1994. Fue una creación 100% imperial, bajo los principios “sagrados” de la Doctrina Monroe, las normas de funcionamiento de la OEA, y concebidas para revitalizar estructuras de concertación de alto nivel, bajo el férreo control del Departamento de Estado.

En los años de la llamada “era progresista” (2000-2010), fue relevante el fracaso de la reunión del 2005, cuando gobernaba Bush; era cuando el imperio intentó imponer un mecanismo de integración económica denominada ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), una especie de neoliberalismo con esteroides, bajo la mirada atenta de Monroe, el de la Doctrina, propuesto por Washington desde el primer encuentro magno en 1994.

El viernes 4 de noviembre de ese año 2005, hizo ahora 2 decadas, se realizó un acto masivo en el Estadio Mundialista de Mar del Plata, ciudad sede de la cumbre oficial y de esta contra cumbre, conocido como la Cumbre de los Pueblos, con la masiva participación de diversas organizaciones sociales y populares argentinas. En la ocasión el comandante Chávez pronunció a viva voz en su discurso la frase icónica, “ALCA al carajo”.

Mientras, la frase de Chávez llegó a oídos del presidente Bush, quien pernoctaba en el portaviones nuclear USS George Washington (CVN-73), que utilizó en un alarde de prepotencia como su lugar de residencia temporal, fondeado muy cerca de la ciudad anfitriona de la cumbre y claro, de la contra cumbre; trascendió incluso que después de hablar Chavez, el mandatario estadounidense se marchó sin participar en el evento oficial, llevándose su portaviones.

Otro golpe potencialmente fulminante, fue el surgimiento de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), a instancias de Venezuela y Cuba, país excluido de las cumbres de las Américas desde el primer encuentro, y que hasta hoy exhibe el mejor escenario regional, genuinamente latinoamericano.

Y no es exageración, la CELAC fue la que aprobó la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, documento suscrito por todos los mandatarios presentes, un 28 de enero del 2016 en La Habana, bajo la atenta mirada en este caso de José Martí y Simón Bolívar, entre otros próceres propios.

La cumbre anterior a la ahora pospuesta, la del 2022, fue calificada de “Cumbre de las exclusiones” porque se aplicó el mismo patrón de no invitar a Cuba, Venezuela y Nicaragua, algo rechazado por varios países. La reunión fue otro fiasco para EEUU, revelando meridianamente la perdida de hegemonía del imperio, y en particular la inutilidad de este tipo de encuentros.

Así se llega a la décima cumbre, con toda la logística prácticamente dispuesta a celebrarse en el balneario de Punta Cana.

Las divergencias políticas mencionadas tienen mucho que ver con el rechazo de gobiernos de enorme peso como México, Brasil y Colombia, en volver al esquema de las exclusiones, a lo que añadieron el impacto del ciclón Melissa, en la perspectiva de que la Cumbre estaba dedicada al cambio climático, por cierto, curioso propósito el de pretender sentar a Trump a debatir sobre algo en que no cree en lo absoluto.

Entre líneas, también se habla de que es un absurdo reunir a varios jefes de Estado, cuando a 129 km de distancia de Punta Cana, hay un despliegue aeronaval en zafarrancho de combate, amenazando al menos a dos países de la Región, Venezuela y Colombia, y a cuanto pescador se le ocurra realizar su faena en esta zona del Caribe.

Solo imaginar al máximo representante estadounidense, escuchar con mayor o menor nivel de respeto y cortesía el cuestionamiento, que ya varias naciones han adelantado en contra de invadir a un país de la Región, y desde luego que si existe un tremendo daño a la naturaleza y que es verídico el cambio climático. A donde iría a parar el canciller Mr. Rubio si el Jefe Trump sufría en la cara estas interpelaciones o peor, si se ha producido para entonces un ataque a Venezuela.

Mr. Rubio seguro se alegró o directamente gestionó la posposición, pero debería entender que si ahora no se hizo el encuentro, es muy probable que en el 2026 la situación sea aún más adversa. Muy probable no, seguro que a tenor como marchan las cosas, estará no solo peor, si no que inmanejable para el Imperio.
En cualquier caso, lo que finalmente ocurra con la dichosa cumbre es desde ahora una derrota monumental para Mr. Rubio, y en general para el Imperio.

Evocando a Chávez, viene al caso expresar: ¡cumbre de las Américas al ,,,,! ya se sabe lo que sigue.

Fuente; CubaSi

Por REDH-Cuba

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