Discurso en la velada solemne por el centenario de la caída en combate de Agramonte, en Camagüey, el 11 de mayo de 1973


Agramonte no tenía profesión militar; pero desde que comenzó la guerra se dedicó a los estudios militares, y a enseñar a los oficiales y a los combatientes. Les inculcó a los patriotas camagüeyanos su espíritu, su ejemplo, sus extraordinarias virtudes.

El mes de mayo de 1873 otra tropa española es liquidada por la caballería de Agramonte. Fue precisamente esta acción de guerra lo que motiva el deseo de venganza de las tropas españolas, y el envío de una columna de 700 hombres a Jimaguayú, para tratar de vengar la derrota.

Y en un momento determinado, cruzando de un lado a otro del potrero para darle instrucciones a la caballería, se encuentra de repente con una compañía española, que sin ser descubierta todavía había penetrado por el potrero de Jimaguayú, protegiéndose en las altísimas hierbas de guinea.

Y en esas circunstancias, de una forma inesperada, Agramonte –acompañado solo de cuatro hombres de su escolta–  se ve de repente en medio de aquella compañía española, que luego recibió además el refuerzo de otra compañía, y muere en aquella acción por una bala que le atraviesa la sien derecha.

Ese fue el combate en que pierde la vida aquel extraordinario patriota, aquel extraordinario jefe y revolucionario que fue Ignacio Agramonte.

Los cubanos no tuvieron siquiera el consuelo de preservar su cadáver.  Es así como los españoles se quedaron con sus restos mortales, que los condujeron a la ciudad de Camagüey, el 12 de mayo, para llevarlos después al cementerio donde incineraron sus restos y los esparcieron.

Las autoridades españolas alegaron en aquella época que lo habían hecho para evitar profanaciones de aquel cadáver; pero hay razones más que sobradas para sospechar que quisieron hacer desaparecer toda huella del cadáver de Ignacio Agramonte, porque aun después de muerto le temían, y no querían dejar a sus compatriotas la bandera de su cadáver.

Dícese que su cadáver fue ultrajado. Dícese que un bárbaro lo golpeó con un látigo, cuando lo traían hacia la ciudad de Camagüey, muerto hacía horas.

No le rindieron ni les permitieron rendir el menor tributo a sus desolados compañeros. No les permitieron ver los restos. Incluso no les fue permitido a los cubanos ver la victoria en 1878; no les fue permitido ver la victoria en 1895. Sin embargo, nada de eso pudo impedir el avance incontenible ni la victoria definitiva de nuestra patria.

Fuente: Discurso en la velada solemne por el centenario de la caída en combate de Agramonte, en Camagüey, el 11 de mayo de 1973.

Por REDH-Cuba

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