Desde el horizonte de estos flashazos de la memoria sobre el desarrollo de la computación y la Internet en Cuba, hay claves fidelistas que permiten desafiar la fuerza bruta del poder
Fuente: Granma
Una montaña se deslizó espectacularmente, sepultó un caserío y trancó el río Guamá que formó una inmensa laguna entre las lomas de Pinalito, en Guisa. Un nuevo deslave amenazaba con llevarse otro gran trozo de la Sierra Maestra, pero los haitianos y los jamaiquinos se resistían a salir de los varentierras que habían quedado en pie después del paso del ciclón Flora, en los primeros días de octubre de 1963.
Dice Marta Rojas, la periodista del diario Revolución que cubría el recorrido de Fidel por la zona devastada, que el líder alzó la vista y fijó su mirada en un siglo atrás, por lo menos. Los antillanos –había también barbadenses y trinitarios en ese lomerío–, que trabajaban por casi nada en los cortes de caña y en la cosecha de café de la zona, le tenían más miedo a la deportación que a los huracanes y al hundimiento de las montañas.
Allí, al borde de un precipicio, Fidel se acercó al yipi, tomó el teléfono portátil que se activaba con una manigueta, y del otro lado del hilo debió estar el ministro del Trabajo, Augusto Martínez Sánchez. El Jefe de la Revolución le dio instrucciones precisas para que aquellos trabajadores se beneficiaran de la seguridad social y se pusiera fin a la condición de parias. “Usen la Ramac”, propuso Fidel.
Fue la primera vez que Marta Rojas, Heroína del Trabajo y Premio Nacional de Periodismo José Martí, escuchó aquella palabra que sonaba como un graznido. La “Ramac 305”, una de las primeras computadoras fabricadas en el mundo con discos magnéticos, había sido comprada por el dictador Fulgencio Batista y llegó en barco a Cuba, procedente de México, en 1959. No tardó en ser nacionalizada junto con la oficina y los servicios de la firma IBM, fabricante de aquella mole de una tonelada que necesitaba un cuarto para ella sola con tres aires acondicionados y que pasó de inmediato a procesar los datos de la chequera de los más pobres entre los pobres, los antillanos dispersos y olvidados en la costa Caribe de la Isla.
II
¿Conocía Fidel los supersecretos planes de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA), del Pentágono, que condujeron en 1969 a la creación de la primera gran red de computadoras, madre de la Internet? ¿O los presintió?
El 19 de abril de 1965, en el acto de conmemoración de la Victoria de Playa Girón, en el Teatro Chaplin, desafió al sector guerrerista estadounidense que “trabaja con cerebros electrónicos, con datos, con cifras, con computadoras de todo tipo (…). Pero hay algo que los cerebros electrónicos del Pentágono no pueden medir, hay algo que sus computadoras no podían calcular, y eso es: la dignidad, la moral y el espíritu revolucionario de nuestro pueblo”.
III
La historia de cómo nació aquella criatura la describe de manera minuciosa, en un libro en preparación, el Doctor José Miyar Barruecos, Chomi –médico rebelde, fundador del Servicio Médico Social, ex Rector de la Universidad de La Habana y secretario de Fidel por más de cuatro décadas–.
En 1965, visitó a Cuba una eminencia mundial en el campo de las neurociencias, el norteamericano Erwin Roy John. Fascinado con la Isla y con sus científicos, aceptó una nueva invitación, en el año 1969, para presidir el tribunal de defensa de la Tesis de Doctorado de Thalia Harmony, jefa del Departamento de Neurofisiología del entonces recién inaugurado Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC). No vino con las manos vacía esta vez. Les regaló una computadora para el estudio del cerebro (la CAT-400C) con la inscripción “Al pueblo cubano de sus amigos norteamericanos”.
Después del acto de defensa, Fidel y Roy sostuvieron una conversación que comenzó a las diez de la noche y concluyó a las 5:15 del día siguiente.
“De los muchos temas conversados –escribe Chomi– uno en particular se destacó y era la convicción del compañero Fidel que la introducción de las computadoras digitales en todos los aspectos de la vida de un país era un requisito para el desarrollo social”.
Fidel soñaba con la idea de fabricar una computadora cubana, pero Roy John no creía que eso fuera posible. Como las manos largas del bloqueo estadounidense no permitían a los cubanos adquirir los componentes, le propuso al Jefe de la Revolución un plan más modesto y realista: producir calculadoras.
En secreto, el Comandante en Jefe ya había movilizado a un grupo de muchachos y profesores de la Cujae, encabezado por los ingenieros Luis Carrasco y Orlando Ramos, que luego fundarían el Centro de Investigación Digital (CID), adscrito a la Universidad de La Habana. Carrasco y Ramos viajaron a Europa y Japón para adquirir, en centros comerciales y baratillos, los componentes que les negaba el bloqueo.
El ingeniero Rafael Valls desarrolló el software para un final de ajedrez con reyes, torres, alfiles y algunos peones, que permitían el juego de una persona con la micro-computadora y que mostraba claramente sus posibilidades y funcionamiento. El 18 de abril de 1970 el Jefe de la Revolución se enfrentó a la CID-201. Estuvo más de una hora batallando con la máquina y como Fidel no aceptó jamás la derrota, solo la dejó en paz cuando le propinó jaque mate.
IV
Uno de los pioneros de la aventura de la CID-201, Tomás Jiménez Lorenzo, guardó por años notas de sus encuentros con Fidel. En las visitas al Centro de Investigación Digital, el líder revolucionario no solo soñaba con la posibilidad de que cada cubano tuviera una computadora, sino que todo el que lo quisiera pudiera aprender el mecanismo interno de aquellas máquinas y producirlas.
Podría parecer un delirio en otro que no fuera el líder cubano. Según el Museo de la Historia de la Computación, la mayoría de las computadoras que se comercializaban a principios de la década del 70 seguían siendo como la Ramac, pantagruélicas. En 1971 se produjo el Kenbak-1, considerado el primer computador personal del mundo, que solo llegó a vender 40 máquinas antes de cerrar su producción en 1972. Sin embargo, ese mismo año, durante una de sus muchas visitas nocturnas a los muchachos del CID, Fidel les hacía esta solicitud insólita:
“Compañeros, he venido aquí después de ver aquella computadora –se refería a la IRIS 50, la más moderna producida en Francia y adquirida por Cuba–, adonde casi no se puede entrar, donde el pueblo no tiene acceso, para solicitarles que hagan muchas computadoras para que el pueblo, los estudiantes puedan tener acceso a ellas, estudiarlas, aprender la computación. Somos un país sin recursos naturales, pero tenemos un recurso muy importante, la inteligencia del cubano, que tenemos que desarrollarla. La computación logra eso y estoy convencido de que los cubanos tenemos una inteligencia especial para dominar la computación”.
V
Lo que viene después es más conocido: el surgimiento de decenas de centros científicos que no tenían nada que envidiarles a sus pares en el mundo; la apertura de un fábrica de minicomputadoras en la Escuela Vocacional V.I. Lenin; el impulso de las cátedras y las carreras de Informática, y de la industria electrónica; los Joven Club y los Palacios de Computación; la red Infomed, que nació con una arquitectura similar a la de Facebook, solo que cinco años antes que la plataforma estadounidense; la Universidad de Ciencias Informáticas, cuando solo había un puñadito de ciudades inteligentes en el planeta dedicadas exclusivamente a la formación, investigación y producción de herramientas digitales; los laboratorios de computación en todas las escuelas del país, incluidas aquellas que abrían para un solo niño en las montañas; el aliento a los periodistas, cuando nos dijo en un Congreso, pensado en los difíciles términos de comunicar las ideas en la era global: «La Internet parece inventada para nosotros»…
Hay miles de hechos, anécdotas, discursos, fotografías e imágenes enredados en esa madeja de hilos argumentales que explican por qué él dijo que Revolución es «desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional». Cualquiera de sus contemporáneos y las generaciones que vendrán, seguramente encontrarán sus propias aristas emocionales, históricas, sociales y espirituales que les haga evidente la coherencia entre esas palabras y la vida de Fidel, como nos ocurre con Martí.
Pero desde el horizonte de estos flashazos de la memoria sobre el desarrollo de la computación y la Internet en Cuba, hay claves fidelistas que permiten desafiar la fuerza bruta del poder: tener conciencia de que los últimos, como esos antillanos de Pinalito, tienen que ser siempre los primeros. Reconocer que una Revolución solo puede llamarse tal si es para «los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada», merecedores del acceso a las más grandes maravillas humanas y hasta de un viaje al cosmos.
Y, por supuesto, comprender que solo lo imposible puede ayudar a que lo posible se abra paso.