6 de mayo de 2020

La brigada es un caleidoscopio humano: los hay de casi todas las provincias, de diferentes edades, especialidades y experiencias profesionales. La brigada es Cuba. Uno tiende, lógicamente, a resaltar la trayectoria de los maestros. Son, sin duda, decisivos. Pero no debe olvidar ni subestimar a los jóvenes. Algunos son especialistas altamente calificados que se asoman al mundo del internacionalismo por primera vez. Y sienten orgullo de sí, y quieren –y si quieren, pueden–, dejar su huella. Poco a poco los presentaré. Porque si la brigada es Cuba, ellos son el futuro de Cuba. El promedio de edad de la brigada es muy bajo: 42 años. De sus 38 integrantes, 11 tienen menos de 35 años.

Hoy conversé con el doctor Adalberto García López, el urólogo de la brigada, de 32 años, porque su papel en la solución de un problema de salud en la zona roja fue determinante. Se entusiasmó cuando le pregunté, y comenzó a darme detalles de los casos complicados y novedosos que ha visto en las últimas semanas, como si yo lo entendiera. Entendí, finalmente, que ama su especialidad. Por poco no viene. Tres veces intentó viajar hasta La Habana; tres fechas de partida tuvo la brigada, en un escenario de vuelos suspendidos. Siempre fue a la tercera, según el dicho, la vencida. Con avidez me dijo: “Ha sido un aprendizaje constante, desde que pusimos un pie en territorio italiano. Nos enfrentamos a nuevas terapias, nuevos métodos, a nuevos sistemas de investigación, y esto nos enriquece más”. Pero yo desvié el tema hacia su otro amor. Creo que una brigada médica no está compuesta solo de brigadistas: las esposas(os) son miembros activos de ella. La suya, Evelys María Domínguez Díaz, es médico como él y está haciendo la especialidad de Laboratorio Clínico. Tienen dos hijos: un varón de 6 años y una niña de 9. “Yo soy originalmente de Manzanillo, y ella es de Campechuela. Nos conocimos en la Universidad de Ciencias Médicas de Manzanillo. Somos del mismo año de la carrera y tenemos la misma edad”. Sin embargo, la vida los puso a prueba. Después de tres meses de romance, tuvo que trasladarse de Universidad, y la relación se interrumpió. Se volvieron a encontrar cuando ambos terminaban la especialidad de MGI. Y se casaron (no es un cuento con final, la vida apenas comienza).

Jorge Luis Arenas Font tiene solo 26 años. Terminó ya la especialidad de MGI, que en nuestro sistema de salud es siempre la primera. Su compañera de vida es Arlette Rivas Díaz, Técnica en Fisioterapia y Rehabilitación; tienen una hija que el pasado 2 de abril cumplió cinco meses. “Di mi disposición cuando me llamaron, pero no sabía que era una misión en el exterior –me confesó. Eso me tomó de sorpresa, pero me sentí orgulloso, qué médico joven no desea formar parte de una brigada Henry Reeve. Se lo comuniqué a mis padres, a mi compañera, a mis amistades, y todos sintieron el mismo orgullo, y aquí estamos, cumpliendo la tarea”. Pero no era con ser médico con lo que soñaba de adolescente. Quería ser pelotero. Y jugaba, juega, muy bien. “Mi papá es ingeniero mecánico y mi mamá es licenciada en educación, la medicina llegó a mí de casualidad, porque siempre estuve vinculado al deporte, practicaba béisbol y atletismo, yo vivía en Villa Clara, participé en varios eventos nacionales, pero vine a vivir a La Habana con 12 años y me dediqué a estudiar, pasé a los Camilitos, tuve resultados que me permitieron llegar a la carrera de medicina”. No se arrepiente. “Todos los días hablo con mi compañera, me envían videos de la niña –dice y se emociona. Aquí vamos a estar hasta que nos necesiten, pero este no será un tiempo perdido, será contado; le diré a mi niña, mira, yo tuve que salir por esto, y estoy seguro de que me va a entender y se sentirá orgullosa, como se sienten mis padres y todas mis amistades, como me siento yo”.

Por REDH-Cuba

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