Raúl González García nació el día en que, muchos años antes, murió, físicamente, José Martí. Aunque no es culpable de la coincidencia, siempre alguien se lo recordaba, para subirle el listón. Cumplió en algo: ha sido un estudiante aplicado, obsesivo, en una disciplina cuya esencia es servir a los demás. Se graduó muy joven de enfermero en el Plan Emergente ideado por Fidel, con la intención de seguir después la carrera de medicina, pero se metió en el mundo de la enfermería, le gustó, se hizo licenciado. No le pareció suficiente: terminó los Diplomados en Oxigenación Hiperbálica, y en Medicina Subacuática, y pasó entrenamientos en barotecnología, y en unidades intensivas. Pronto iniciará un tercer Diplomado en Ortopedia. Hoy cumple 33 años con la satisfacción de ser, además, Doctor en Ciencias de la Enfermería. Su tesis, defendida con éxito en el Complejo Científico Ortopédico Frank País, se titula “Un modelo de enfermería para el mejoramiento del desempeño profesional del enfermero que atiende a pacientes con artroplastia de cadera”. Cumplió su primera misión en Mozambique el año pasado con la Henry Reeve, después del paso de un huracán por la ciudad de Beira. Cuando anunciaron la salida de la primera brigada para enfrentar el coronavirus, fue su mamá la que dijo, como una Mariana: “prepárate que detrás vas tu”. Su compañera de vida, la técnica en economía Sheyla Leyva Baños, tiene seis meses de embarazo. Es el primer hijo y ya saben que será varón. Su nombre será Amé Raúl. ¿Amé? Sí, del verbo amar.
Hace un cuarto de siglo, es decir, veinticinco años, conmemoramos el centenario de la caída en combate de Martí. Lo que entonces conocíamos como “campo socialista” había desaparecido, y la euforia de la más recalcitrante derecha no le auguraba mucho tiempo de sobrevida a la Revolución cubana. Los intelectuales por encargo no solo decretaban el fin de la historia, sino que anunciaban también “la hora final de Castro”. Dos veces en la historia de Cuba posterior al día fatal en que cayera, Martí, de traje, revólver en mano, ha retomado las bridas de su caballo: cuando se conmemoró el centenario de su nacimiento en 1953, y acompañó a los asaltantes del Moncada; y cuando se conmemoró en 1995 el centenario de su caída y marchó, “en cuadro apretado”, junto a su pueblo, para defender la cubanía del proyecto social de justicia que, en tiempos nuevos, tenía que ser socialista.
Las brigadas cubanas, en Turín o en Crema, o en cualquier otro lugar del planeta, no solo pelean contra la abulia, el egoísmo, los intereses mezquinos, del modelo social que en los años noventa se sintió no solo ganador, sino eterno. La pandemia muestra la radiografía de un mundo enfermo. No digo que todos los médicos y enfermeros internacionalistas sean expertos en la obra escrita o la vida de Martí –aunque hoy disertó el doctor Tobías ante sus compañeros–, pero en tanto han acudido al llamado de otros pueblos, en tanto encarnan ese ideal de justicia, de entrega a los necesitados, actúan como martianos. Actuar como martiano, aunque sea puntualmente, es serlo.