Aunque podría asociarlo a deportes de fuerza, como la bala o el martillo, Oscar Luis Silveiro Martínez, era esencialmente un corredor de distancias cortas: 100 y 200 metros. Y era bueno. Alto y corpulento, siempre quiso ser deportista. Pidió en primera opción la carrera de Cultura Física, pero la persona que tomó la decisión de darle la segunda opción, no se tomó el trabajo de conocerlo. Así, se vio de pronto en un aula de la Facultad de Matemáticas. “Yo practicaba todos los deportes, me gustaba más el atletismo, pero los practicaba todos y era bueno. No estuve en escuelas deportivas, pero sí tuve un buen profesor en la comunidad que me ayudó en el deporte. Cuando competía en los Juegos interfacultades nunca tuve rivales, ni entre la gente del Fajardo. Había buena rivalidad entre la facultad de Matemáticas y la de Cultura Física. En la Universidad era yo el que impartía las clases de educación física”. Pero las matemáticas no eran su vocación. Salió desorientado y un amigo lo convenció de matricular enfermería. Se hizo enfermero en 1990 y le gustó la profesión. La Licenciatura la terminó en 2008. Hizo un Diplomado en Cuidados Intensivos y Emergencias. Trabaja desde hace 30 años en el Policlínico Antonio Maceo, del Casino Deportivo, en La Habana. Casado, con una hija de 24 años. Su esposa trabaja en el Centro Internacional de Salud La Pradera.
Entonces llegó la primera misión, y no fue la más sencilla. Integró el grupo de colaboradores que viajó al África para combatir el ébola. Estuvo en Sierra Leona, junto a otros 112 enfermeros. La segunda, unos meses después de su llegada, fue a la República Árabe Sarahui Democrática. Se había producido, con fuerza inusual, un fenómeno atmosférico que ocurre cada cinco o seis años en el desierto: las lluvias monzónicas. Fueron tan fuertes, y duraron tantos días, que el desierto se inundó. Busqué la prensa de la época, para saber de qué me hablaba. El diario El Mundo de España, en una edición de octubre de 2015 titula su reportaje así: “Diluvio en el desierto del Sahara”. Viajaron cuatro médicos y dos enfermeros, y permanecieron cuatro meses. En esa zona del planeta ratificó lo que significa la solidaridad cubana: la mayoría de los jóvenes que conoció había vivido y estudiado en Cuba. La tercera misión parecía ser más calmada: llegó a Bolivia en el último cuatrimestre de 2018, pero la misión se interrumpe en noviembre de 2019, por el golpe de estado que desplaza del poder al Presidente legítimo, Evo Morales.
Sus padres viven en Pinar del Río, de donde realmente es. Son cuatro hermanos: uno, vive en Consolación; otro, en San Cristóbal; y su hermana, la menor, de treinta y tantos años, que vive con sus padres, aunque tiene su propia familia. Su papá está jubilado, era ponchero y su mamá siempre fue ama de casa. “El sustento de ellos va por mí”, afirma. Se acercan los días y las expectativas del regreso. Pero Oscar –un poco se parece, por su aspecto físico, al lanzador pinareño Pedro Luis Lazo–, está centrado en lo que considera lo principal: terminar esta misión con éxito, como las demás.