Son las 10: 50 p.m. en Italia. Hemos compartido hoy una tarde – noche hermosa. Las dos brigadas de Turín se han reunido en el área verde del hospital. Me refiero a la que llegó de Cuba para salvar vidas, y a una de jóvenes italianos que se conformó para ayudarnos en el empeño. “Son dos brigadas Henry Reeve –dijo el doctor Julio–, porque perseguimos el mismo objetivo: que se curen todos los que están del otro lado del cristal”. Casi todos hablan español. No son trabajadores de la salud, aunque muchos se han inscrito en la Cruz Roja. Son jóvenes solidarios. Hay también tres argentinas, una cubana y una marroquí, que residen en la ciudad. Se turnan, como nuestros brigadistas, pero siempre están; y uno empieza ya a sentirse apegado a ellos, a desear que lleguen, porque son excelentes seres humanos. Cuando arribamos a Turín nos entregaron un listado con sus nombres y sus teléfonos y una leyenda que parecía inverosímil, pero que ha sido puesta a prueba: “desde hoy estará activo 24 horas un servicio de atención para ustedes en español”. Los llamamos para todo –una computadora que no funciona, el café que falta, la tintorería finalmente resuelta–, y para todo responden, se movilizan, y si uno no puede, viene el otro. Sin titubear se han puesto el traje especial y han entrado a la zona roja para traducir, y facilitar la comunicación. El encuentro fue convocado a solicitud del Embajador de Cuba en Italia, y en él participaron también los directivos de la Casa de Estudios Italia – Cuba. Previamente cenamos, y la comida siempre desabrida del hospital (sin condimentos), que es la que nos toca cada día, fue reforzada por otra de un restaurante llamado La Isla, que quiso obsequiarnos frijoles negros, hechos por manos cubanas.
Hablaron muchos. También, por supuesto, el Embajador, Michele Curto, que es el líder de la brigada italiana, y Julio Guerra, el de la nuestra. La grabación tiene más de una hora, y no podría transcribir las palabras de todos. Quiero solo citar algunas frases, tomadas al vuelo.
Matías dijo: “trabajar por Cuba no es un trabajo, es demostrar cada día que puede existir un mundo mejor, un mundo diferente: ustedes son la prueba. Cuando tenga hijos podré contarle que alguna vez trabajé con médicos y enfermeros cubanos que vinieron aquí a ayudarnos por nada”
Daniele, que ha traído de su casa las cintas blancas para el Árbol, apuntó: “Estar aquí me ha permitido hacer algo útil por los demás. No es lo que se ve hoy en el mundo y en Europa, este ha sido un mensaje de solidaridad al Primer Mundo, y no al revés, como suele concebirse”. La cubana Iliana, una cantante lírica que reside con su esposo en la ciudad, añadió desde su perspectiva: “Siendo cubana, conozco el valor de nuestros médicos, pero he crecido humanamente con ellos, con el doctor Guerra, que es el más serio, con el doctor Abel, el hermano que no tengo, con Adrián y René, que hacen una pareja formidable, con el doctor Acebo, que es una persona exquisita… todos son muy humildes, desde hoy el ciclo muerte – vida lo podré cantar mucho mejor”. René, por su parte, agradeció el apoyo que recibe en la aduana sanitaria: “Somos un equipo. No hubiésemos alcanzado los resultados que tenemos sin el apoyo de los amigos italianos, que se han convertido en una gran familia”. Ilham, la italo-marroquí, afirmó: “es impresionante ver a esta gente cada día sonriente, entrando por esa puerta, con un sentido de humanidad que en Europa, en el Primer Mundo, muchas veces se olvida, porque los cubanos no ven a los pacientes como clientes, sino como hermanos, como familia, y eso hace la diferencia”. Estar en Italia, en el raro papel de cooperantes y no de turistas, fuera de los museos y de las plazas más visitadas, ofrece el privilegio de conocer a gente de pueblo y de saber que existe otra Italia, quizás la verdadera, solidaria, capaz de entregarse sin miramientos. Gracias a Italia por ello.