8 de junio

Están más silenciosos que de costumbre. Parecen concentrados, son los últimos minutos de un tiempo en sus vidas que no olvidarán. La cola para el despacho aéreo avanza con rapidez. El aeropuerto de Malpensa en Milán no está operando al máximo de su capacidad, y el vuelo, aunque lleva algunos pasajeros ordinarios, está destinado a ellos. Cuando nos cruzamos, me saludan, y entonces advierto la sonrisa en sus ojos. Es de complicidad. Saben que yo sé. Sí, hay sentimientos encontrados.
Para el doctor Fernando Graso Leyva –especialista en medicina intensiva y emergencias– de 28 años, esta fue su primera misión internacionalista. Lo miro y comprendo que tiene cosas que decir: “Italia nos deja mucho: su hospitalidad, el recuerdo de las bellas personas que conocimos, pero sobre todo nos deja un sentimiento profundo de humanidad. Nos ha demostrado que hay personas buenas, con ideales firmes, en todo el mundo; nos hemos topado con excelentes profesionales, y con la gente sencilla del pueblo. Para mí que soy joven, ha sido una experiencia extraordinaria de la que pudiera hablarte durante días, y va a marcar mi vida. Habrá un antes y un después, para los médicos que estuvimos aquí y para la medicina cubana. Porque arribamos a un lugar del Primer Mundo donde existía toda la tecnología, todos los medios de diagnóstico, y supimos llegar con nuestros conocimientos y ponernos a la par de los médicos italianos. Es algo que fue reconocido por ellos mismos”. Aunque no se supone que pregunte esto cuando se está por concluir una misión, quise saber cuánto había calado en él esta primera aventura solidaria, ¿estarías dispuesto a cumplir otras misiones? “Sí” –respondió de inmediato. “Yo creo que esto ha sido solo el inicio, iré a dónde sea útil, lo mismo fuera que dentro del país. Siempre podrán contar conmigo”.

Su opinión no es el resultado de la edad, o de su poca experiencia internacional. En el otro extremo de la cuerda se halla el sabio Leonardo Fernández, con seis misiones a sus espaldas, y 67 años de vida. Cuando pregunto cómo recordará a Italia, su respuesta es inmediata: “¿A Italia? Con mucho cariño. Solo he conocido dos pueblos tan agradecidos: el paquistaní, ¿te acuerdas?, que nos despidió con tanto amor, y el italiano. Creo que se produjo un fructífero intercambio de saberes, el aprendizaje por parte nuestra de la tecnología, y el aporte que dimos en lo humano, que ellos recibieron bien. Regreso muy satisfecho, y mientras tenga fuerzas y vida, y me llamen, ahí voy a estar”.

Finalmente, todos han despachado y pasamos a la sala de espera, donde se hará el reconocimiento final. La sala es nuestra. Se apartan algunas hileras de sillas y los brigadistas cubanos se sitúan de frente a los cristales que nos separan de la pista. Sostienen las banderas de Cuba y de Italia, y el estandarte de la brigada. De un lado, los italianos despliegan su banderola de la Amistad, que tiene casi tantos años como la Revolución cubana. Allí está Irma Dioli, la presidenta de la Asociación. Del otro, están los cubanos que viven aquí, entre ellos el pintor Ascanio, que trae un regalo especial para los que regresan: una pintura suya alegórica a la colaboración cubana. He leído los comentarios de esos emigrados en mi perfil cuando escribo sobre los enfermeros y médicos cubanos de Crema, en Lombardía, o de Turín, en Piamonte. Creo que estas brigadas nos hacen sentir de una manera especial el orgullo de ser cubanos, a todos, donde quiera que vivamos.

Justo delante del cristal se colocan Alan Cristian Rizzi, Subsecretario de Relaciones Internacionales del Gobierno de Lombardía y José Carlos Rodríguez, el Embajador cubano. Pero este no es el recuento noticioso del hecho, apenas soy un privilegiado observador. Hay palabras de agradecimiento y de felicitación por parte del funcionario lombardo, y del diplomático cubano. Hermosa la despedida del doctor Carlos, jefe de la Brigada en Crema, quien habló a nombre de la Cuba solidaria que nos enaltece: “Quiero agradecer a la Región de Lombardía por la acogida que tuvimos en Italia, a la ciudad de Crema, por la hospitalidad, por todo el cariño que nos dieron sus pobladores, y reconocer también la labor del personal de la salud, a todos los médicos y enfermeros que trabajaron con nosotros, y permitieron que se cumpliera el objetivo por el que vinimos. Gracias también a los activistas de la solidaridad con Cuba, que siempre estuvieron a nuestro lado, al tanto de nuestras necesidades y preocupaciones. Hoy solo nos resta darle las gracias a Italia por habernos permitido venir a ofrecer nuestro modesto esfuerzo para salvar vidas, para cumplir el compromiso que tenemos con la Humanidad”.

Ha concluido el tiempo. El Embajador y el Subsecretario van hasta la escalerilla del avión, en un último abrazo simbólico, y luego suben a la nave. Los brigadistas ocupan los asientos finales. El Capitán del vuelo dice unas palabras de agradecimiento. Hasta allí hemos ido. Sé que están exhaustos, que la tensión de los días vividos ahora empieza a derramarse en sus cuerpos. Sé que ansían reencontrar a sus familiares, a sus amigos, aunque tendrán que cumplir con el rigor de la cuarentena.

En la vida no hay pausas. Cuba, ellos lo saben, ha estado atenta a sus logros, orgullosa de su entrega, y se prepara para recibirlos. Escucharán los merecidos aplausos que el pueblo les tributa, y en unos días, ellos también aplaudirán a otros valientes. No hay pausa. Regreso a Turín, con mi brigada. Se ha tardado el paciente número 100 en salir de alta. Pero los médicos y enfermeros del hospital covid-OGR de Turín no cejan en su empeño de salvar otras, muchas vidas. Es su homenaje a los de Crema, a la hermosa historia de la solidaridad cubana, es su modesta contribución, como lo fue aquella que hoy finalizó, a la construcción de ese otro mundo posible y necesario.
PD. Les dejo algunas de las fotos que tomé en el aeropuerto de Milán.

 

Por REDH-Cuba

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