14 de junio
Esta es una reflexión de domingo. Y es mi homenaje al médico guerrillero Ernesto Che Guevara en su cumpleaños. El 19 de agosto de 1960 le decía a los primeros estudiantes de medicina de la Revolución triunfante: “(…) yo había viajado mucho –estaba en aquellos momentos en Guatemala, la Guatemala de Árbenz– y había empezado a hacer unas notas para normar la conducta del médico revolucionario. (…) Entonces, me di cuenta de una cosa fundamental, para ser médico revolucionario lo primero que hay que tener es revolución. De nada sirve el esfuerzo aislado, el esfuerzo individual, la pureza de ideales, el afán de sacrificar toda una vida al más noble de los ideales, si ese esfuerzo se hace solo, solitario en algún rincón de América, luchando contra los gobiernos adversos y las condiciones sociales que no permiten avanzar (…)”. Lo primero que quisiera advertir entonces es que la solidaridad no es un lujo en una Revolución: es su esencia. Y si no se desborda, si no se expresa lo mismo dentro que fuera de
fronteras, no es solidaridad, ni es Revolución. Ahora bien, ¿cómo se expresa?
He tenido el privilegio de acompañar a los trabajadores cubanos de la salud por Centroamérica, Haití, Venezuela, y los países de África Occidental que padecieron la epidemia del ébola. Pocos países pueden como Cuba movilizar en horas a decenas de excelentes médicos y enfermeros, y ubicarlos en zonas de desastre, sin condiciones ni pagos extraordinarios. Ello se debe a la vocación de servicio que sustenta la formación de nuestros trabajadores de la salud, y a una tradición forjada desde los primeros años de la Revolución, que pesa y encuentra apoyo en la sociedad, para la cual el internacionalista es un héroe. Como tales fueron recibidos en Cuba los valientes que viajaron en 2015 a los países de África Occidental para combatir la epidemia del ébola, y los que regresaron hace unos días de Lombardía, donde estuvo por unas semanas el epicentro mundial de la pandemia de covid-19.
No tengo que explicar a los lectores cubanos que la participación de sus médicos y enfermeros es absolutamente voluntaria. Hay profesionales de la salud muy competentes en Cuba que nunca han participado en ninguna misión solidaria, y gozan de prestigio profesional. Ello es posible, en primer lugar, por una razón matemática: Cuba posee el mayor número de médicos per cápita del mundo: 8, 4 por cada mil habitantes. En 2018 estaban inscritos en el país 95 417 médicos, según refiere el Anuario Estadístico Nacional en su capítulo sobre la Salud Pública.
¿Cuáles son las características de esa colaboración? El médico cubano no es ni se siente parte de una clase social superior a la de sus pacientes ni necesita pertenecer a ella para ser respetado; se sienta a la mesa pobre de cualquier campesino o indígena, lo toca con sus manos sin desagrado, está dispuesto a realizar si es necesario cualquier tipo de trabajo, incluso físico, ajeno a sus funciones habituales; educado en una sociedad compartidora, ve a su paciente como su vecino.
La medicina cubana acumula una larga experiencia en dos rubros importantes: la prevención de salud en la comunidad, de una parte, y el enfrentamiento a epidemias y eventos meteorológicos inesperados, de la otra. Esos son precisamente los rubros más necesarios en cualquier caso de emergencia sanitaria. Ha desarrollado el método clínico, en parte por las limitaciones tecnológicas que el bloqueo estadunidense impone, y en parte por convicción. Todo médico cubano al graduarse realiza por lo general una primera especialidad en Medicina General Integral (Médico de Familia) antes de iniciar los estudios de una segunda especialidad. Que mire más al paciente en su contexto de vida, y se interese por evitar la enfermedad antes que por curarla, son sus fortalezas. No son médicos aislados los que viajan. No son simples brigadas o contingentes. Detrás de todos ellos hay un Estado, como pedía el Che. La voluntad política es decisiva.
Pero los médicos y enfermeros cubanos no se inmiscuyen en la política local ni hacen proselitismo político; se relacionan, por el contrario, con todo aquel que facilite el desarrollo de las políticas de salud, respetan sus creencias y credos, atienden a cualquiera que lo necesite o solicite –aunque la ubicación de sus puestos médicos se halle en los lugares más desprotegidos–, a contendientes locales de un bando o de otro. En pueblos pequeños o muy aislados se alían a los líderes religiosos (sacerdotes, pastores, imanes, curanderos, etc.), y ofrecen sus orientaciones epidemiológicas a la población en el local en el que estos ejercen o en compañía de ellos. Colaboran con médicos u ONG de cualquier otra nacionalidad. No existe rivalidad, porque el objetivo primario es salvar vidas.
Es la primera vez, después de más de cinco décadas de ir y venir por el mundo, que un país de la vieja Europa, del Grupo de los 8, solicita ayuda a Cuba. Con la diferencia temporal de unas pocas semanas, arribaron a Italia dos brigadas, una a la ciudad de Crema, en Lombardía; la otra a Turín, capital de Piamonte. También arribó una brigada al pequeño Principado de Andorra. La experiencia ha sido extraordinariamente enriquecedora. La pandemia ha posibilitado que los ciudadanos de este planeta llamado Tierra nos reconozcamos como seres humanos, antes de que como nacionales de uno u otro país; que comprendamos que debemos en lo adelante andar juntos. No fueron paradójicamente los ricos los que ofrecieron esa ayuda, sino los “pobres”. Como me dijera Alessandra Monzeglio, jefa de enfermería y administradora del hospital covid-OGR de Turín: “que las personas que tienen menos que uno sean las más dispuestas a ayudar es algo que nos tiene que hacer reflexionar”. No dejemos pasar este momento histórico: que la muerte, la enfermedad y el imprescindible confinamiento, que los problemas económicos que se derivarán de ellos, afiancen la certeza de que es posible construir un mundo más solidario. Hagámoslo realidad. Los seres humanos dependemos de otros seres humanos. Ningún país, por fuerte que sea o parezca, puede vivir aislado.