Se trata de un documental excelente, y quienes me conocen saben que no soy dado a exageraciones. Es en verdad muy interesante e ilustrativo porque ofrece un análisis muy exhaustivo del mundo de las redes digitales y su utilización para “formatear”, valga la metáfora, la conciencia de las sociedades contemporáneas de modo tal que profundice la sumisión a los dictados de las clases y grupos dominantes. En pocas palabras, un contenido impecable, sólido desde el punto de vista de la teoría social y política, e ilustrado con bellas imágenes e intervenciones muy claras y sucintas de destacadas personalidades.

Dicho lo anterior debo agregar que la agresión que están sufriendo en Cuba se reproduce con distintos matices en toda Latinoamérica y el Caribe. Por supuesto, que la beligerancia demostrada en los mensajes dirigidos a la población de la isla es muy superior a la que se comprueba aún en casos de países que también son víctimas del bloqueo, como Venezuela y Nicaragua. Cuba, como sabemos, es una espina clavada en la garganta de Tío Sam desde hace más de doscientos años, y cunde la desesperación porque a pesar de sesenta años de bloqueo y ataques de todo tipo (sabotajes, atentados terroristas, sanciones económicas, etcétera) la Revolución Cubana prosigue su marcha e inclusive, en tiempos de pandemia, será el único país no sólo de Latinoamérica sino de la periferia capaz de producir una vacuna endógenamente generada, lo que no es el caso de India, que fabrica vacunas producidas por otros países.

Ante la falta de efectividad de todas estas agresiones perpetradas contra Cuba, pese al enorme daño infligido a su pueblo y los elevadísimos costos económicos del bloqueo, los estrategas norteamericanos se han volcado a estudiar todas las posibilidades que le abre el llamado “poder blando”. En el documental se aporta una muy detallada descripción de cómo opera uno de los instrumentos de este “poder blando”: las redes digitales, que no son sociales porque crean “comunidades imaginarias” o, como dice Rosa Miriam Elizalde, “burbujas de confort” que sólo por excepción dan nacimiento a conjuntos sociales reales. Pero, como se demuestra muy bien en el documental la eficacia de esta tecnología reposa en la calidad y precisión de los algoritmos creados para, desde ellos, interpelar a los sujetos reales con discursos y exhortaciones concretas, con llamados a la acción y casi recurriendo al “bullying” contra quienes desoyen esas convocatorias y no salen a protestar contra el gobierno, la revolución, el socialismo. El reverso de esta medalla es la ridiculización de los que siguen en una onda -caracterizada como anacrónica, tal vez arcaica- anclada en una “vetusta” crítica a la sociedad norteamericana o a los crímenes del imperialismo. Este proceso está muy bien retratado en el documental.

Las “burbujas de confort” crean una falsa sensación de universalismo: “todos piensan esto”, se dice a sí misma la persona que está siendo ametrallada por estos mensajes. No se sabe, pero se supone, y ahí opera el temor a ser la oveja negra de un paciente rebaño que sigue las instrucciones que emiten quienes controlan plataformas como Facebook o Twitter, sin ir más lejos. Nada más engañoso que suponer que esos son espacios de ilimitada libertad, como algunos creyeron cuando estas tecnologías hicieron su irrupción en las sociedades contemporáneas. ¡Vaya si hay control, si hasta al propio ex presidente Donald Trump se permitieron sacar del Twitter, donde tenía 83 millones de seguidores, porque los dueños de esa plataforma consideraban inapropiados los mensajes que posteaba el magnate neoyorquino!

Resumiendo: este magnífico documental describe y explica el funcionamiento de esta nueva arma de dominación neocolonial. Es muy poderosa, más no invencible. Nosotros también podemos hacer uso de ella. No será sencillo pero si apelamos a nuestra imaginación, si elaboramos un minucioso plan de contra-ataque, si lanzamos las consignas o palabras adecuadas y con el estilo comunicacional de nuestro tiempo: sencillo, breve, apelando a las pasiones y no sólo a la argumentación racional, todo en pro de una buena causa, estoy seguro que podremos contrarrestar la ofensiva del imperio. Al fin y al cabo esa es la historia de la Internet: inventada por el Pentágono se les escapó de las manos. Es instrumento de opresión pero también, bajo ciertas circunstancias, de liberación. Hosni Mubarak, treinta años dictador de Egipto sostenido por Estados Unidos e Israel, sucumbió ante el uso inteligente y masivo que hicieron los jóvenes que manifestaron más de un mes en El Cairo. Lo mismo ocurrió en Túnez, acabando con la tiranía de Zine El Abidine Ben Ali. Las luchas populares en Colombia y en el Chile de nuestros días -así como las que se libraron en Ecuador en 2019- son coordinadas y repotenciadas en su efectividad por la utilización de las redes sociales. Si, la dictadura de los algoritmos y sus creadores existe, pero eso que he dado en llamar “asociativismo digital” puede ser un arma poderosísima en manos de los pueblos. No olvidemos una enseñanza de la guerrilla de Sierra Maestra, y lo que tantas veces dijo Fidel: “teníamos unas pocas armas, pero nos equipamos con las armas que le arrebatábamos a nuestros enemigos”. Lo mismo hizo el Viet-Cong: apoderarse de las armas de las tropas de Estados Unidos y derrotarlas con ellas. Ahora se trata de hacer lo mismo; derrotar al imperio, volviendo en su contra sus propias armas.

Por REDH-Cuba

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