Una certeza deambula entre quienes participan en la política argentina: las elecciones de este domingo están marcadas por la incertidumbre. Razones no faltan. Hasta ahora, la manifiesta distancia entre los resultados obtenidos en las elecciones provinciales y los vaticinios que las encuestas propiciaban hace que quienes sigan creyendo en la capacidad de predictibilidad de los sondeos de opinión lo hagan en tanto “Salto de Fe”. Incluso entre los equipos de campaña ronda la idea de que “estas son las elecciones más inciertas desde el 2003”, año en el que es electo presidente Néstor Kirchner.

Los resultados de las Primarias Abiertas Simultaneas y obligatorias (PASO) inaugurarán las coordenadas políticas sobre las que se dirimirán las elecciones generales del 22 de octubre. Según la enrevesada ley electoral argentina, todas las fuerzas políticas deben participar de las PASO, vayan o no a internas, y para competir en las elecciones generales deben superar el umbral del 1,5% de los votos. Así mismo, las fuerzas que compitan en internas ordenan quienes serán los candidatos dependiendo de que lista saque más votos.

Desde que fueron instaladas en el 2009 ninguna de las fuerzas competitivas utilizó las internas de las PASO para dirimir sus candidaturas. Razón por la cual esta instancia funcionó, hasta el momento, como una suerte de gran encuesta a cielo abierto. Pero por el contrario esa no será la lógica de este domingo. Los resultados en las internas no solo dirimirán los candidatos, sino que cada posible combinación de resultados abre a partir del lunes una carrera completamente distinta en esas 10 semanas que separan las PASO de las generales. Es entre esas posibles alquimias que el gobierno espera un milagro.

Hospitalarias realidades

Pese a que, por un lado, el tablero político pareciera saturado de incertidumbres, por el otro, la sensación térmica que rodea la víspera electoral resulta inapelable: en las calles se palpita hartazgo. La imagen negativa de los principales dirigentes políticos del país ronda el 60% según los estudios de Zuban Córdoba. Mientras, el índice de confianza en el gobierno, elaborado por la Universidad Di Tella, muestra un mínimo histórico. A la vez, el índice de optimismo ciudadano (ipc) que elabora Poliarquía marca que dos de cada tres personas evalúan negativamente la situación del país. El indicador se construye marcando tres tipos de optimismos y pesimismos: leve, fuerte y extremo. Marcando en los últimos meses un pesimismo extremo.

Desde los microclimas de los pasillos ministeriales se suele denominar a ese hartazgo como “anti-política”. Sin embargo, al observar los principales datos de la económica es imposible no advertir la racionalidad detrás de ese hartazgo. Si tomamos en consideración los principales elementos que hacen al “bolsillo de la gente” se puede observar una serie de factores relevantes: el salario del sector privado y el salario mínimo actuales son los más bajos entre las últimas tres elecciones presidenciales; de la misma manera que las jubilaciones y las asignaciones familiares son las más bajas entre las últimas tres elecciones presidenciales. Esto se explica, principalmente, por el efecto corrosivo que tiene la inflación la cual ronda en el 118%, siendo la más alta de los últimos treinta años.

Aunque un poco más lejos de las preocupaciones de la gente de a pie, se encuentra la extrema fragilidad macroeconómica que atraviesa el país. Las reservas brutas del Banco Central se contrajeron a un mínimo histórico. Mientras la brecha cambiaria (es decir, la diferencia entre el precio estipulado por el banco central del dólar y el del mercado cambiario paralelo) supera el 100%. Este cuadro de situación se agrava aún más si se tiene en consideración que en momentos electorales hay una fuerte presión en la demanda de dólares (lo cual presiona sobre el mercado de cambio paralelo, con consecuencias inflacionarias). Y que producto del último acuerdo firmado entre el gobierno y el FMI, hace tan solo unos días, donde se establece mantener la meta del déficit fiscal, en un contexto de fuerte caída de la recaudación debido a la histórica sequía, las próximas semanas serán de más recortes del gasto público.

No se entiende el menú (pero la salsa abunda)

La oferta electoral se divide en lo que pareciera ser tres grandes bloques -el oficialismo (ex FdT ahora UxP), la oposición de Juntos por el Cambio y la emergencia de La libertad Avanza de Javier Milei-. Esto ha llevado a que muchos analistas hablen de una elección de tercios. Incluso Cristina Fernández de Kirchner en su aparición televisiva en el programa Duro de Domar respaldó esta hipótesis. Pero si se tiene en cuenta el voto en blanco, nulo y la abstención electoral deberíamos hablar en rigor de un escenario dividido en cuartos.

Por último, aunque con una competitividad menor, y lejos de los “grandes jugadores”, también habría que agregar la presencia de una izquierda anticapitalista (de filiación trotskista) que mantiene cierta presencia electoral y, sobre todo, militante. Esta izquierda esta nucleada en el Frente de Izquierda y los Trabajadores Unidad. Un frente fundado hace 12 años y que ha logrado mantener sin grandes rupturas o dispersiones esta larga década.

De esta manera, el escenario electoral es un escenario de competencia donde lo más importante son los “pisos electorales”. Es decir, lograr retener la mayor cantidad de votos propios de núcleos duros. Donde, en un primer momento, pareciera difícil poder salir a buscar votos de otros candidatos.

Unión por la Patria

Haciendo confesión de las pocas virtudes que tuvo la gestión gubernamental, el oficialismo cambió su nombre electoral. Enterró el sello Frente de Todos para adoptar el de Unión por la Patria. No fue un mero movimiento inocente de marketing político. La necesidad de incorporar en el nombre la idea de “Unidad” se impuso luego de cuatro años donde la gestión fue fagocitada por una interminable interna a cielo abierto. En estos años, cualquiera que escuchara un discurso gubernamental podía pensar que se trataba de un discurso opositor. Asimismo -confesión de parte- el cambio de sello se debe a que se pretende desvincular la oferta electoral lo más que se pueda de la experiencia gubernamental en curso.

Unión por la Patria (UxP) se presenta con una interna que -aunque parezca extraño- la propia comunicación oficial del espacio oculta. Por un lado, presenta como un candidato de “unidad” a Sergio Tomas Massa, el actual ministro de economía. Por otro lado, dentro de UxP compite el joven líder social Juan Grabois.

Sergio Tomas Massa cuenta con el apoyo explícito del aparato peronista (el partido del orden). Asimismo cuenta con el apoyo del aparato kirchnerista que cerró filas detrás de su candidatura, aunque no así su militancia para quien la candidatura de Massa es difícil de digerir. En agosto de 2022 dejó su cargo de presidente de la cámara de diputados para asumir la cartera de economía luego de que el ministro de ese momento renunciara de manera intempestiva. Desde ese momento se selló el acuerdo de Cristina Fernández de Kirchner con Massa.

Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido con Alberto Fernández, CFK esta vez no fue quien “ungió su candidatura”. Massa no podría ser candidato sin el aval de CFK -en tanto socia mayoritaria del FdT, ahora UxP- como tampoco podría haber sido el ministro de economía sin su aval explicito. No obstante, la no explicitación de que es ella quien elige su candidatura responde a dos factores. El primero, es que la figura de Massa resulta difícil de asimilar para la militancia kirchnerista (ver apartado: Darle la vuelta al mundo). Todo el esfuerzo político del kirchnerismo de los últimos años fue salvaguardar su memoria histórica, en un momento de poca capacidad de re-crear la articulación de colaboración de clases que marcó sus doce años de gobierno. En segundo lugar, el fracaso del gobierno de Alberto Fernández (de cuyo diseño CFK fue la principal arquitecta) posiblemente la lleve a no querer repetir el error.

Una eventual (y para nada descartable) derrota de UxP sería construida como una derrota del Albertismo y de la candidatura de Massa. Mientras que el juego del núcleo del kirchnerismo fue replegarse a la gobernación de provincia de Buenos Aires, su principal bastión. Allí no solo Kicillof es el candidato a gobernador, sino que las boletas las encabeza Máximo Kirchner.

Por otro lado, si bien la candidatura de Grabois no es presentada por el artefacto y la gestualidad comunicacional de UxP como propia, lo cierto es que, sin el aval de las principales figuras del Frente de Todos, principalmente la de Cristina Fernández de Kirchner, hubiera sido imposible su candidatura. Sin un recorrido previo en la política electoral-partidaria, su postulación pretende no resignar la hegemonía del espacio de UxP a una de sus variables más liberales.

Su campaña se centra en la “recuperación de las banderas históricas del movimiento nacional y popular” con propuestas que pretenden tener un claro tinte de izquierda como el no pago de la deuda externa. Lejos de los principales factores del poder real, la candidatura de Grabois tiene como principal activo la simpatía de las militancias sociales.

Paradójicamente se le critica lo mismo que se le atribuye como una virtud, dependiendo del foco desde el que se lo mire. Por un lado, desde las izquierdas partidarias vinculadas al FITU, lo acusan de ser un “salva vidas” por izquierda de Massa. Mientras que desde sectores afines al gobierno ven como una virtud que logre captar todo ese voto que se siente descontento con la elección de Massa como candidato. No obstante, la militancia nucleada en torno a la figura de Grabois plantea que su apuesta es una apuesta de poder que pretende condicionar a su coalición (UxP) con una apuesta programática.

Lo cierto es que, en un contexto de fuerte corrimiento a la derecha, la candidatura de Grabois posee la virtud de poner sobre la mesa debates que tensionan el espectro político por izquierda.

Juntos por el Cambio (Juntos por el Cargo)

En la interna de Juntos por el Cambio compiten dos fórmulas: una encabezada por Larreta y la otra por Patricia Bullrich. El gran interrogante es cuanta capacidad tendrán de retener los votos totales de ambas candidaturas luego de las PASO. Las diferencias entre los votantes de uno y otro candidato pareciesen no garantizar automáticamente que ese se quede dentro del partido, una vez pasadas las internas abiertas. De esta manera se abre la siguiente hipótesis: si en las PASO la gana el “ala dura” encarnado en Bullrich, muchos votos de Larreta podrían votar en blanco en las generales o incluso a Massa; si, por el contrario, gana Larreta, muchos votos de Bullrich podrían ir a Milei.

Cualquier consejo táctico que se le hubiese podido dar a la oposición de derecha habría partido del mismo razonamiento: solamente tienen que silbar bajito, esperar y la propia dinámica del gobierno les dará una ventaja comparativa. Y sin embargo cualquier observador se sorprendería con el nivel de virulencia en el que se sumergió la interna de Juntos por el Cambio. Es que, al igual que en el oficialismo, la sumatoria algebraica de racionalidades parciales no da por resultado racionalidad.

Lejos de un mero problema de personalismos, la interna de Juntos por el Cambio es producto de una divergencia estratégica. El puntapié para entender el problema podría ser formulado así: ¿en qué fallo la gestión de gobierno de Mauricio Macri en 2015-2019 que, no solamente no logró ser reelecto, sino que no pudo cumplir con su programa? Las distintas respuestas que se dan al interior del PRO (el partido que hegemoniza a Juntos por el Cambio) dan cuenta de las divergencias estratégicas.

Para el 2015 la Alianza Cambiemos había logrado estructurar una fuerza política competitiva que expresaba el programa económico demandado por las grandes entidades patronales -articulado principalmente en sus foros de discusión como el Coloquio Ideas-. Este programa asumía como propias las presiones hacia la re-estructuración del capital producto de la crisis del 2008. Es decir, concretar una triple reforma estructural (en lo laboral, lo previsional y lo tributario) que permitiera relanzar el ciclo de acumulación que, para ese momento, ya se encontraba estancado. A la vez, para efectuar esa reforma se necesitaba una “normalización” en las relaciones de autoridad del capital (duramente lacerada con la crisis del 2001) que pusiera un corsé a las tendencias a la movilización de las clases trabajadoras en argentina.

La Alianza Cambiemos gana las elecciones del 2015 produciendo un jubilo entre las clases dominantes locales que prometían una “lluvia de inversiones”. Dentro de la alianza, el PRO -liderado por Macri- no solo era el portador del programa sino también del “know-how” a través de sus cuadros técnicos; la Unión Cívica Radical, partido centenario de la argentina, brindaba una extensa capilaridad territorial a lo largo y ancho del país; mientras que los vientos políticos en América Latina parecían empezar a soplar en una dirección distinta al de la década anterior.

Durante sus dos primeros años, la política de la Alianza Cambiemos fue de “reformismo permanente” como la denominó Mauricio Macri. Se fueron introduciendo de manera paulatina un conjunto de reformas que contaron con el aval cómplice de una buena parte del peronismo que les garantizaba poder sancionar leyes en el congreso. El gobierno gana las elecciones de medio termino, el principal termómetro político de la gestión, y una buena parte de la “intelectualidad progresista” (haciendo gala de su capacidad de análisis) se rinde ante la evidencia: “la derecha había encontrado la piedra filosofal de la comunicación política y era invencible”.

No habían pasado ni dos meses desde las elecciones de medio termino y, en un estado de fortaleza indiscutible, el gobierno decide acelerar las reformas. Se dispone a realizar la reforma previsional y, mientras negocia con parte del peronismo, en el congreso se encuentra con una enorme movilización. “Cuando quisimos cambiar nos tiraron 14 toneladas de piedras” se lamenta Mauricio Macri en su libro Primer Tiempo. “Le ganamos al peronismo, pero nos encontramos con la argentina”, cuentan los investigadores Vommaro y Gené que les dijo a modo de síntesis un armador político del PRO.

La alianza Cambiemos había ganado dos elecciones, pero no había logrado torcer de manera significativa la correlación de fuerzas de entre las clases. Una correlación de fuerzas que durante estos años aparecía como estancada: con una gran capacidad de impugnación y una enorme dificultad para imponer un proyecto propio. Ese fue el principio del fin de su primer tiempo. A las “14 toneladas de piedras” le siguieron la fuga de capitales y la corrida cambiaria. La invencible hegemonía del márquetin de la que hablaba el progresismo empezaba a disolverse en el aire.

En ese contexto, el macrismo mueve un alfil con el que pretende condicionar todo el tablero político. De esta manera, en junio del 2018 el gobierno de Cambiemos acude al FMI y en un tiempo récord adquiere el préstamo más grande que el organismo jamás haya otorgado en su historia. Si el proyecto de la alianza Cambiemos no lograba traer “racionalidad al país” entonces esa “racionalidad” se impondría mediante el peso del corazón del sistema financiero internacional.

La historia que sigue es conocida. A pesar de cosechar un enorme caudal de votos, Cambiemos pierde la elección del 2019. Y la divergencia estratégica surge al interior del PRO.

Según la lectura del candidato Horacio Rodríguez Larreta, no se logró el horizonte estratégico porque no se tuvo el suficiente respaldo político para llevar a cabo las reformas. Era necesario ampliar más aún la alianza política, social y económica. Para Patricia Bullrich, por el contrario, lo que faltó fue audacia y decisión. Un momento jacobino que lleve a cabo esas reformas sin detenerse en la resistencia que puedan encontrarse en el camino.

La libertad Avanza – Milei

Uno de los grandes interrogantes tiene que ver con la emergencia de Milei un candidato que se sitúa a la derecha de la derecha tradicional. Su emergencia atravesó todos los estadios tradicionales de este tipo de fenómenos: primero el ninguneo (“es solo un personaje mediático sin importancia”); luego la minimización (“es solo un par de chicos varones enojados que lo siguen”); posteriormente cierto entusiasmo irónico (para los equipos de UxP era la oportunidad de que le saque votos a JxC la amenaza real, mientras que para JxC era la oportunidad de correr el debate publico a la derecha); finalmente la indignación moral de los microclimas (“la gente se volvió fascista”).

Sea como sea, lo cierto es que el crecimiento de La Libertad Avanza es frenético. No porque sea el favorito para ganar o porque mueva una mayoría absoluta. Sino porque desde la decepción política y el hartazgo logró construir un vector de construcción político con enorme potencia. Sus videos en YouTube tienen miles de reproducciones. Videos que durante horas se habla de económica y funcionan como “clases de economía”.

En las elecciones legislativas de 2021 resultó electo como diputado nacional junto a su compañera de fórmula Victoria Villarruel (una negacionista del genocidio de la última dictadura militar). Sin un aparato político importante y siendo la primera vez que se presentaban lograron al 17,04% de los votos en la Ciudad de Buenos Aires.

Entre los aportantes más importantes de Milei se encuentra el empresario Eduardo Eurnekián, dueño de aeropuertos, bancos e industrias de agronegocios. Como todo buen apostador Eurnekián financia diversas campañas, pero fue el primer “gran jugador” que empezó a financiar y estimular su figura. La principal motivación de Eurnekián fue su enfrentamiento con Macri, el magnate creía que el crecimiento del libertario podría corroer el poder de Macri. Actualmente a los financistas de Milei se sumó Sebastián Braun, primo segundo de Marcos Peña Braun, ex jefe de Gabinete de Mauricio Macri. A su vez, Milei cuenta con importantes vínculos con la derecha internacional: desde Vox pasando por Bolsonaro hasta el ideólogo Bannon.

Sin embargo, Milei esta lejos de ser el candidato preferido del “circulo rojo” (los factores de poder). Las extravagancias del candidato que promete “prender fuego el banco central” son percibidas como peligrosas para desarrollar un “clima de negocios” serio. El enfrentamiento del principal tink tank de la burguesía concentrada argentina, la Fundación Mediterráneo, con las propuestas de Milei es una clara muestra de esto.

La mayoría de los medios progresistas se centran en las estridencias de Milei. Por su parte, los medios de derecha que lo acobijaban hasta hace poco (La Nación, Clarín) empezaron a bajarle el pulgar a medida que se acercaron las elecciones. Pero el problema no son sus estridencias. Es la pregunta de ¿Por qué logra conectar con el sentir de una parte importante y creciente de la población? Nadie que quiera votar a Milei lo hace porque diga tal o cual cosa sobre la venta de órganos o algún otro delirio. Ni es un “odio abstracto” que carcomió corazones. Es la vivencia palpable de un día a día donde desde hace 10 años se vive cada vez peor. Diez años que engloba los últimos años del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, de Mauricio Macri (que les había prometido un cambio positivo para sus vidas y los decepciono), el gobierno de Alberto Fernández donde “se volvía para ser mejores” y termina con la inflación más alta de los últimos 30 años.

La imagen no puede ser más elocuente. A menos de una semana del cierre de las elecciones, Milei cierra su campaña frente a más de 14 mil personas. No cuenta con una estructura política ni social y aún así logra convocar a 14 mil personas que lo escuchan eufóricos mientras cantan consignas. Al subir al escenario, la gente canta “la casta tiene miedo”. Le dicen casta al sistema político, como tradicionalmente la llamo la izquierda. Milei los interrumpe. Les pregunta sonriente si quieren escuchar algo que realmente asuste a la casta y se pone a cantar “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” (el canto que se coreo en las calles durante la rebelión popular del 2001).

El recorrido sobre la emergencia de Milei abre una reflexión de carácter estratégico. Lo importante no es su figura individual -del mismo modo que el bolsonarismo es algo mas importante que Bolsonaro-. Tampoco si tiene o no chances de ganar las elecciones. Lo importante es lo que se puede traslucir a partir de su emergencia. Síntoma perverso de que el clivaje político que ordeno la política en argentina los últimos 20 años esta estallado.

Sin estructura nacional (como se vio en las elecciones provinciales). Sin un partido que articule un conjunto de cuadros técnicos y políticos. Sin posibilidad de obtener una mayoría parlamentaria que le de capacidad de gobernabilidad. Incluso en el hipotético caso de una victoria aplastante de Milei en las generales, hace muy difícil pensar un esquema de gobernabilidad.

Apéndice: darle la vuelta al mundo

Actualmente Massa es uno de los principales accionistas del dispositivo del gobierno (junto a Cristina Kirchner y Alberto Fernández). Su recorrido biográfico es una síntesis de la racionalidad de la “realpolitik”. En su juventud fue de los liberales que se sumaron a las filas del peronismo menemista de la década de los 90. Luego con tan solo 29 años, fue director ejecutivo de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) durante las presidencias de Duhalde y Néstor Kirchner. Se desempeñó como jefe de Gabinete, durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner y luego fue intendente del partido bonaerense de Tigre.

Durante el 2013 encabeza una importante ruptura con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner que se llamó Frente Renovador. Reuniendo varios sectores del peronismo no kirchnerista, se aleja de varias posturas que hacían al imaginario progresista. Adopta posturas punitivitas en materia de seguridad. Aboga por un acercamiento con las facciones de poder vinculados al capital agrario y agroexportador, así como de los grandes conglomerados mediáticos como el Grupo Clarín (duramente enfrentado con el gobierno kirchnerista a partir del 2009). A la vez, logra importantes apoyos de sectores de la clase obrera organizada (expresados en una fracción de la CGT conducida por Hugo Moyano) que también por ese momento empiezan una ruptura con el gobierno.

A partir de ese momento comienza una larga “vuelta al mundo” que lo lleva a desfilar por todo el arco político argentino hasta volver en el 2019 a formar parte del dispositivo articulado por Cristina Fernández de Kirchner. Dos imágenes grafican ese periodo de ruptura con el kirchnerismo entre 2013 y 2017. El primero, el canto que enarbolaba La Cámpora por aquellos años: “no pasa nada/ si todos los traidores se van con Massa”. El segundo, las promesas de Massa en su campaña presidencial del 2015 de “barrer con los ñoquis de la Cámpora”. Pero en política es conveniente no tomar demasiado en serio los discursos.

En 2015, luego de 12 años de gobiernos kirchnerista, la derecha partidaria encarnada en la Alianza Cambiemos lograba llegar a la presidencia de la mano de Mauricio Macri. Por ese entonces, la Alianza Cambiemos y el Frente Renovador de Massa se disputaban el lugar de la oposición.

Pese a que en las elecciones presidenciales del 2015 Massa salió tercero, Mauricio Macri lo eligió para acompañarlo en su gira a Davos en 2016. Ese “favor” por parte del macrismo se debió a la actitud obsecuente que por ese momento mostraba Massa con el gobierno cambiemita. El por entonces presidente Mauricio Macri explicó frente a los jefes editoriales de los principales medios internacionales que el acompañamiento del diputado era “consecuencia de su liderazgo opositor”. Ambos compartían su enfrentamiento con las fracciones del peronismo vinculadas al kirchnerismo.

Pero las diferencias no tardaron en aparecer. Luego de dos años donde el Frente Renovador garantiza en el congreso que las leyes propuestas por Cambiemos tuvieran mayoría, el espacio empieza a tomar distancia del oficialismo cambiemita. Las dificultades que Cambiemos enfrento luego de las intensas movilizaciones populares de diciembre de 2017 y la posterior corrida cambiaria de principios del 2018 hicieron que el Frente Renovador se empezara a alejar de la Alianza Cambiemos y empezara un proceso de rearticulación con el resto del peronismo.

El Frente de Todos en el 2019 logró re-articular a los distintos espacios peronistas que se habían disgregado durante la última década. Así logro incluir un conjunto de movimientos sociales y sectores que provenían de la izquierda. Esa operación internalizó en el FdT un conjunto de contradicciones que se expresaron por “abajo” y por “arriba”. Los zigzagueos del gobierno, sus idas y vueltas en la toma de decisiones, no deben buscarse en el carácter psicológico de Alberto. Sino en la internalización de estas contradicciones. Por abajo, opero una fuerte presión a la desmovilización (contrapartida que implica la integración al estado). Por arriba, lo errático de medidas que no pudieron asumir un rumbo claro.

Producto de esos zigzagueos el gobierno llegó a un estado crítico en agosto de 2022 producto de la renuncia del ministro de economía Guzmán. El kirchnerismo se había dedicado a lanzar dardos contra Guzmán a quien eligió como su principal adversario. Y sin embargo frente a su renuncia todo el gobierno “vio el abismo”.  Resulta paradójico, casi una confesión de parte. ¿Por qué el Kirchnerismo tomó en ese momento el comando de la economía? ¿Por qué no probaba en la realidad sus criticas? Tanto nadar para morir en la orilla. Después de idas y venidas, era ungido Massa como ministro de economía. El que había sido acusado de hijo del liberalismo, el traidor, el amigo de los yanquis vende-patria. “Massa nos salvó de que terminemos yéndonos en helicóptero” decía por radio el intendente de avellaneda Ferraresi.

Y después de todo, ¿quién es Massa? Tal como señala el analista Diego Genoud, Massa es sobre todo sus relaciones políticas. “El arribista del poder” -como titula Genoud su biografía de Massa- es un “político profesional” que como pocos ha hecho del pragmatismo su principal virtud. Sus vínculos se entretejen con importantes actores del poder económico local como Marcelo Mindlin (dueño de Pampa Energía), Eskenazi (dueño de importantes bancos y constructoras), Daniel Vila y Jose Luis Manzano (dueños de un multimedio), etc. Así mismo mantiene terminales con importantes operadores del poder judicial que tuvieron roles destacados en lo que el kirchnerismo denunciaba como “lawfare” (Bonadio, Marijuan, Stornelli). Hasta relaciones internacionales que lo sitúan como un “estadista”, como sus vínculos con la Embajada de Estados Unidos e importantes actores del establishment político estadounidense como Diego González (colombiano-estadounidense que es la mano derecha de Joe Biden), el senador cubano-americano Bob Menéndez o incluso Maurice Calver-Carone.

Por REDH-Cuba

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