Unos extraños movimientos se efectúan hacia el interior de la zona roja. Adrián, habitualmente guardián de la Aduana de los Mundos, se ha enfundado el traje “espacial” y atraviesa la frontera junto a Michelle. Ambos cargan una gran pantalla que deben instalar y probar en uno de sus cubículos. Afuera un grupo técnico prepara las condiciones para la transmisión. Todavía no sé bien lo que pasa, pero me visto y entro tras ellos, con todos los cuidados que ya conocemos y la vigilancia de otros brigadistas (estuve tentado a escribir “colegas”, pero la verdad es que yo lo soy solo si se entiende que un equipo puede llegar a ser una sola voluntad, y yo, permiso para decirlo, soy parte del equipo). Me explican: mañana es el Día de San Giovanni, Patrón de la Ciudad. La intención es que los enfermos disfruten en vivo por televisión de la fiesta tradicional. Mi primera interlocutora lleva 42 días de ingreso y 10 pruebas positivas de covid; la segunda, 32 días, y 8 pruebas positivas (solo cuento los días pasados en este hospital). Caminan con cierta libertad y no parecen enfermas, son asintomáticas, pero lo están, mientras que el tampón no demuestre lo contrario. Son amigas. Ambas trabajan en el sector: María Pía es asistente dental –hablé ya de ella en una crónica– y Martina Marongiu es enfermera en un centro para pacientes en estado terminal. Adquirieron el virus en el trabajo. Se sienten bien atendidas, casi como en casa. Pero añoran la luz del sol. Todas las ventanas de la zona roja están cerradas y cubiertas con papel negro.

Se emocionan al saber que verán las fiestas, a la vez paganas y religiosas –que se celebran desde la Eda Media–, o lo que pueda hacerse este año tan distinto. Martina es más locuaz en lo que le dicta su fe: explica su devoción por el Santo, y me cuenta lo que habitualmente sucede ese día, desde la procesión que parte de la Catedral, hasta los espectáculos callejeros, juegos, conciertos y música en vivo, animaciones para niños, eventos deportivos. “¡Y los fuegos artificiales de San Giovanni!”, es la niña que late en ella la que habla. El pueblo venido de todas las provincias lo disfruta desde una abarrotada Plaza Vittorio, que Michelle insiste en definir como “la más grande a cielo abierto de Europa”, o a lo largo de la hermosa ribera del río Po. Nada será este año así. Pero se transmitirá la misa y el concierto por televisión y por la web, y se han unido para ello los recursos y el talento las ciudades de Turín, Génova y Florencia.

Martina y María no saben cuándo saldrán de esta extraña prisión, aunque hablan de los médicos italianos y cubanos con afecto: “es increíble cómo se han integrado en un solo equipo, y nos curan y nos traen alegría”. Ellas son de las inquilinas más antiguas. Ya no se recibirán más pacientes. Mañana entraré otra vez, para ver junto a ellas, junto a las mujeres y a los hombres que no ven la luz del sol hace ya muchos días, semanas y meses, junto a los médicos y enfermeros que estarán otra vez allí, al pie de sus camas, de sus sillas de ruedas, de sus esperanzas, una fiesta que vio pasar muchas pandemias y las creyó superadas, pero que siempre anuncia la vida, y la enarbola.

Por REDH-Cuba

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