Regreso a Turín, “mi” ciudad, y a mi brigada (esto, sin comillas), la segunda en arribar a Italia. La misión de nuestros hermanos de Crema ha finalizado, pero la nuestra continúa. El hospital COVID – OGR de Turín, una gran ciudad, sigue lleno de pacientes. Ayer se colocaron nuevas cintas blancas en el Árbol de la Vida: ya son 64. Mis compañeros sienten hoy más fuerte la nostalgia de la Patria, ante el inminente regreso de los otros. Estuvieron al tanto de la despedida. Muchos de los de allá son amigos, hermanos, de los de acá, y lógicamente se comunican. Pero tanto ellos como nosotros –como mínimo, la brigada de Turín permanecerá un mes más en el combate por la vida– tendremos al finalizar que cumplir dos cuarentenas: una aquí antes de partir, y otra en Cuba, al llegar. Hoy en la mañana empieza el recogimiento sanitario de los de Crema.
En mi ausencia cumplió años otro amigo santiaguero. No debe resultar fácil seguir una conversación de sobremesa en el hogar del doctor Jaime Zayas Monteaugut, especialista en medicina interna, con un diplomado en cuidados intensivos. Su suegro y su esposa también son médicos y uno de sus hijos cursa el 5to año de la carrera de medicina, y se graduará con título de oro. No es casual que la niña, con 13 años, diga que quiere ser neuróloga y explique por qué: en una serie japonesa vio un “interesantísimo” caso de un paciente con “esclerosis lateral amiotrófica” y ella, claro, descubrirá sus causas. En la casa hay un anaquel que solo alberga libros de medicina. Pero “no queremos forzar a la menor, la mamá y yo hemos hablado del tema”, dice. Jaime cumplió ayer 48 años. Natural de La Maya y residente de Santiago de Cuba, trabaja en el Hospital Juan Bruno Zayas. Conoció a su esposa durante la carrera, y se hicieron novios en 5to año, a la edad que ahora tiene el futuro nuevo médico de la casa. Ella es especialista en MGI, con varios diplomados, profesora y metodóloga de la Facultad de Medicina de la Universidad. Toda su vida la ha dedicado a la docencia, y a los dos hijos que tienen en común. Jaime estuvo por dos períodos casi seguidos en Venezuela, de 2009 a 2013, en el Estado de Miranda y luego durante quince meses en el Hospital de Mariara, de 2014 a 2015. Ella tuvo que lidiar sola con el muchacho en plena adolescencia. La figura femenina también significó mucho en su propia vida: “Mi padre era chofer de rastras, y mi mamá ama de casa. En pleno período especial del 90 al 96 me hice médico, gracias a mi mamá, porque ya mi papá había fallecido, y ella lo fue todo: mamá, papá, fuente de ingresos, inspiración… Le debo mucho a mi mamá. Yo soy el reflejo de mi mamá, y de eso me siento muy orgulloso”. Pero este hombre reflexivo, pausado, noble, tiene un hijo mayor, de 31 años y una nieta, de su primer matrimonio, “yo tenía entonces 17 años, imagínate”. También de ellos está orgulloso. Ese hijo es informático y vive en su pueblo natal, La Maya, muy cerca de la casa de su mamá (de su abuela).
Sobre su experiencia en Turín me comenta: “Aquí la tecnología es muy buena, facilita las cosas pero te aleja un poco del paciente, una computadora desde una oficina, aún cuando tenga toda la información, no sustituye lo que puedas percibir junto al paciente, tocándolo, examinándolo, comprobando en él lo que la máquina está diciendo. Estamos adaptados a atender enfermos y no enfermedades. Ayer que era mi cumpleaños, estuve casi 24 horas despierto, porque con el cambio de hora desde las doce de la noche ya empezaron a llamarme, a pasarme mensajes, después los compañeros que trabajan en mi turno se reunieron conmigo antes de entrar a la guardia, así que la pequeña actividad social que pudimos hacer estuvo limitada, porque tuvimos que incorporarnos a la guardia médica de doce horas. Y hoy amanecí en el hospital”.

Por REDH-Cuba

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