Adelantamos textos de un cuaderno que publicará la REDH próximamente.

        Ese tipo de modelo cuya gobernabilidad política demuestra empatía se ha concretado muy pocas veces en la historia, y la de Cuba, socialista, bloqueada por el imperialismo norteamericano, demuestra la importancia de la gobernabilidad empática para enfrentar con éxito la pandemia de COVID-19. Eso es ejemplo de biopolítica.


        En apretada síntesis puede afirmarse que la pandemia de COVID-19 ha colocado en primer plano la importancia decisiva del papel de los estados en la preservación de la vida y la salud de las personas y de su entorno ineludible: la naturaleza, fuente de subsistencia en el planeta que compartimos. Pero también ese nuevo coronavirus, Sarcov-2, permite apreciar marcadas diferencias en la actitud de los gobiernos para enfrentarla en sus espacios nacionales, como son los casos, en nuestro hemisferio, de los Estados Unidos de América, de Brasil y de Ecuador.

         El mundo ha constatado que el presidente Donald Trump antepone su accionar reeleccionista a la preservación de la vida de la gente: aboga por quitar el aislamiento social para reanimar la economía doméstica que pudiera sumarle votos. Los muertos no le importan. A la vez, esos tres países tienen en común la imprevisión y la mala organización de sus respectivos sistemas de salud, ejemplo de una ineficacia tal que ha implicado tasas de mortalidad indignantes, a pesar de ser países petroleros que no carecen de recursos ni sufren un bloqueo comercial o financiero.

         Téngase en cuenta que el enfrentamiento a una catástrofe es obligatorio en toda praxis de gobernabilidad política, con mayor razón cuando se trata de una pandemia mortal que afecta a ciudadanos que interactúan físicamente en un mundo globalizado mediante el turismo, el comercio, el empleo, los intercambios educativos y las inversiones transnacionales. Se trata, por tanto, de biopolítica en el significado literal de ese término: la obligación de un Estado con la vida de la gente.

         Por ello, la pandemia también pone de relieve otra cuestión: la cosmovisión ideológica en que se sustenta la gobernabilidad política. En este sentido notaremos que unas ideologías tienen una proyección hacia –y propician– el individualismo y otras una proyección hacia –y propician– el altruismo y la solidaridad hacia la otredad. Ambas son constitutivas de la subjetividad social, pero con diferente orientación de valores, de objetivos y de intereses socioclasistas. ¿Posee la ideología neoliberal ese componente ontológico que condiciona su proyección política en favor de la otredad? Ahí, la empatía demostrada o no en la gobernabilidad marca la diferencia. ¿Por qué?

         Porque la gobernabilidad política muy raramente demuestra poseer el nivel más elevado de la empatía, que implica identificar y comprender los sentimientos y sufrimientos de otros, de todo un colectivo social, como señala Hoffman citado por Goleman (1995: 133)1, constituido por “los pobres, los oprimidos y los marginados”.

    De ello puede colegirse que cuando el componente empatía forma parte constituyente de la ideología que anima la gobernabilidad política estamos en presencia de un modelo de desarrollo socioeconómico cuya ontología social se proyecta solidariamente hacia la satisfacción de necesidades vitales para una existencia digna de las mayorías populares. Ese tipo de modelo cuya gobernabilidad política demuestra empatía se ha concretado muy pocas veces en la historia, y la de Cuba, socialista, bloqueada por el imperialismo norteamericano, demuestra la importancia de la gobernabilidad empática para enfrentar con éxito la pandemia de COVID-19. Eso es ejemplo de biopolítica.

Nota:

1 Ver el libro La inteligencia emocional, de Daniel Goleman (1995: 132-133), citando a Martin Hoffman.

Enrique Soldevilla Enríquez, Cuba. Filólogo y Dr. en Ciencias Filosóficas. Integrante del capítulo cubano de la Red en Defensa de la Humanidad.

Por REDH-Cuba

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