I

En torno a “La Bayamesa” de Fornaris, Castillo y Céspedes:

En la historia política, literaria y musical de Cuba y, en particular, de Bayamo, han sido compuestos y musicalizados más de un poema con el título de La Bayamesa. Los originales, incluso, han sido objeto de distintas versiones. Ello se debe a que, en muchas ocasiones, la trasmisión fue oral u objeto de circunstancias en las que su popularidad provocó cambios de letra e, incluso, en la propia melodía. La primera pieza musical conocida a la que se denominó así tuvo su origen en el ambiente cultural bayamés de mediados del siglo XIX.

Pedro Felipe Figueredo Cisneros y Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo unieron a un grupo de jóvenes amantes de la música, de la poesía y, en general, de la literatura y el teatro al crear la sociedad La Filarmónica de Bayamo. Figueredo fue su presidente; su secretario, Céspedes. Algunos de ellos, como los casos de Figueredo, Céspedes, Aguilera, Lucas del Castillo, Zenea y Fornaris se habían formado en España, Estados Unidos y Francia, así como en La Habana y Santiago de Cuba. Estos mantenían estrechas relaciones con sus amigos y afines en esos lugares. Al mismo tiempo, el entorno social y natural de la región los cautivaba por lo que hacían todos los esfuerzos para, utilizando las tendencias literarias, artísticas y musicales de la época, expresar sus sentimientos adheridos a las bellezas humanas y naturales de la región. Las costumbres de entonces, sobre todo de la élite juvenil bayamesa, amante de las letras y las artes, incluían la frecuente presencia en los teatros, los saraos familiares y, para los más jóvenes, los encuentros nocturnos que no pocas veces terminaban frente a la morada de alguna muchacha a la que algún integrante del grupo cortejaba. Organizaban entonces una serenata y la joven en cuestión podía asomarse a la verja de su ventana para escucharla.

El 18 de marzo de 1851 estaban reunidos un grupo de jóvenes pertenecientes a La Filarmónica. Sus nombres eran José Fornaris, Francisco Castillo Moreno, Carlos Manuel de Céspedes y Carlos Pérez. Francisco Castillo Moreno, enamorado de Luz Vázquez, su novia o, quizás, su esposa, hermana esta de Isabel Vázquez, la esposa de Pedro Figueredo, propuso dedicarle una canción. Fornaris se comprometió con la letra; Castillo y Céspedes con la melodía. Al día siguiente ya José Fornaris había compuesto los versos y antes del 27 de marzo, Castillo y Céspedes los musicalizaron. En esa misma jornada, cerca de la medianoche, concurrieron todos a la casa de Luz Vázquez, en la calle El Salvador. Allí, con la guía vocal de Carlos Pérez, entonaron por primera vez los versos de La Bayamesa:

¿No recuerdas gentil bayamesa
que tú fuiste mi sol refulgente,
y risueño en tu lánguida frente
blando beso imprimí con ardor?

¿No recuerdas que un tiempo dichoso
me extasié con tu pura belleza,
y en tu seno doblé la cabeza,
moribundo de dicha y amor?

Ven, asoma a tu reja sonriendo;
ven, y escucha, amorosa, mi canto;
ven, no duermas, acude a mi llanto,
pon alivio a mi negro dolor.

Recordando las glorias pasadas,
disipemos, mi bien, la tristeza,
y doblemos los dos la cabeza
moribundos de dicha y amor!

Lo femenino, la visión de la mujer oriunda de la región, como impulso y consuelo, contribuyen a delinear el sentido del texto. Algunos estudiosos aprecian además ciertos rasgos del siboneyismo o, al menos, reminiscencias a la libertad de los aborígenes antes de la llegada de los colonizadores españoles. Lo cierto es que en los años previos al estallido insurreccional de 1868, estas estrofas expresaban un sentimiento de identidad con el cual comulgaron los más diversos sectores sociales a quienes su letra y música pertenecía. En poco tiempo se conoció en La Habana donde también se hizo popular.

Iniciada la guerra por la independencia en octubre de 1868, la composición de Fornaris, Castillo y Céspedes adquiría una mayor popularidad y se relacionó con la expresión del sentimiento patriótico. Incluso, popularmente circuló una versión relacionada con las nuevas circunstancias. La ciudad de Bayamo, antes de que la ocuparan las fuerzas colonialistas, fue pasto de las llamas por las manos de sus propias hijas e hijos, el 12 de enero de 1869. Los insurrectos y sus familiares, para escapar de la persecución española, debieron internarse en los montes y enfrentar los peligros y privaciones que ello suponía. Aunque el panorama podía ser desalentador, la música fue uno de los modos de mitigar el desánimo y La Bayamesa de Fornaris, Castillo y Céspedes cobró otro sentido en una versión popular:

No recuerdas gentil bayamesa,
que Bayamo fue un sol refulgente,
donde impuso un cubano valiente
con su mano, el pendón tricolor?

No recuerdas que en tiempos pasados
el tirano explotó tu riqueza,
pero ya no levanta cabeza,
moribundo de rabia y temor?

Te quemaron tus hijos, no hay pena,
pues más vale morir con honor,
que servir a un tirano opresor,
que el derecho nos quiere usurpar.

Ya mi Cuba despierta sonriendo,
mientras sufre y padece el tirano
a quien quiere el valiente cubano
arrojar de sus playas de amor.

En los hogares, las mujeres mambisas, en Cuba y en el exilio, siguieron entonando La Bayamesa de Fornaris, Castillo y Céspedes. Esta pieza musical, también tuvo enternecedor sentido. Ante la patria ausente, fue la canción de cuna de las madres cubanas expatriadas. Así nos lo relata la tataranieta de Pedro Figueredo, Amparo Torres Alciniega. Su madre se la cantaba cuando iba a dormir; así lo había hecho su abuela y su bisabuela, Luz Figueredo, la valiente hija de Perucho.

¿Quién era y qué fue de la “gentil bayamesa”? María de la Luz Vázquez y Moreno formaba parte de una de las familias más destacadas del Bayamo de la época. Su hermana, Isabel, contrajo matrimonio con Pedro Figueredo y a su hija más pequeña le pusieron el nombre de María de la Luz, conocida simplemente como Luz Figueredo. Todo en torno a Luz Vázquez es misterio y leyenda. La quema de los archivos, civiles y religiosos de Bayamo, el 12 de enero de 1869, impide conocer datos sobre su nacimiento y sobre su juventud. El peso principal de lo que se conoce de la gentil bayamesa se debe a referencias, en diversos textos de actores en el drama bayamés o fueron recogidos por la tradición oral siempre imprecisa o edulcorada, a veces contradictoria. Según esta tradición, nació en 1831. Tampoco hay certeza si, cuando Fornaris, Castillo y Céspedes, componen La Bayamesa inmortal ella y Castillo eran novios, según escribe Céspedes, o esposos. Según Maceo Verdecia, habían contraído matrimonio en 1847.

Francisco del Castillo Moreno era abogado, concuño de Pedro Figueredo y amigo de Carlos Manuel de Céspedes. Miembro de La Filarmónica, figuraba entre los conspiradores independentistas. Luz, como su hermana Isabel, era activa en apoyar los movimientos revolucionarios de su esposo por lo que crió a sus hijos en un ferviente patriotismo sin distinción de sexo o edad. El matrimonio de Castillo Moreno y Luz Vásquez tuvo siete retoños, Pompeyo, Francisco, Lucila, Adriana, Leonela, Atala y Heliodoro. Francisco del Castillo, el esposo, murió joven, un año antes del estallido revolucionario. El patriotismo de Luz Vázquez fue sometido a las peores pruebas posibles. El 17 de octubre de 1868, en plenos preparativos para la toma de Bayamo, murió su hijo Pompeyo del Castillo. A las nueve de la mañana cruzó las calles de la ciudad para enterrarlo. Ese mismo día abrió las puertas de su casa para recibir a los mambises y a la orquesta que interpretaba himnos de combate.

El calvario de Luz Vázquez apenas comenzaba. Sus hijas eran fervientes revolucionarias, en particular, Adriana quien, durante el período conspirativo, se dedicaba, públicamente, a hacer propaganda patriótica. Apenas tenía quince años. Perucho Figueredo, quien actuaba como protector de la familia de su fallecido concuño, le recomendaba a Adriana que tuviese cuidado pero la chica apenas si hacía caso. Fue una de las más destacadas participantes en la epopeya de esos días y una de las que interpretó “La Bayamesa. Himno patriótico” de Pedro Figueredo, el 28 de octubre de 1868, en honor al triunfo de las armas mambisas.

En enero de 1869, el avance de las tropas españolas sobre la ciudad lleva a la decisión patriótica de su incendio antes que rendirla al enemigo. Luz y sus hijas son de los primeros. Abandonan el confortable hogar, luego de incendiarlo, y se internan en los montes, en la serranía, cerca de Guisa. Allí logran permanecer hasta 1870. Han cambiado su lujosa vivienda bayamesa por una choza “de cujes cubierto con hojas de árboles y plantones de hierba de guinea” y se alimentaban de frutas silvestres y tubérculos. Adriana enferma de tifus; de tuberculosis Lucila. Casi sin poder moverse, son sorprendidas por las tropas colonialistas el 22 de enero de ese año. Trasladadas a Bayamo, se les permitió retornar a su hogar. Más, este no existe. Solo estaba en pie la antigua cochera. Allí fueron a vivir las débiles mujeres sin que su espíritu patriótico decayera. Un médico español va a ver a Adriana; esta, a pesar de su debilidad se niega a que la asista. La tradición afirma que expresó: “Yo soy revolucionaria… Usted no puede asistirme”. Y se cuenta desde entonces que en su último momento se irguió en la cama, se aferró a los barrotes de hierro y entonó La Bayamesa hoy nuestro Himno Nacional de Pedro Figueredo, su tío político y tutor. Cayó muerta.

Pero aún las penas de Luz Vázquez no habían concluido. Su hija Lucila, enferma grave de tuberculosis, estaba cercana a la muerte. En un instante pareció que esta la había alcanzado. Desesperada, según una versión, Luz se quitó la vida; según otra, murió al instante. Lucila se recuperó pero Luz abandonaba el mundo que le dio una belleza reputada, una canción que la inmortaliza y una vida enteramente patriótica, como esposa, madre y ciudadana de la República de Cuba en Armas.

Por lo general se hace referencia a los patriotas que convirtieron la manigua en hogar. Quien estudie la época y estos acontecimientos se dará cuenta que el sacrificio tenía también otras dimensiones. No eran solo los hombres los que convertían los campos en terrenos de batalla, eran familias enteras las que renunciaban a los cómodos hogares citadinos para convertir los montes de Cuba en el hogar mambí. La entereza de la mujer cubana, de la cual Luz Vásquez y sus hijas son ejemplo, se repite en otras circunstancias y en los más diversos espacios de la Isla. Otro ejemplo lo es su hermana Isabel Vázquez, esposa de Pedro Figueredo, quien junto a este y sus hijos e hijas se internó en la manigua sufriendo privaciones que llegaban hasta la hambruna. En este conjunto de trabajo reproduciremos la Autobiografía de Candelaria Figueredo, hija de Isabel y Perucho. Muy lejos de estos acontecimientos de Bayamo, en La Habana, conspiraba otra mujer, Cecilia Porras-Pita, quien fue condenada el 26 de octubre de 1871 a seis años de galera por sus actividades revolucionarias. Desde la prisión escribió una canción que también se hizo popular, titulada La presa enferma.

La trascendencia de La Bayamesa de Fornaris, Céspedes y Castillo la convirtió en canción de cuna y en la expresión romántica de lo más puro del sentimiento de lo cubano. Recorrió no solo toda la Isla, entró en el hogar y en los salones de los habaneros, se refugió en lo más íntimo de los expatriados. Era el alma límpida y clara del ser cubano. Apenas unas décadas después, aun en el siglo XIX, el habanero Pablo Desvernine Legrás, uno de los más reconocidos pianistas y compositores cubanos de la época, escribe una de las más preciosas versiones de la obra: Capricho para piano sobre la canción cubana La Bayamesa.

II

“La Bayamesa” de Pedro Figueredo, Avatares de un himno patriótico:

La noche del 13 de agosto, en el encuentro que sostuvieron Pedro Figueredo, Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo Osorio, este último le pidió a Figueredo que compusiera un himno similar a La Marsellesa. Por entonces, la marcha francesa, que llegaría a ser el himno nacional de ese país, era, desde 1848 en que de nuevo se había popularizado, el himno de los revolucionarios en el mundo. El patriota bayamés aceptó el cometido y esa misma madrugada, tras un intenso proceso creativo, tuvo lista la letra y la música para piano, del himno al que llamó La Bayamesa.

Para ser interpretada en público se requería de la adecuada instrumentación. Figueredo decide establecer contactos con el maestro Manuel Muñoz Cedeño, quien dirigía entonces una de las orquestas de la ciudad, para solicitarle que se encargara de la instrumentación sin la letra. El encuentro tuvo lugar el 8 de mayo de 1868, en casa de Figueredo, y el Maestro Muñoz Cedeño aceptó entusiasmado la solicitud, imbuido del espíritu patriótico del himno. El autor no le reveló entonces el propósito de la composición y, en cambio, sí le pidió que mantuviera en secreto el encargo, con la excusa de que iba a ser una sorpresa para sus amigos, a lo cual se comprometió el orquestador.

Días después, cuando el Maestro Muñoz Cedeño tuvo lista la orquestación, invitó a Figueredo a escucharla en su domicilio y este acudió acompañado de varios amigos: Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y Manuel Anastasio Aguilera. Pasadas las ocho de la noche, los músicos comenzaron la ejecución y el reducido público quedó gratamente sorprendido; tanto el mensaje de la marcha como su calidad artística contribuyeron a su éxito. Desde ese momento, Figueredo comenzó a meditar un modo de darla a conocer en un lugar público, al que acudiese una concurrencia significativa.

La oportunidad se concretó en la celebración del Corpus Christi, que en esa ocasión tuvo lugar el 11 de junio de 1868. Figueredo conferenció con Muñoz y con el sacerdote cubano que oficiaba en la Iglesia Mayor, Diego José Batista, quien prohijó con entusiasmo la idea de que la marcha se ejecutara en el Te Deum y durante la procesión posterior. El gobernador de Bayamo, Julián Udaeta, iba a estar presente en la celebración. Figueredo manifestó enseguida su determinación a asumir toda la responsabilidad, en caso de que la osadía provocase algún incidente con las autoridades de la ciudad.

Los conspiradores habían tenido noticias de este plan y el día señalado la mayor parte de las familias bayamesas vinculadas al movimiento revolucionario se instalaron desde temprano en la iglesia, por lo que en poco tiempo esta se encontró abarrotada y hasta el pelotón de infantería y el propio Gobernador tuvieron dificultades para acceder al recinto. Formaba parte del público un grupo de patriotas distinguidos, entre ellos el propio Figueredo y los otros dos miembros del Comité Revolucionario, además de Donato Mármol, José Joaquín Palma, Manuel Anastasio Aguilera, Rodrigo Tamayo, Esteban Estrada, Joaquín Acosta y Juan Izaguirre, entre otros.

Tras la misa y el Te Deum, se sucedieron instantes de general expectación, que hacían presentir un giro inesperado de los acontecimientos. El Maestro Muñoz Cedeño ordenó con un gesto que comenzara la ejecución y las notas del himno guerrero resonaron en todo el ámbito de la iglesia. La orquesta estaba integrada por tres violines: Pedro Muñoz Cedeño, Juan Ramírez y el propio director Manuel Muñoz Cedeño; cuatro clarinetes: Manuel Muñoz Jérez, Joaquín Muñoz Jérez, Joaquín Fonseca y Jesús Hechevarría; dos cornetines: José Caridad Cedeño y Miguel Aguilera; un trombón: Juan Aguilera; un bombardino: Francisco Cedeño; un figle: Francisco María Tamayo y un contrabajo: José Manuel Aguilera.

Posteriormente, se repitió más de una vez el himno en la procesión y el entusiasmo de los bayameses fue in crescendo, así como las sospechas de las autoridades sobre su verdadero sentido, patriótico y no religioso. Cuando la multitud se retiró a sus hogares, el Gobernador citó sucesivamente a Muñoz Cedeño y a Figueredo; pero ninguno de ellos reveló la verdad y Udaeta no pudo dar por ciertas sus conjeturas.

Poco después, el 24 de julio, día de la celebración de Santa Cristina, tuvo lugar una reunión en el domicilio de Pedro Figueredo, a la que asistieron los principales conspiradores de la región. En la misma, el propio autor y anfitrión ejecutó en el piano la pieza musical y su esposa, Isabel Vázquez, interpretó la letra. Años después, uno de los asistentes introdujo la novedad de atribuirle la letra del himno a Isabel Vázquez. No es de dudar que dada la relación que tenían ambos esposos, Figueredo haya consultado o escuchado alguna que otra sugerencia de Isabel. Aunque la intención del testigo, Carlos Manuel de Céspedes y de Céspedes, hijo del Padre de la Patria y esposo de una de las hijas de Figueredo, no parece ser más que un desconocimiento de las interpretaciones anteriores que había tenido la marcha patriótica, sirvió para nuevas y extrañas especulaciones. Nuevamente la intriga funcionó en aras de disminuir el valor de una de las más bellas figuras de la historia revolucionaria cubana.

En horas de la noche se organizó un baile en los salones de la sociedad La Filarmónica, en el que participarían los conspiradores más prominentes; también estaba invitado el Gobernador. Ante la tardanza de este, varios de los involucrados en los preparativos de la insurrección, con sutil ironía, decidieron acudir a su vivienda a esperarlo para acompañarlo en un desfile hasta la sede de La Filarmónica. Figueredo, integrante de la comitiva, le pidió a Udaeta que reemplazara el uniforme militar por uno de etiqueta.

El mayor atrevimiento, sin embargo, fue que en el exterior de la vivienda aguardaba la orquesta y, en cuanto salió el Gobernador, esta comenzó a ejecutar el himno que días atrás le había causado tanta suspicacia. Durante todo el trayecto los músicos continuaron tocando el himno guerrero y, al arribar a La Filarmónica, la multitud irrumpió en ambiguos aplausos, dirigidos más a los ejecutantes que al propio Udaeta. Este no pudo objetar nada ante tales actos de supuesta deferencia. Estas actividades previas al 10 de octubre explican que la melodía, e incluso en ciertos círculos la letra, fueran conocidas.

Con el estallido de la insurrección, el 10 de octubre de 1868, La Bayamesa de Figueredo cobraría todo su sentido como “himno patriótico”. En la mañana del 20 de octubre, tras la toma de la ciudad de Bayamo por los mambises y la rendición del cuartel, la multitud se agolpó en la plaza para celebrar la victoria. El tañido de las campanas y la música acompañaban el entusiasmo general, avivado por la presencia de Figueredo, quien se abrió paso entre la multitud. El bayamés ilustre iba sobre su caballo Pajarito y, erguido sobre la montura, arengaba a sus compatriotas con exclamaciones revolucionarias.

La muchedumbre, inspirada por el triunfo, comenzó a tararear las notas de La Bayamesa, con la música de fondo que ejecutaba la orquesta. Entonces hizo su entrada la Abanderada, Candelaria Figueredo, hija de Pedro Figueredo, vestida con el traje de libertadora, escoltada por un hijo de Figueredo, Gustavo, y por otro de Céspedes, Carlos Manuel. El entusiasmo creció aún más y se inició una marcha por la calle El Comercio, encabezada por Céspedes, Perucho y la propia Abanderada. Detrás iban otros líderes de la Revolución, Luis Marcano, Pío Rosado, Donato Mármol, Maceo Osorio, Esteban Estrada y José Joaquín Palma. Los jefes de la insurrección y el pueblo que los secundaba completaron una vuelta a la plaza, sin que el entusiasmo decayera.
Paulatinamente se levantaron voces que le solicitaban a Figueredo que revelara la letra del himno patriótico, ya que su música era conocida por todos, para que fuese cantada por los presentes. A la altura de la calle Mercaderes la petición se hizo más fuerte y provocó que se detuviera la marcha. Extrajo entonces el autor un lápiz y un papel de su bolsillo y, sin moverse de sitio, sobre la montura del caballo, anotó los versos que con anterioridad ya había compuesto del patriótico himno.

Tomada la ciudad, se comenzó a organizar su gobierno y el ejército. Céspedes nombró los primeros mayores generales y, entre ellos, a Pedro Figueredo como jefe del Estado Mayor de las fuerzas mambisas. Entre las iniciativas de los revolucionarios en la ciudad en su poder, se decidió publicar un periódico que resultase un órgano oficioso del gobierno independentista.

El mismo llevó el nombre de El Cubano Libre y tenía como subtítulo, Primer Periódico Independiente que se Publica en Cuba. Durante mucho tiempo se ha polemizado en torno a cuáles fueron las estrofas que se cantaron el 20 de octubre. En el número del 27 de octubre de 1868, año I, no.4, siete días después de haber sido conocida su letra públicamente, aparece, por primera vez, el texto impreso de la misma, firmado por el propio autor. Se publica con el nombre de La Bayamesa. Himno Patriótico. Solo consta de dos estrofas, que constituyen actualmente el Himno Nacional cubano:

La Bayamesa, Himno Patriótico

Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa;
no temáis una muerte gloriosa
que morir por la patria es vivir!

En cadenas vivir es vivir
en afrenta y oprobio sumido;
del clarín escuchad el sonido,
a las armas, valientes, corred!

Al día siguiente, se dio el solemne Te Deum por el triunfo de las armas cubanas y el surgimiento del gobierno provisional de Bayamo, encabezado por Carlos Manuel de Céspedes. Ofició en el mismo el sacerdote bayamés Maximiliano Izaguirre. Doce muchachas bayamesas interpretaron el himno escrito por Figueredo, mientras su hija, Candelaria Figueredo, Canducha, enarbolaba y hacía flotar la bandera de Demajagua. Ello explica que, con la circulación del periódico El Cubano Libre, del día 27 de octubre, y el solemne Te Deum del día 28, todo Bayamo conociese y cantase las dos estrofas que aparecen en el periódico y se interpretan en el Te Deum. Ello aclara que fueron también estas las estrofas que se interpretaron el 20 de octubre y, sobre todo, las que conoció entonces el pueblo bayamés. Otro aspecto importante es que no se le da aun la connotación de himno nacional, sino solo de himno patriótico.

La Bayamesa de Figueredo, tal cual figura en El Cubano Libre y como fue interpretada en el Te Deum, se hizo muy popular. En uno de sus primeros números, El Cubano Libre reproduce el ambiente de alegría que reinaba en la ciudad. En particular habían dos orquestas muy queridas y populares que se paseaban por sus calles interpretando, entre otras piezas, el himno revolucionario de Figueredo:

En el Bayamo revolucionario al caer la tarde estas dos populares orquestas recorrían las calles del pueblo “seguidas por más de mil quinientas personas” para ayudar a elevar con sus sones el fervor patriótico de los habitantes.

Ello explica que, al marchar a los campos mambises, La Bayamesa de Figueredo se convirtiera en el himno de los patriotas. Pero también otras versiones de esta marcha, inspiradas espontáneamente por algún que otro creador, surgieron y circularon durante los diez años de la Guerra Grande. Entre estas, hubo una que incluso tan tardíamente como en el año 1897, la recordaban participantes en dicha contienda. Se trata de una composición de cuatro estrofas, de las cuales la primera y la cuarta son las que figuran en La Bayamesa original de Figueredo.
El propio autor de la segunda y la tercera estrofa, el dominicano Manuel de Jesús de Peña y Reinoso, explica el origen de esta versión, en una carta que le remitiera a Tiburcio Aguirre en 1897, quien aún la recordaba. Peña y Reinoso participó en la Guerra de los Diez Años, en la que fue Representante a la Cámara por Oriente y secretario de este órgano, hasta su salida de Cuba para una misión asignada por Carlos Manuel de Céspedes. En 1872 se encontraba en la jurisdicción de El Cobre y tuvo varios contactos con el Presidente Céspedes, en los que, además de asuntos políticos, afloraron aficiones comunes en torno a la literatura y, en particular, la poesía.

En un encuentro de esta índole, coincidió que un asistente muy cercano del Presidente, de nombre Jesús, entonaba a cierta distancia, con voz de barítono, las estrofas de La Bayamesa de Pedro Figueredo. Escuchándolo ambos, Céspedes le pidió a Peña su opinión sobre la composición. Este último expresó su valoración positiva; aunque objetó que la letra le parecía incompleta. Céspedes se sorprendió ante esta respuesta y, a su vez, inquirió, con cierta dosis de humor, cómo podría él completarla. El dominicano extrajo su cartera y en uno de sus folios escribió las dos estrofas adicionales, además de transcribir las de Figueredo:

Al combate corred, bayameses,
Que la patria os contempla orgullosa,
No temáis una muerte gloriosa,
Que morir por la patria es vivir.

Es trazar en caracteres de oro
Nuestro nombre cubierto de gloria
Con el sacro buril de la Historia
En los tiempos que están por venir.

Que “vencer o morir!” sólo sea
El clamor que la brisa dilate!
Y al sublime fragor del combate
Vuestras duras cadenas romped!

En cadenas vivir, es vivir
En oprobio y afrenta sumido;
Del clarín escuchad el sonido:
A las armas, valientes, corred!

Esta versión circuló ampliamente en la manigua, coreada por voces populares que encontraban en su hondo sentido patriótico los ánimos necesarios para continuar en combate. Obsérvese que, de nuevo, se confirma que lo que circulaba en el campo mambí, así como en el pueblo, eran las dos estrofas publicadas en Bayamo y cantadas en el Te Deum, las que con posterioridad fueron nuestro Himno Nacional. Queremos llamar la atención sobre un error que contiene esta versión. La frase original “en afrenta y oprobio sumido” es alterada, “en oprobio y afrenta sumido”. Hacemos esta observación porque ese error se repetirá en otras versiones.

Por otra parte, el Cubano Libre, de 27 de octubre de 1868, había circulado por los expatriados cubanos y algunos conservaban ejemplares. De este modo, se conservaba, no solo en la memoria, sino también documentalmente la versión original de La Bayamesa de Figueredo. Cuando en abril de 1869 se celebra en Guáimaro la Convención Constituyente, se acuerda como símbolo nacional, la bandera de Narciso López, no así un himno nacional. La Bayamesa de Figueredo seguía siendo, simplemente, un himno patriótico. Durante todo el periodo que transcurre entre 1878 y 1895, La Bayamesa de Figueredo continuó siendo interpretada por personas que la habían conocido.

Era tal la popularidad del himno patriótico de Figueredo que, una versión que circuló en el extranjero y que pretendió ser un “alcance” de El Cubano Libre del 27 de octubre, altera por completo el Himno de Figueredo a pesar de que aparece como firmado por este. Ello ocasionó nuevas confusiones con respecto al Himno de Bayamo, más aun cuando, al parecer, era un complemento del periódico bayamés, con la fecha con que se había publicado el original. Esta adulteración fue impresa en Nassau y circuló entre los expatriados. Copias del mismo se encontraban en Nueva York:

Al combate corred, bayameses,
Que la patria os contempla orgullosa,
Hoy romped la cadena ominosa
A los gritos de honor, libertad.

No querrais en cadena vivir
En afrenta y oprobio sumido;
Del clarín escuchad el sonido…
¡A las armas, valientes, volad!

Son numerosas las fuentes que confirman la popularidad de La Bayamesa de Figueredo, a la cual muchos llamaban el Himno Bayamés o Himno de Bayamo. No haremos aquí un recuento de las numerosas fuentes que refieren el que se cantó o se tocó el himno de Figueredo en los más diversos lugares. Las adulteraciones, los cambios, tanto en la letra como en la música, se explican por ser, por lo general, una transmisión oral. Sin embargo, existía un lugar donde, sin dudas, se conoció la auténtica versión de La Bayamesa de Figueredo. Nos referimos a Cayo Hueso, en Estados Unidos. Allí se refugiaron muchos de los hombres vinculados a los inicios de la guerra del 68, así como familias enteras de patriotas. Este fue el caso de la de Pedro Figueredo, incluyendo a su hija Candelaria, quien sufrió persecuciones y prisión en Cuba. Candelaria, conocida como Canducha, había participado en los primeros momentos de creación del himno por su padre, en los acontecimientos del 20 de octubre y en el solemne Te Deum del 28 del mismo mes. Además, se le conocía no solo por haber sido Abanderada de los mambises bayameses, sino también por el dominio del piano. Por estas razones, resulta lógico que con su presencia y actividades en Cayo Hueso, sí se interpretara allí la versión original del himno.

Candelaria contrajo matrimonio el 21 de abril de 1877 con Federico del Portillo. Entre los relatos de Gerardo Castellanos sobre la vida en el Cayo, existe una referencia iluminadora sobre la historia del himno:

Es aprobado en Cayo Hueso el reglamento de la Banda de la Libertad. Su fin era tocar gratuitamente para hacer economía en las fiestas patrióticas. Se componía de 29 músicos y varios aprendices. Era director Rafael Fitz (actualmente vive en Guanabacoa), clarinetista el general Rogelio Castillo, flautista Federico del Portillo, casado con Candelaria Figueredo, la célebre abanderada de Bayamo, hija de Perucho. Todos eran fervorosos patriotas y muy discretos como músicos.

Esta cita de Gerardo Castellanos vincula al esposo de Candelaria con las interpretaciones musicales que hacía la Banda de la Libertad, por lo que la versión debió ser muy fiel al original, por el dominio de la misma que tenía la Abanderada del 68.

Por otra parte, José Martí estaba inmerso en los avatares de preparar la guerra continuadora. Sus constantes visitas a las distintas comunidades cubanas en los Estados Unidos le habían permitido conocer el himno patriótico que había circulado en los campos insurrectos de Cuba y en la emigración. Se trataba de La Bayamesa, de Figueredo. En sus visitas a Tampa y Cayo Hueso, Martí
aprendió de los veteranos y expatriados la fuerza particular que tenía su música y su letra para enaltecer los ánimos revolucionarios y llamar al combate por la libertad de Cuba. Ejemplos de ello figuran en el testimonio que ofrece Ángel Peláez, uno de los organizadores de su primera visita a Cayo Hueso, a fines de 1891. Antes de llegar al Cayo, encontrándose en Tampa, fue recibido en varios clubes patrióticos. Ante la presencia de Martí:

La emigración cubana aplaudió la ocasión que se le presentaba de oir al famoso peregrino que predicaba la cruzada contra el feudalismo implantado en la tierra de Heredia y de Varela.

[…]

Cien, y cien, y cien brazos se extienden entre los pródigos vítores y las cadencias marciales del himno bayamés.

Una vez en Cayo Hueso, asiste a una actividad política en la tabaquería de Eduardo Gato, en enero de 1892. Allí, el glorioso himno de las batallas cubanas saludó la llegada del héroe, cuya obra colosal en vano ha intentado España destruir, haciendo cruzar el océano á 150 mil0 hombres, y gastando trescientos millones en el transcurso de año y medio.

En ese mismo año, José Martí crea, en su estrategia revolucionaria, el periódico Patria, como vocero del movimiento independentista cubano. Su primer número vio la luz el 14 de marzo de ese año. No había transcurrido un mes cuando, el 10 de abril, se constituía el Partido Revolucionario Cubano. La empresa patriótica necesitaba de su bandera y de su himno. La bandera cubana, según la había definido la constitución de Guáimaro y había sido lavada con la sangre heroica de los mambises, presidía cualquier acto, cualquier reunión, cualquier local, cualquier hogar, que se definiera como cubano. No ocurría así con el himno.

Tan necesario para enaltecer el espíritu revolucionario, Martí le solicita al patriota camagüeyano y músico reputado, Emilio Agramonte, que recogiera el Himno de Figueredo, música y letra, y la transcribiera al pentagrama, ya que se trataba de una pieza musical conocida entre los emigrados cubanos. El 25 de junio de 1892, en el número 16 del periódico Patria, aparecía junto con las bases del Partido Revolucionario Cubano, y el artículo “El Partido”, la letra y la música de La Bayamesa. Himno Revolucionario Cubano de Pedro Figueredo. Un artículo firmado por “Un veterano” cuenta la importancia del himno que reproducía Patria.

La Bayamesa, por la Marsellesa, fué compuesta por Pedro Figueredo, el indómito revolucionario, meses antes del pronunciamiento de Yara. La Bayamesa se tocaba por las bandas criollas de la localidad, se cantaba por las damas y se tarareaba por los muchachos de la calle. Aquel pueblo, que acariciaba ya la revolución, daba así expansion a sus sentimientos patrios ántes de lanzarse a la lucha.

Cuando hendiendo las almas se dio á conocer como el canto de guerra del pueblo heróico, llegaron sus acordes á los oídos del coronel Udaeta, el caído Teniente Gobernador de la ciudad, que encerrado con sus tropas en el Cuartel Militar principió por escuchar con atención, continuó por reconocer el aire, y terminó por exclamar: “¡Buena me la han jugado! debí de haberlo presentido, debí antes haber comprendido su semejanza con la Marsellesa, debí haber adivinado que era un canto guerrero! aun yo, sin saberlo he tarareado muchas veces el himno que ahora escucho con horror!”.

Bayamo cayó en poder de la Revolucion el 20 de octubre á las diez de la mañana cuando las campanas tocaban á vuelo, cuando vitoreaba la multitud ebria de gozo, cuando los colores de la libertad sin órden, sin concierto aparecían en todos los balcones, en todas las casas, cuando toda la ciudad entusiasmada anunció el triunfo de la revolucion, apareció rodeada por la multitud en el centro de la plaza de la iglesia, erguido sobre su jadeante caballo, que arrojaba sangre por los hijares y espumas por la boca un hombre quemado del sol, desconocido por el polvo que sombrero en mano gritaba: “¡Bayameses Viva Cuba!” y en medio del frenesí que enloquecía aquel pueblo, en medio de las lágrimas y la alegría rompe la orquesta y llena los aires con los dulces acordes del himno “La Bayamesa”.

Enseguida Pedro Figueredo rasga una hoja de su cartera, y cruzando su pierna sobre el cuello del indómito corcel, escribe la siguiente octava:

Al combate corred bayameses,
Que la Patria os contempla orgullosa:
No temais una muerte gloriosa,
Que morir por la Patria es vivir.

En cadenas vivir es vivir
En oprobio y afrenta sumido
Del clarín escuchad el sonido:
¡A las armas, valientes, corred…!

El pueblo hizo coro, la cuartilla de papel corrió de mano en mano y el mismo Figueredo ordenó la marcha que al son de la música recorría las calles y entusiasta exclamaba: “Que morir por la Patria es vivir.” y mientras los españoles se rendían, el pueblo cantaba y el autor de la Bayamesa, ebrio como Rouget de Lisle, ebrio de gozo por su triunfo, hacía popular su canto de guerra, cuyo espíritu selló cuando pocos años más tarde era conducido en ignominiosa procesión á través de las calles de Santiago de Cuba donde lanzó su último aliento acribillado a balazos exclamando orgulloso, soberbio: “Morir por la Patria es vivir!”.

Un veterano

En el mismo número del periódico aparece un artículo de Martí titulado “El Himno de Figueredo y el acompañamiento de Agramonte”.

Patria publica hoy, para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran de pena y de amor, las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez; para que espoleé la sangre y las venas juveniles el himno á cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra patria, se alzó el decoro dormido en los pechos de los hombres. ¡Todavía se tiembla de recordar aquella escena maravillosa! Con cariño reverente envía a PATRIA el himno desde el Cayo uno de los héroes de aquellos días cuya beldad se procurará imitar en vano; uno de los caballeros de la independencia, que se fue del país cuando la libertad se oscureció en él, y no volverá al país sino cuando la libertad vuelva á brillar; un padre que tiene ocho hijos, y a los ocho les ha enseñado el himno; un cubano que creé cuando recuerda los años sagrados y cuando vislumbra en el porvenir los que les van á suceder; un coronel que lleva todavía el mando en los ojos, y escribe con la pluma rápida y brillante de las batallas: Fernando Figueredo.

El acompañamiento del himno es de uno de los pocos que tuviesen derecho á poner mano en él, de nuestro maestro Emilio Agramonte, cuya alma fervorosa nunca se conmueve tanto como cuando recuerda aquellos días de sacrificio y de gloria en que las mujeres de su casa daban sus joyas al tesoro de la guerra, en que los jóvenes de la casa salían, cuatro veces seguidas, á morir. ¡No han de ponerse las cosas santas en manos indignas! Ni quiso el maestro ilustre hacer gala de arte en la composición; sino de respeto al himno arrebatador y sencillo. ¡Oigámoslo de pie, y con la cabeza descubierta!

Estos textos que aparecen en el periódico Patria no son otra cosa que la exaltación del himno necesario para la nueva etapa de la lucha independentista. Es Martí quien coloca La Bayamesa de Figueredo como himno de combate de los revolucionarios cubanos. En lugar de aparecer como himno patriótico, aparece como himno revolucionario. Resalta, con particular sentido como aquel Coronel Fernando Figueredo Socarrás le había enseñado la pieza patriótica a sus ocho hijos. No era una excepción. Las dos cuartetas que aparecen, con el acompañamiento de Emilio Agramonte no es más que continuar, en la nueva etapa, con el himno “arrebatador y sencillo” que lleva al combate por la independencia y la soberanía de Cuba. Es necesario destacar un aspecto de esta versión. La frase “en afrenta y oprobio sumido” aparece, de nuevo, invertida “en oprobio y afrenta sumido”. No era la única vez en que esto había ocurrido. Y es explicable por las versiones orales, incluso escritas, que habían circulado con anterioridad. La Revolución Cubana tenía su periódico, Patria; su Partido, el Partido Revolucionario Cubano; su bandera, la que se había aprobado en Guáimaro; y su himno, la inmortal pieza de Pedro Figueredo.

Desde entonces La Bayamesa de Figueredo fue conocida en diversos países de América Latina y Europa. Un ejemplo de ello lo es la publicación, por el Comité Central Italiano por la libertad de Cuba, del libro La lotta di Cuba e la solidarieta italiana (La lucha de Cuba y la solidaridad italiana), obra del doctor Francesco Federico Falco, y en la que se transcribe literalmente la versión publicada por el periódico Patria. Es de destacar que Emilio Agramonte Piña, un notable músico profesional, le efectuó determinados cambios a la pieza original con el objetivo de “darle más énfasis y marcialidad”. Su objetivo, según Martí, era para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran de pena y de amor, las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez, para que espolee la sangre y las venas juveniles…

Durante la contienda de 1895 a 1898, el himno revolucionario de Bayamo fue entonado en los clubes patrióticos de la emigración, así como por las bandas de música que existían en las fuerzas mambisas. En diciembre de 1898, como parte del recibimiento en Guanabacoa a las primeras tropas mambisas que entraban en La Habana, los organizadores decidieron que se interpretara La Bayamesa de Pedro Figueredo, himno revolucionario, publicado por José Martí en el periódico Patria. Con tal propósito, le pidieron al compositor y director José Antonio Rodríguez Ferrer que se encargara, en esta oportunidad, de la orquestación y dirección interpretativa de la pieza musical. El acto, según las reseñas, resultó memorable por los cuidadosos arreglos de Rodríguez Ferrer y las emociones patrióticas que suscitó esta versión musical entre los cubanos que participaron en el acontecimiento. Rodríguez Ferrer compuso una introducción instrumental, a modo de llamada de atención, que quedaría ya definitivamente incorporada al himno, así como adecuaciones a una banda orquestal de pequeño formato. Jesús Gómez Cairo explica el aporte de Rodríguez Ferrer a lo que constituiría nuestro Himno Nacional:

  • Primero: Tomó como base la línea melódica que había plasmado Emilio Agramonte en su transcripción, pero no su acompañamiento de piano (existían ya entonces también otras versiones de la melodía que Rodríguez Ferrer desechó).
  • Segundo: Armonizó y orquestó esa línea melódica con algunas esenciales adecuaciones en función del medio instrumental que hubo de utilizar para interpretarla: la banda, que por las escasas posibilidades de músicos en esa ciudad, fue pequeña. Según se dice no pasaba de doce músicos.
  • Tercero: Compuso una introducción instrumental a modo de diana de vibrante estilo marcial, que la partitura de La bayamesa no poseía y era fundamental para lograr el efecto de llamada, de clarín, indispensable a la dramaturgia musical de un himno que es, ante todo, una marcha de combate.

Más de un año después, al iniciarse la Convención Constituyente de 1900, interpretó La Bayamesa de Figueredo, en la versión de Rodríguez Ferrer, la banda de “formato completo” dirigida por el maestro Guillermo Manuel Eduardo Tomás Bouffartigue. Este músico cienfueguero había participado activamente en los conciertos que se daban para recaudar fondos para el Partido Revolucionario Cubano en Nueva York. Su esposa, Ana Aguado, conocida como la Calandria, también participaba en estos conciertos como cantante. A ella le escribió José Martí: “Los tiempos turbios de nuestra tierra necesitan de estos consuelos. Para disponerse a morir es necesario oír antes la voz de una mujer”.

Guillermo Tomás había regresado a Cuba en 1899. Fundó la primera banda de formato completo, el 15 de agosto de 1900. La misma se inició como Banda de Música del Cuerpo de Policía de La Habana. Las condiciones de este cuerpo llevaron a su director y al alcalde de la ciudad a convertirla en la Banda Municipal de La Habana, que entre otros inmortales directores tuvo a Gonzalo Roig. También a Guillermo Tomás se debe la creación, en 1910, de la primera Orquesta Sinfónica de La Habana. Jesús Gómez Cairo define: la ejecución del himno estuvo a cargo de la banda de formato completo, devenida posteriormente Banda Municipal de La Habana, bajo la dirección del insigne músico maestro Guillermo Tomás, entonces el más ilustrado de los directores musicales cubanos.

Recordando aquel momento, en una entrevista publicada por el periódico Excelsior, Guillermo Tomás expresa:

“Fue un momento solemnísimo, de esos que no se olvidan nunca en la vida. Los músicos estábamos quizás más emocionados que nadie. Muchas veces me he quedado pensando como pudimos llegar al final”.

Guillermo Tomás, a quien lo caracterizó siempre la modestia y la honradez, aclaró que los arreglos y la orquestación pertenecían a Rodríguez Ferrer, aunque es evidente que le incluyó elementos que permitieron completar la obra. La Asamblea Constituyente decidió desde entonces que La Bayamesa de Figueredo, con los arreglos y orquestación de Rodríguez Ferrer y Guillermo Tomás, se convirtiera en el Himno Nacional Cubano.

Sin embargo, el destino guardaba sorpresas en torno a la obra musical. En 1912, al crearse el Museo Nacional, la señora Adela Morel decidió donar, por medio del conocido patriota Fernando Figueredo Socarrás, una partitura que hasta entonces había sido desconocida. Según el relato de la Señora Morel, estando Perucho Figueredo en la finca Santa María de El Camagüey, el 10 de noviembre de 1869, ella, una joven en aquel momento, se le acercó y le pidió que le escribiera la partitura con letra y melodía de su Bayamesa.

Versión ofrecida por la señora Adela Morel

Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa;
no temáis una muerte gloriosa
que morir por la patria es vivir!

En cadenas vivir es vivir
en afrenta y oprobio sumido;
del clarín escuchad el sonido,
a las armas, valientes, corred!

No temáis los feroces iberos,
son cobardes, cual todo tirano,
no resisten al bravo cubano;
para siempre su imperio cayó!

¡Cuba libre! ya España murió
su poder y su orgullo ¿dó es ido?
¡del clarín escuchad el sonido
¡a las armas, valientes, corred!

Contemplad nuestras huestes triunfantes,
contempladlos a ellos caídos;
por cobardes huyeron vencidos,
por valientes sabemos triunfar!

¡Cuba libre!, podemos gritar;
del cañón al terrible estampido;
del clarín escuchad el sonido,
¡A las armas, valientes, corred!

Este documento provocó una verdadera conmoción. Nunca antes se habían conocido las estrofas finales que contenía la donación de Adela Morel. Ello trajo numerosas especulaciones. La autenticidad del documento fue probada, pues de puño y letra del propio Figueredo consta que “palabra y música” son de su autoría. Además, en un costado del mismo testifica lo siguiente: Copiados para la Srta. Adela Morel. Santa María, nov. 1 de 1869. A partir de estos datos, dos cosas diferentes se pueden inferir. La primera, que Figueredo haya escrito esta obra con todas sus partes, pero que solo divulgó las dos primeras estrofas, ya fuese con el objetivo de facilitar su interpretación o por no creer necesario incluirlas todas.

Lo cierto es que en El Cubano Libre, en el Te Deum del 28 de octubre y en la versión que en Cayo Hueso divulgaron Candelaria Figueredo y su esposo, Federico del Portillo, solo figuraron las dos primeras estrofas. También está comprobado que solo fueron conocidas por los participantes en la Guerra de los Diez Años las dos primeras. No hay referencia anterior a las cuatro estrofas finales. La otra posible interpretación es que estas hayan sido añadidas por Figueredo con posterioridad a los acontecimientos de Bayamo. Esto parece validarlo el hecho de que la letra de estas estrofas presenta incorrecciones que no están en las dos primeras.

No obstante los posibles orígenes de estas estrofas agregadas, lo cierto es que serían, algo así, como la versión definitiva de La Bayamesa, Himno Patriótico, Himno de Bayamo, Himno Revolucionario Cubano. Si los constituyentes de 1901 adoptaron como Himno Nacional las dos estrofas iniciales de Figueredo, con los arreglos de Rodríguez Ferrer y Guillermo Tomás, las constituciones de 1940 y de 1975 reafirmaron esta versión como el Himno Nacional Cubano. La importancia de estas dos primeras estrofas, trasciende el puro hecho creador; las mismas constituyen el modo de sentir de los mambises de 30 años de lucha por la independencia.

Por REDH-Cuba

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