La fulminante destitución del criminal de guerra John Bolton por Donald Trump del cargo de consejero de seguridad nacional ha generado un gran interés noticioso. Trump tiende a hacer cambios en su equipo con inusitada frecuencia: tres personas han ocupado el cargo del que fue despedido el martes Bolton y no pocas han sido echadas de los puestos más importantes del gabinete. Pero no son comparables el nombramiento y despido de Bolton con el de sus antecesores, los generales Flynn y McMaster, que obedecieron a circunstancias muy distintas. Tampoco es acertado culpar solo a Bolton de la orientación cada vez más agresiva, unilateral, soberbia, guerrerista, que ha tomado progresivamente la política de la Casa Blanca en el mundo. Marcadamente en América Latina y el Caribe, donde se basa en la intervencionista Doctrina Monroe, como lo han proclamado varios jerarcas de la política exterior trumpista y lo confirma su conducta hacia el que considera su patio trasero.
Sin embargo, es después de la llegada del ultraderechista Bolton a la Casa Blanca y del ex jefe de la CIA Mike Pompeo a la secretaría de Estado en abril y marzo de 2018, que esos rasgos duros de política internacional del imperio se han acentuado agudamente. Curioso, coincidiendo con un mayor protagonismo internacional del también ultraderechista vicepresidente Mike Pence y del multimillonario secretario del tesoro Steven Mnuchin, particularmente respecto a nuestra región. Los dos, junto a Bolton y Pompeo, muy destacados protagonistas de un incremento exacerbado de la hostilidad y la guerra económica genocida contra Venezuela y Cuba. En el caso de Venezuela, con el propósito explícito, repetido hasta el cansancio, de que conduzca al derrocamiento del presidente Nicolás Maduro. Pero Bolton cuenta con antecedentes belicistas difícilmente superados por nadie en esta administración, salvo por el también criminal de guerra y neocon Elliot Abrams, con una intervención muy activa en el caso delictivo Irán-Contras para derrocar mediante una sangrienta guerra al primer gobierno sandinista, y -junto a Bolton- entre los artífices de la guerra de W. Bush contra Irak. Abrams fue traído de nuevo a la Casa Blanca por Bolton en enero de este año como representante especial para Venezuela, precisamente para ocuparse de acabar con la Revolución Bolivariana. Ambos, también unidos por el fanatismo sionista, han mantenido una febril actividad en la encomienda antivenezolana. Al primero llegó a contársele que tres de cada cuatro de sus tuits en el primer trimestre del año eran contra Caracas. También desempeñó un papel muy importante en el estrechísimo acercamiento de Trump a la extrema derecha cubanoamericana de Miami, que le ha ofrecido los importantes votos de ese estado, donde en su momento Bolton trabajó junto a ella en la gestación del fraude electoral que llevó a W. Bush a la presidencia.
Bolton le prometió a Trump, un sujeto sin apenas experiencia política cuando llegó a la Casa Blanca, el derrocamiento de Maduro a más tardar en marzo de este año con el monumental impulso que le daría el autoproclamado Guaidó a la contrarrevolución. Una combinación de supuestos llevaría a ese objetivo: rebelión de masas encabezada por el hasta entonces desconocido líder opositor, recrudecimiento factual y legislativo del bloqueo al país suramericano en alianza con la Unión Europea y los gobiernos de derecha de América Latina reunidos en el Grupo de Lima y el quebrantamiento de la unidad institucional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana(FANB), que llevaría a un golpe de Estado o una intervención militar, indirecta, directa, o de una coalición.
Excepto por el recrudecimiento del bloqueo a Venezuela nada de lo que Bolton anunció a su jefe ha ocurrido. Al contrario. Guaidó ya no convoca a nadie y depende únicamente del apoyo yanqui, el pueblo venezolano no se levantó contra el presidente constitucional, la FANB no se quebró, Maduro sigue en Miraflores. Cuba, solidaria con Venezuela, resiste digna y creativamente un embate económico sin precedentes.
A veces parecería haber en Trump un tipo de inteligencia intuitiva que lo impulsaría a reconocer, al menos parcialmente, la realidad multipolar del mundo. El decisivo papel de Rusia, China e India. Un Irán, una Corea del Norte y una Venezuela orgullosos e independientes que son un hueso muy duro de roer y con los que debe hablarse. Si fuera así, Bolton no le resulta ya útil y puede echársele la culpa de muchos fracasos. El magnate dijo el miércoles que cometió errores muy grandes, mencionó sus declaraciones sobre Corea del Norte y subrayó que no está de acuerdo respecto a su actitud hacia Venezuela, donde “se pasó de la raya”. El mundo está en tal situación de peligro de guerra que hasta un cambio de matiz es invaluable. Observemos, pero sin bajar la guardia. Por el momento lo que veo es un grupo en la OEA capitaneado por Estados Unidos en el intento por aplicar el TIAR contra Venezuela, a lo que es un deber latinoamericanista oponerse enérgicamente.