Martes, 21 de abril de 2020

Sin duda, la experiencia del ébola en África ha marcado a los colaboradores que hoy enfrentan el COVID-19. El proceso más complejo y definitorio tiene que ver, no con el paciente, sino con el propio trabajador de la salud: su completa protección garantiza que no se enferme, lo que permite que pueda continuar asistiendo al enfermo, y que no trasmita a otros la enfermedad. Todo se decide en dos pequeñas habitaciones, por una se entra a la zona roja; por la otra se sale. Los jueces supremos de esta peculiar «aduana» en el hospital de campaña son los epidemiólogos cubanos René Aveleira y Adrián Benítez. Ellos controlan la manera, previamente ensayada, en que deben ponerse los trajes, y sobre todo, la forma en que deben despojarse de ellos. Se turnan, pero trabajan las 24 horas.

El segundo momento es decisivo. El doctor o enfermero que sale no puede tocar la parte exterior del traje. Paso a paso, se quita su vestimenta, ante la mirada atenta del epidemiólogo. Otra cosa es el lavado de mano con una solución alcohólica, que espera en el cuarto de salida. Es tan importante que la industria médica ha producido un «juguete» singular: a modo de entrenamiento, el médico se frota las manos –antes se muestra de qué minuciosa manera debe hacerse– con un líquido fluorescente (invisible para el ojo humano) y luego las introduce en el equipo. Por una obertura comprobará qué partes no brillan, es decir, no han sido lavadas correctamente. Estas fotos lo ayudarán a entender el proceso.

Por REDH-Cuba

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