En Turín, la secuencia de ingresos y egresos de “nuestro” Hospital sigue siendo intensa. No hay, hasta el momento, fallecidos; y el Árbol de la Vida sigue llenándose de lazos blancos. Hoy volvieron los médicos y enfermeros de ambos países (quizás deba en lo adelante suprimir la mención a “los países”, me gustaría pensar en un solo país, tan grande y tan ancho como la Tierra) a colocar más cintas: ya son 42. Creo que los italianos se han enamorado de la tradición del Árbol, su puesta al día es un instante mágico de confraternidad. El Noticiero de la Región de Piamonte lo exhibió en una de sus emisiones, y la maestra de italiano, al terminar su clase de hoy, pidió que se lo mostraran. Pero igual, salen cinco y entran cinco. Hay un pianista famoso en una de las salas o cubículos, pero dicen que su irascibilidad es proporcional a su talento. Quizás sea solo una de esas leyendas que rodean a los artistas de renombre. Otro paciente clama por salir; tiene dos tampones negativos y no consigue el alta. Pero llegan familiares de enfermos de covid a las puertas del nuevo hospital, para que reciban allí a sus seres queridos. Se abrieron otros hospitales de campaña dedicados al covid, pero solo este tuvo éxito. Dentro de la zona roja hay trabajo: 64 pacientes, 11 de ellos en terapia intermedia, con diferentes patologías que se agravan por el efecto desestabilizador del covid, pero ya la comunicación fluye de manera natural; si bien los cubanos empiezan a decir ciertas frases en italiano, los de aquí se esfuerzan por aprender algunas en español.

Hoy conversé con la enfermera Alessandra Monzeglio. No voy a transcribir sus palabras. Se trata de una mujer recia, con amplia experiencia en la profesión y en la administración de salud. Enfermó de cáncer y lo superó. Entonces, pensó en una vida más dedicada a sí, junto a su hija. El covid la llamó a filas y no pudo resistirse: esta es una profesión que se lleva en el alma. Pero no pensó en ocupar responsabilidades. El día antes de la apertura, delante de nosotros, el Director la señaló y dijo: tú serás la coordinadora de enfermería (la mano derecha del director). Fue sincera al enumerar lo que entonces sabía de Cuba: “el ron, el tabaco, el baile, el mar y nada más”. Creo que si yo respondo en similares términos a la misma pregunta, pero sobre Italia, sería muy mal calificado. Pero los del Sur somos más abiertos. Y ella no es, en absoluto, una mujer arrogante. Es importante entender su contexto, y saber que estuvo dispuesta y fue capaz de romper los estereotipos. Pregunté entonces si había escuchado algo sobre la medicina cubana, antes de tener esta experiencia, y su respuesta fue rotunda: “No. Cero”. “Con lo poco que sabía –continuó–, que es lo que una estudia en la escuela, pensaba que la situación sanitaria en Cuba era mucho más atrasada. Fue una sorpresa conocer la existencia de estas misiones”.

Al principio estaba preocupada: los enfermeros italianos son muy jóvenes, la mayoría recién termina la Universidad, y esta, su primera experiencia hospitalaria, transcurre en un lugar que ni siquiera es un verdadero hospital. Por otra parte, los operadores sanitarios (auxiliares de enfermería), aunque no son tan jóvenes, tampoco tienen experiencia laboral, son personas que con la crisis se reorientaron profesionalmente hacia este sector. “Sin embargo, ya estoy tranquila, veo que todo marcha bien, y que el personal sanitario italiano se siente muy apoyado y contenido por los profesionales cubanos. Los médicos italianos suelen aferrarse al diagnóstico que proporciona la tecnología, a los estudios por imágenes, y mantienen la distancia, no tienen –más allá del covid, como práctica general– mucho contacto físico con el paciente; los cubanos, en cambio, tocan al paciente, lo investigan más, se acercan a él”. No quiso terminar el encuentro sin expresar una idea: “Estoy muy agradecida de vivir esta experiencia, contenta de estar aquí. Yo creo que las cosas siempre suceden por algo, no sabemos todavía por qué, pero habrá un motivo. Hace poco pensábamos que esta pandemia lo cambiaría todo, y sin embargo, vemos que regresa el racismo, la xenofobia, el odio religioso; lo cierto es que Italia recibió ayuda de países que tienen mucho menos, como Cuba y Albania, un país vecino pobre. Mientras que países ricos y vecinos como Francia y Alemania cerraron la frontera y se aislaron, los cubanos atravesaron el Océano para venir a ayudarnos. Es algo que nos tiene que hacer reflexionar: que las personas que tienen menos que uno son las más dispuestas a ayudar. La gente debe reflexionar sobre esto”.

Por REDH-Cuba

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