Se cumplirán 50 años cuando el día 21 de septiembre de 1967, los guerrilleros se encontraron con unos arrieros que les indicaron el camino y la distancia hasta el caserío de Alto Seco, lugar a donde llegaron al amanecer del 22. El Che lo describió como un villorrio de 50 casas, situado a 1 900 metros de altitud y que los habitantes los recibieron con una bien sazonada mezcla de miedo y curiosidad.

Inti Peredo escribió: “El 22 de septiembre llegamos a Alto Seco, un villorrio de unas 50 casas modestas con pésimas condiciones de higiene. Sin embargo, el pueblito tiene cierta importancia. En el centro hay una plazuela, una iglesia y una escuela; también tiene un camino de tierra por el cual pueden llegar algunos vehículos motorizados. Inmediatamente supi­mos que el corregidor había acudido presuroso a Vallegrande, a dar cuenta al ejército de nuestra presencia.

” La reacción de la población fue interesante. Los habitantes no se retiraron del lugar. Lentamente se fueron acercando a nosotros, con gran desconfianza. Su temor (…) no era a los guerrilleros propiamente sino, a la perspectiva de que se combatiera en el pueblo o las represalias que pudiera tomar el ejército contra sus habitantes.

” Es preciso destacar que por primera vez se realizó un mitin en el local de la escuela, a la que acudieron asombrados campesinos que guardaron silencio y escucharon con atención. El primero en hablar fui yo. Expliqué cuáles eran nuestros objetivos, les recalqué sus duras condiciones de vida, el significado de nuestra lucha, y su importancia para el pueblo, ya que de nuestro triunfo dependía que la suerte de ellos cambiara positivamente. Por primera vez habló también a los habitantes del lugar Che, aunque nadie lo reconoció. Che explicó el abandono en que permanecía el pueblo, la explotación de que eran víctimas los campesinos del lugar y dio varios ejemplos. Entre ellos destacó que Alto Seco solo tenía un pozo anti-higiénico para abas­tecer de agua a los vecinos. ‘Acuérdense —les dijo— que después de nuestro paso por aquí recién se acordarán las autoridades de que ustedes existen. Entonces le ofrecerán construir algún policlínico, o mejorar algunos aspectos. Pero ese ofrecimiento se deberá única y exclusivamente a la presencia nuestra en esta zona y si algunas obras realizan, ustedes sentirán, aunque indirectamente, el efecto benefi­cioso de nuestra guerrilla.’

” Este fue el único mitin que realizamos en toda la guerra; nuestra propaganda en el campo la dieron nuestros exitosos combates; el trato permanente entre guerrilleros y campesinos hace el resto.”

A casi 20 años de este acontecimiento, partimos desde Vallegrande a las siete de la mañana para aquel villorrio. Llegamos a una pampa pelada, conocida como el Cruce porque allí convergen los caminos a Vallegrande, Pucará-La Higuera y Alto Seco.

 Era día de feria y los campesinos con sus atuendos típicos y sus productos se concentraban. Desde Vallegrande llegó una camioneta con vendedores de ropas y otros productos variados.

 Era una feria de colores y silenciosa, todos sentados en el suelo junto a sus mercancías, entre las que se encontraban vacas, terneros, cabras, burros, gallinas y otras aves de corral, pacas de lana, mantas, vasijas de barro y escasos productos del agro. A un costado unas carpas, debajo de las cuales fogones de piedras, donde preparaban alimentos. Seguían llegando personas por las tres rutas que dan nombre al Cruce. Hacía frío, el lugar es muy alto, húmedo y con niebla.

 El sol iba despejando poco a poco el día, hasta que comenzamos a divisar los alrededores, la vista se iba perdiendo en la distancia, serranías peladas de Chuquisaca, nubes jugando con las montañas de abajo; a la derecha, el camino que bajando y serpenteando conduce a Pucará y La Higuera, y a la izquierda sube por la misma pampa pelada con una especie de yerba o musgo fino y raquítico, que ha crecido poco, pero lo suficiente para cubrir el camino, casi perdido por el poco tránsito.

 Nos alejamos del Cruce con su feria, que seguía silenciosa a pesar de que continuaban llegando personas. Por la pampa ascendimos a una loma de piedras que hacía surgir las dudas constantes de si íbamos para Alto Seco o rumbo al cielo. Nadie vivía por estos lugares, seguimos sin orientación, solo la firmeza del guía que repetía que íbamos bien. Al llegar a la cima todo cambió, allá abajo las montañas verdes, algunas cubiertas de nubes.

 Comenzamos el descenso por un camino irregular y estrecho, con peligrosos abismos a ambos lados, desprotegidos de vegetación, pero poco a poco comenzaron a aparecer los primeros arbustos flaquitos, y escasos, con pocas hojas, a medida que avanzábamos se iban haciendo más fuertes, llenándose de hojas grises primero y verdes después, hasta que llegamos a la selva tupida. Cada cierto tramo las lluvias habían cavado zanjas y grietas profundas que debíamos rellenar para que el jeep pudiera continuar.

 Cuando creíamos que habíamos vencido el camino, próximo a Jaboncillo, el único poblado antes de Alto Seco, un derrumbe lo había bloqueado, lo despejamos y al mediodía pudimos llegar al caserío.

 Seguía siendo el mismo villorrio triste y pobre que se encontraron los guerrilleros aquel 22 de septiembre de 1967. Las calles polvorientas, la plaza abandonada, el subdesarrollo y la miseria a cada paso, la tristeza y desesperanza reflejadas en cada casa, la curiosidad manifestada en cada rostro.

 No fue difícil imaginar la llegada del Che y sus compañeros por aquella callejuela. Algunos niños nos guiaron, ellos sabían dónde quedaba cada cosa y cada sitio en que había estado el Guerrillero Heroico, donde estaba la escuela construida después de 1967.

Cuando en 1984 llegamos a esa población muchos de los antiguos pobladores se habían marchado. Un anciano, enérgico en su voz, juez agrario inactivo, accedió a explicarnos que cuando llegaron los guerrilleros, los perros ladraron furiosamente, pero al ver que no les tenían miedo se refugiaron en sus casas y no ladraron más y los guerrilleros se interesaron por la presencia de los militares, los caminos, las aguadas y las personas.

Que los guerrilleros fueron a la casa de la maestra Justa Pérez y su esposo Jesús Villarroel, que ahora viven en Vallegrande, después a la casa de Irineo Cortez. Relató que por la noche fue el mitin, donde habló Inti Peredo en la escuela de Justa Pérez:

 “El Che dijo: “Estamos luchando por los campesinos, por los mineros, por los trabajadores que ganan poco. Ustedes no tienen agua, no tienen luz, no tienen teléfono porque no funciona, están abandonados y olvidados como todos los bolivianos”. Habló de la masacre de las minas y dijo que, “si un campesino o un minero pedía pan, les metían balas los militares”.

 “…Siempre recordamos que Che dijo: Mañana vendrán los militares y sabrán que ustedes existen y cómo viven. Van a construir una escuela y una posta sanitaria, van a mejorar el camino a Vallegrande, harán que funcione el teléfono, le buscarán agua.

 “El Che decía verdad, construyeron la escuela y la posta sanitaria y el teléfono se arregló. Pero ahora todo ha vuelto a ser peor, el teléfono no funciona, la posta sanitaria no tiene médico, ni medicinas y el camino está arruinado.

 “Deseamos que vuelva el Che Guevara para que las autoridades se vuelvan a acordar de que Alto Seco existe. Después Inti Peredo dijo: “Todos a dormir””.

 Narró que al amanecer ya no estaban, se fueron con Teodoro Vidal, que los guio hasta un naranjal, en el camino a Santa Elena…

Cuando salimos de Alto Seco, teníamos el firme propósito de encontrar al director de la escuela, Walter Romero, y a la maestra Justa Pérez. Ellos fueron entrevistados y sus testimonios publicados en nuestro libro “De Ñacahuasú a La Higuera”

Por REDH-Cuba

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