Fuente: Resumen Latinoamericano
El autor intelectual de múltiples crímenes contra ciudadanos y ciudadanas venezolanas ha vuelto a su domicilio. Goza de un beneficio que en varios países del continente se le concede solamente a quienes han pasado los 70 años de edad o padecen de una enfermedad grave. Sin embargo Leopoldo López no entra en ninguna de esas dos variantes: ronda los 46 años y apenas llegado a su domicilio trepó ágilmente a una escalera, gesticuló ante sus escuálidos seguidores y prometió seguir luchando “por la libertad de Venezuela”. A esa altura, parecía no recordar su promesa de que “voy a salir de la cárcel cuando ya no haya ningún otro preso político”.
El hecho, sin duda, ha conmocionado a unos y a otros. A sus adeptos porque creen recuperar un gurú. Nostálgicos, recuerdan sus gestos histéricos, discursos altisonantes y ataques brutales contra el gobierno legítimo. También, su comportamiento de pandillero prepotente en las movilizaciones que luego derivaban en escenas de gran violencia, con bombas, guayas degolladoras, linchamientos y la práctica de rociar con gasolina y quemar vivos a quienes sospechaban de chavistas. A todos ellos y ellas López los alentaba desde la prisión de Ramo Verde a seguir destrozando todo lo que encontraran a su alcance en cada una de las grandes ciudades que les tocaba “intervenir”.
Es lógico que frente a tanta muerte y dolor repartido en nombre de cumplir con el mandato de Washington para apoderarse de Venezuela, la “casa por cárcel” de López resulta bastante indigerible, precisamente porque por primera vez en mucho tiempo, aparte de los ejecutores materiales de los actos terroristas también se había enviado a prisión a algunos de sus confesos mentores intelectuales.
A pesar de todo, es entendible lo que se mueve detrás de esta libertad a medias. El intento de descomprimir el espiral de locura fascista que alientan los que están tratando de convertir a Caracas en Aleppo y a Maracay en los barrios periféricos de Damasco, por citar solo algunos ejemplos. Se comprende también que después de las presiones recibidas por los “gestores de paz” llegados de distintos países, el Tribunal Superior de Justicia encarara la tarea de aliviar la prisión del genocida López para tratar de dejar sin discurso a sus cachorros neonazis. Parecía necesario encarar la posibilidad de arrebatarle excusas a los que internacionalmente alentaban la revuelta y ponían como pantalla la existencia de algunos políticos presos, no precisamente por hacer política.
Por otro lado, resulta indiscutible que tanto el presidente Nicolás Maduro, como las organizaciones de víctimas de las atrocidades cometidas por la oposición violenta, hayan apelado a toda su paciencia y deseos legítimos de paz al acatar la determinación judicial. Lo mismo ocurre con los miembros de la Guardia Nacional y las Fuerzas Armadas Bolivarianas, alcanzados por las balas provocadoras de los francotiradores. Algo similar ocurre con el sentimiento encontrado de los sectores populares que viven poniendo el cuerpo para sostener las conquistas revolucionarias, pero no dudaron en cerrar filas junto a su Gobierno. Otra cosa muy distinta es creer que todos ellos puedan ser demasiado optimistas ante el paso dado, a sabiendas que tienen que lidiar con enemigos de la talla de quienes acosan a la Revolución Bolivariana.
El regreso de López al ruedo y algunas declaraciones de su esposa, visualizadas desde las atalayas más extremistas de la oposición como una “abierta traición” generaron cruces de reconvenciones y finalmente una serie de divididos llamamientos a seguir con la violencia. La derecha necesita reconfigurarse ya que López entre rejas era una bandera y ahora se convierte en un escollo para algunos sectores. Hay disputa de liderazgos y nuevamente aparece el perfil golpista y agresivo de Henrique Capriles, al que algunos intentaron mostrar como el “lado moderado” del fascismo. El resultado han sido más guarimbas, “trancazos” prolongados, con menos gente, es cierto, pero igual de terroríficos. Allí están de muestra el asesinato de un candidato a Constituyente en Aragua y la bomba colocada con mando a distancia para hacer todo el mal posible al paso de los motorizados de la GNB, siete de cuyos integrantes fueron alcanzados por el explosivo. No faltaron tampoco las recomendaciones injerencistas del presidente español Mariano Rajoy o las del vecino mandatario colombiano, pidiendo más y más a “la dictadura”. El Nobel Santos llegó a la grosería de exigir que Maduro desconvoque la Constituyente.
Frente a este panorama, los mejores hijos e hijas del bravo pueblo no se arredran y se aprestan a demostrarle al mundo que la Constituyente va, a pesar de los pesares. Que allí debe estar puesta la mira para fortalecer una Revolución, que después de la Cubana, ha sido una de las que más beneficios ha otorgados a los sectores populares.
La Constituyente es el escudo protector pero también el arma ofensiva frente a tanto irrespeto por la vida y semejante complicidad de la burguesía venezolana con el imperialismo. En función de ello, por Bolívar y Hugo Chávez, por Guacaipuro y Manuelita Sáenz, pero también por toda Nuestra América acosada por el neoliberalismo, que el 30 de julio, nadie se quede sin ir a votar. Hacerlo así derivará en una gran victoria colectiva frente a los López, los Capriles, los Almagro y los Trump.