Quizá sea éste un buen momento para recordar -y rendir homenaje- a José Martí, Padre, Maestro y Apóstol de América. Bueno porque no sólo se recuerda, este 28 de enero un año más de su nacimiento, ocurrido en 1853 en la ciudad de La Habana; sino también porque, curiosamente, estamos en la víspera de un importante proceso electoral en nuestro país.

Y eso nos permite recordar que, exaltando la importancia del sufragio como herramienta de expresión ciudadana, Martí dijo en cierta ocasión “La votación es el beneficio más delicado que cualquier otro, ya que se pone en juego no solo los intereses del votante, también está implicada su vida, honor y futuro”.

A riesgo que ciertos personajes de la política criolla supongan, por esta cita, que Martí se inmiscuía en la política peruana y le pidan por eso al Jurado Electoral Especial una “sanción ejemplar” para quien –atacando sin duda a algunos partidos peruanos- llama a los ciudadanos a votar pensando en la vida, el honor y el futuro, elementos todos incompatibles con ciertas prácticas aún en boga por estos lares.

José Julián Marti Pérez -así se llamó exactamente- se sintió desde muy niño llamado a identificar su futuro, con el de su Patria. Su mentor espiritual y Maestro, don Rafael de Mendive, no sólo que supo anidar en el cerebro del infante ideas básicas en torno a la materia; sino que, además, le dio el ejemplo de su propia conducta.

En los años de la guerra por la liberación de Cuba del yugo español, entre 1868 y 1978 -la guerra de los diez años- el Maestro fue encarcelado por su adhesión a la causa patriótica, y Martí siguió su ejemplo.

Con apenas 16 años de edad, fue detenido y conducido a trabajar en galeras con un grillete a cuestas, y condenado a 6 años de prisión. Antes de concluir la pena, fue desterrado a España como una manera práctica de alejarlo de sus preocupaciones fundamentales.

En la Península Ibérica, Martí dedicó todos sus esfuerzos a construir su pensamiento y forjar su destino. Se licenció en Jurisprudencia, Filosofía y Letras y se afirmó como periodista, escritor y poeta. Sus primeras publicaciones –“Diablo Cojuelo” y la revista “Patria”. No hicieron sino confirmar su compromiso con la causa de Cuba y con la lucha por la Independencia. Poeta modernista -al estilo de Rubén Darío- compuso versos sentidos a la niña de Guatemala, “la que se murió de amor”. Fueron esos los años en los que un Modernista clásico –Walt Whitman- cantaba a la vida, la naturaleza y la libertad; y Rubén García Sarmiento -Rubén Darío- creaba sus principales obras.

Imbuido de un claro sentimiento patriótico, luego del llamado “Pacto del Zanjón” que puso fin a la guerra en 1878, Martí retornó a La Habana, pero fue nuevamente expulsado, esta vez a los Estados Unidos. Allí, radicó en Nueva York y luego visitó diversos países, para nutrir sus concepciones esenciales.

En aquellos años, su vida fue un vértigo de experiencias y de aportes. En esa etapa, creó -quizá- lo más rico de su obra, “La Edad de Oro”, un libro dedicado a los niños pero en el que rindió un emotivo homenaje a los Libertadores. También en la ciudad de los rascacielos –y en otros escenarios- Martí tomó contacto con altas personalidades del escenario continental, pero sobre todo, cubano. Con ellos fundó el Partido Revolucionario Cubano, en 1892 y generó las condiciones para un desembarco armado en la isla a fin de reiniciar la guerra por la Independencia.

Este fue, sin duda, el paso cumbre en la vida de Martí. Y fue el periodo en el que mostró todas sus virtudes como articulador de las luchas, ideólogo del proceso emancipador, artífice de la unidad más amplia del pueblo de Cuba y combatiente heroico por la causa empeñada. También, la etapa de sus más ricas experiencias y sus formulaciones más lúcidas.

Después de vivir 14 años en Yanquilandia, diría: “Quiero que el pueblo de mi tierra no sea como este, una masa ignorante y apasionada que va donde quieren llevarla, con ruidos que ella no entiende”. “De esta tierra no espero nada, ni para ustedes ni para nosotros .”

Hay que subrayar que Martí no fue propiamente un soldado, ni un guerrillero. De contextura frágil, estaba más comprometido con el verbo, la escritura y el pensamiento, que con la acción militar. No obstante, cuando llegó a la conclusión que el camino de su lucha pasaba por la toma de las armas, no vaciló en asumir la tarea. A esa obstinada voluntad, ofrendó su vida. El 19 de mayo de 1895 cayó abatido en la zona de Dos Ríos, en el oriente cubano, cuando se enfrentaba a pecho descubierto con la soldadesca española.

Su muerte, sin embargo, germinó en victoria. Las tropas colonialistas fueron expulsadas de Cuba y los infantes de marina de los Estados Unidos, que llegaron en 1898, debieron abandonar el país poco después.

Pese a todo, la figura del Apóstol no fue reivindicada como correspondía. Pero eso ocurrió por desidia de las autoridades formales de la isla en lo que se dio en llamar “la república burguesa”. En el año de su centenario -1953- los jóvenes cubanos pusieron las cosas en su sitio. El asalto al Moncada –el 26 de julio de ese año- fue el más vivo homenaje al Centenario del nacimiento de Martí.

Por eso, en el histórico juicio seguido poco más tarde a quienes participaron en este episodio de la historia, Fidel Castro diría: “El autor intelectual del Moncada, fue Martí”.

Por REDH-Cuba

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