El fallido golpe de Estado militar del general Juan José Zúñiga en Bolivia encierra una serie de interrogantes y rarezas, incluida la versión sobre un eventual “autogolpe” del presidente constitucional Luis Arce, pero se encuadra dentro de la guerra híbrida del Comando Sur del Pentágono y la Embajada de Estados Unidos en La Paz. Tiene que ver, también, con la larga tradición putschista del generalato boliviano, formado técnica e ideológicamente en base a la Doctrina de Seguridad Nacional y la guerra de contrainsurgencia que se enseñan en las academias militares de EU.

El 24 de junio, la canciller boliviana Celinda Sosa Lunda, convocó a la Encargada de Negocios Debra Hevia, titular de la Embajada de EU, y le planteó un “reclamo” por una serie de “pronunciamientos y acciones” realizados por parte del personal a su cargo, considerados como una “intromisión en los asuntos internos” del país. El escueto comunicado de la Cancillería no dio mayores detalles, pero dos días después se produjo la intentona sediciosa del comandante de las Fuerzas Armadas, general Zúñiga, ex jefe del Estado Mayor del Ejército y experto en inteligencia militar.

El 14 de junio, Hevia, quien domina los códigos de la guerra no convencional asimétrica y las operaciones psicológicas encubiertas −y que pasó por el Centro de Operaciones del Departamento de Estado, grupo de trabajo dedicado a las tareas de inteligencia y las operaciones especiales−, había rechazado “rotundamente” los señalamientos del ministro de Economía local, Marcelo Montenegro, quien afirmó que su representación diplomática estaba involucrada en un “golpe blando”, al fomentar protestas entre transportistas y comerciantes por la escasez de dólares y combustibles en el país, lo que derivó en el desabastecimiento de productos de primera necesidad.

Como señalamos en “El Comando Sur y la guerra híbrida en Bolivia” (C. Fazio, La Jornada, 29/IV/2024), una de las principales tareas de Hevia era explotar y exacerbar las contradicciones entre Luis Arce y el ex presidente Evo Morales, así como la lucha intestina al interior del oficialista Movimiento al Socialismo (MAS), como parte de una estrategia de desestabilización tendente a una “revolución de color” cuyo propósito es borrar todo vestigio del proceso de cambio que comenzó en 2005. A lo que se suman las acciones de la jefa del Comando Sur, generala Laura Richardson, ejecutora de la diplomacia de guerra de la Casa Blanca y el Estado profundo (deep state), cuyo objetivo es quedarse con el litio, las tierras raras y el agua dulce de Bolivia, y evitar el ingreso de ese país al BRICS ampliado, que encabeza hoy un nuevo mundo multipolar y policéntrico que desafía la hegemonía imperial. Ambas funcionarias han venido alentando, también, a los sectores golpistas de Santa Cruz y Cochabamba, que protagonizaron el putsch de 2019 en Bolivia, con saldo de una treintena de muertos.

El lunes 24, en una entrevista, el general Zúñiga aseguró que detendría al ex presidente Evo Morales si éste insistía en presentarse como candidato a los comicios de 2025; el martes 25 hubo rumores sobre la destitución del comandante de las Fuerzas Armadas, cuya cúpula se mantuvo en estado deliberativo al margen de la Constitución, y ayer 26, en el marco de su aventura golpista, tras invadir el Palacio Quemado, Zúñiga dio 20 minutos a Arce para liberar a Jeanine Áñez y Luis Fernando Camacho, protagonistas del golpe de 2019.

Desde el palacio presidencial, después de encararse con Zúñiga ante los medios, Arce convocó a los bolivianos a movilizarse en contra del golpe de Estado y tomó juramento al nuevo comandante del Ejército, José Sánchez, de la Fuerza Aérea, Gerardo Zabala, y de la Armada, Wilson Guardia. Las tropas al mando del destituido jefe del Ejército se retiraron de la plaza luego de varias horas de movilización y Arce se mostró victorioso.

Horas después, el Ministerio Público emitió una orden de aprehensión contra Juan José Zúñiga por la presunta comisión de los delitos de Terrorismo y Alzamientos Armados Contra la Seguridad y Soberanía del Estado. Tras su detención, el ex mando castrense intentó implicar a Arce en su frustrado golpe de Estado: “El presidente me dijo la situación está muy jodida, muy crítica. Es necesario preparar algo para levantar mi popularidad. ‘¿Sacamos los blindados?’ [le había preguntado a Arce y éste le respondió]‘sacá’”.

El ministro de Defensa, Edmundo Novillo, compareció poco después rodeado de los nuevos mandos castrenses para asegurar que “ya todo está bajo control” y que la “intentona golpista ha sido sofocada, ha sido un golpe fallido”. Y añadió que “los cuarteles están regresando a la normalidad”. “Esto ha sido un montaje, él (Zúñiga) cumplió el guion que le han mandado hacer, ya se empezó a desmantelar. Había mucha incredulidad, querían darle mayor narrativa con la detención en vivo y él dice que solo ha hecho lo que me mandaron hacer”, dijo Carlos Romero, exministro de Gobierno de Evo Morales a la televisora Red Uno.

La intentona fracasó. Pero el Comando Sur no descansa y la embajada de EU en La Paz tampoco: hay que recordar el paro de los transportistas financiados por la CIA en Chile para “hacer gritar la economía”, y el “tacnazo”, la fallida sublevación militar que anticipó el derrocamiento de Salvador Allende dos meses antes del golpe de Augusto Pinochet, con apoyo del movimiento neofascista Patria y Libertad.

 

(*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones

Tomado de Mate Amargo

Por REDH-Cuba

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